12– DE MARZO
- DOMINGO –
3ª
SEMANA DE CUARESMA – A
SAN SIMEON EL TEÓLOGO
Lectura del libro del Éxodo (17,3-7):
En aquellos
días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés:
«¿Nos has hecho salir de Egipto para
hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?»
Clamó Moisés al Señor y dijo:
«¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco
falta para que me apedreen.»
Respondió el Señor a Moisés.
«Preséntate al pueblo llevando contigo
algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que
golpeaste el río, y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb;
golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo.»
Moisés lo hizo así a la vista de los
ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Masá y Meribá, por la
reyerta de los hijos Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo: «¿Está
o no está el Señor en medio de nosotros?»
Palabra de Dios
Salmo: 94,1-2.6-7.8-9
R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
«No endurezcáis vuestro corazón.»
Venid,
aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. R/.
Entrad,
postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. R/.
Ojalá
escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.» R/.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a
los Romanos (5,1-2.5-8):
Ya que hemos
recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro
Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en
que estamos: y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de
Dios. Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.
En efecto, cuando nosotros todavía
estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en
verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se
atrevería uno a morir; más la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo
nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Juan
(4,5-42):
En aquel
tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que
dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del
camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía.
Llega una mujer de Samaria a sacar agua,
y Jesús le dice:
«Dame de beber.»
Sus discípulos se habían ido al pueblo a
comprar comida.
La samaritana le dice:
«¿Cómo tú, siendo judío, me pides de
beber a mí, que soy samaritana?»
Porque los judíos no se tratan con los
samaritanos.
Jesús le contestó:
«Si conocieras el don de Dios y quién es
el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.»
La mujer le dice:
«Señor, si no tienes cubo, y el pozo es
hondo, ¿de dónde sacas agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que
nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?»
Jesús le contestó:
«El que bebe de esta agua vuelve a tener
sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que
yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la
vida eterna.»
La mujer le dice:
«Señor, dame de esa agua así no tendré
más sed ni tendré que venir aquí a sacarla.»
Él le dice:
«Anda, llama a tu marido y vuelve.»
La mujer le contesta:
«No tengo marido».
Jesús le dice:
«Tienes razón que no tienes marido; has
tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.»
La mujer le dijo:
«Señor, veo que tú eres un profeta.
Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde
se debe dar culto está en Jerusalén.»
Jesús le dice:
«Créeme, mujer: se acerca la hora en que
ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a
uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación
viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que
quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el
Padre desea que le den culto así Dios es espíritu, y los que le dan culto deben
hacerlo en espíritu y verdad.»
La mujer le dice:
«Sé que va a venir el Mesías, el Cristo;
cuando venga, él nos lo dirá todo.»
Jesús le dice:
«Soy yo, el que habla contigo.»
En aquel pueblo muchos creyeron en él.
Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con
ellos. Y se quedó allí dos días.
Todavía creyeron muchos más por su
predicación, y decían a la mujer:
«Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros
mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.»
Palabra del Señor
Jesús en
Samaria.
Una historia
en cuatro actos.
Acto I: Jesús y la mujer
Al alzarse el telón, se ve un valle, no
muy grande, entre dos montes; a la derecha el Ebal, a la izquierda el Garizim.
En el centro un pozo. Los discípulos han ido al pueblo a comprar provisiones.
Solo se ve a Jesús, sentado en el brocal, con aspecto cansado. Entra por el
fondo una mujer con un cántaro. Lo mira un momento, deja el cántaro en tierra y
se dispone a sacar agua del pozo. Jesús, sin ningún preámbulo, sin saludar
siquiera, le dice.
― Dame de beber.
(La mujer lo mira sorprendida y le
responde con tono irónico.)
― ¿Cómo tú, siendo judío, me pides
de beber a mí, que soy samaritana? Los judíos no se tratan con los samaritanos.
(Jesús sonríe ligeramente y le habla con
igual ironía)
― Si conocieras el don de Dios y
quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.
(La mujer lo mira con recelo, pensando
que se trata de un loco inofensivo. Ata la soga al cubo y se dispone a tirarlo
al pozo)
― Señor, si no tienes cubo, y el
pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva? ¿Eres tú más que nuestro padre
Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?
― El que bebe de esta agua vuelve a
tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el
agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta
hasta la vida eterna.
(Se oye el golpe seco del cubo contra el
agua. Al cabo de un momento, la mujer comienza a tirar mientras le dice
sonriendo).
― Señor, dame esa agua: así no
tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.
(Jesús también sonríe. Cuando la mujer
apoya el cubo en el brocal, antes de que empiece a llenar el cántaro, le dice)
― Anda, llama a tu marido y vuelve.
― No tengo marido.
― Tienes razón, que no tienes
marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la
verdad.
(La mujer lo mira sorprendida)
― Señor, veo que tú eres un
profeta.
(Su actitud cambia por completo, ya no
lo mira como a un bicho raro ni le habla en broma. Se siente desconcertada y
curiosa. Cuando termina de llenar el cántaro mira a la montaña que tiene
enfrente, el Garizim, y le comenta).
― Nuestros padres dieron culto en
este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en
Jerusalén.
― Créeme, mujer: se acerca la hora
en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais
culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la
salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los
que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque
el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto
deben hacerlo en espíritu y verdad.
(La mujer no se ha enterado de mucho,
pero no pide aclaraciones).
― Sé que va a venir el Mesías, el
Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo.
― Soy yo, el que habla contigo.
(La
mujer lo mira con una mezcla de asombro y miedo. Está a punto de decir algo,
pero en ese momento comienzan a entrar los discípulos. Coge el cántaro, pero
cuando se lo lleva a la cintura, se detiene un momento y lo deja en tierra,
junto al pozo. Sale apresurada sin llevárselo.)
Acto II: La mujer y sus paisanos
(La escena se desarrolla en Sicar,
pueblecito cercano al pozo. Pocas casas, niños pequeños jugando. La mujer entra
corriendo y llama a las vecinas.)
― Venid a ver un hombre que me ha
dicho todo lo que he hecho.
(Una vecina, irónica)
― ¿Todo?
― Sí, todo. Que he tenido cinco
maridos.
― ¿Y te ha dicho algo del que
tienes ahora?
― Sí. También lo sabe. ¿Será
éste el Mesías?
(Comienzan a entrar hombres que vuelven
del campo. La mujer les repite lo ocurrido)
― Está en el pozo. Si queréis,
vamos a verlo.
(Todos se ponen en marcha)
Acto III: Jesús y los discípulos
El
mismo escenario del primer acto. Jesús sigue sentado en el brocal del pozo. Los
discípulos le ofrecen pan y queso, pero no los toca. Ellos se sientan en el
suelo y empiezan a comer. Al cabo de un rato, Pedro y Juan se acercan a Jesús.
― Maestro, come.
(Jesús no se dirige a ellos, habla a
todo el grupo)
― Yo tengo por comida un alimento
que vosotros no conocéis.
(Andrés le comenta a Santiago)
― ¿Le habrá traído alguien de
comer?
― Como no haya sido la mujer que
estaba aquí cuando llegamos… Pero ésa sólo llevaba un cántaro
cuando nos la cruzamos por el camino.
(Jesús oye el comentario y se dirige de
nuevo a todos)
― Mi alimento es hacer la voluntad
del que me envió y llevar a término su obra. ¿No decís vosotros que faltan
todavía cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y
contemplad los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está
recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran
lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio: «Uno
siembra y otro siega». Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros
sudaron, y vosotros recogéis el fruto de sus sudores.
(Felipe mira a Tomás)
― ¿Te has enterado de algo?
― De nada. Bueno, de lo primero que
dijo: que cumplir la voluntad de Dios le alimenta tanto como el pan y el queso.
― Pues tiene mérito. Ya lo quisiera
yo para mí.
Acto IV: Jesús y los samaritanos
Van entrando los habitantes de
Sicar con la mujer al frente y rodean a Jesús mientras lo miran con curiosidad.
La mujer le habla esta vez con enorme respeto.
― Señor, nos gustaría que te quedaras
unos días en nuestro pueblo.
(Jesús los mira con una sonrisa
irónica)
― ¿Cómo vosotros, que sois
samaritanos, le pedís a un judío que se quede en el pueblo?
― La mujer dice que tú lo
sabes todo. Y que la salvación viene de los judíos.
(Jesús guarda silencio mientras los del
pueblo lo miran expectantes)
― Está bien. Me quedaré con
vosotros dos días.
― ¿No pueden ser más? ¿Tanta
prisa tienes?
― Yo no tengo que enseñarlo todo.
Como dice el proverbio: «Uno siembra y otro siega». Más adelante vendrán
algunos de éstos a recoger el fruto de lo que yo he sudado.
Final
Han pasado los dos días. En el centro de
la escena un grupo numeroso de samaritanos rodea a la mujer mientras contemplan
cómo Jesús y sus discípulos desaparecen camino de Galilea.
― ¿Llevaba yo razón cuando os dije
que podía ser el Mesías?
― Ya no creemos por lo que
tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad
el Salvador del mundo.
COMENTARIO
Los evangelios de los domingos 3º, 4º y 5º de Cuaresma del ciclo A, tomados
de san Juan, presentan a Jesús como fuente de agua viva (Samaritana), luz del
mundo (ciego de nacimiento) y vida (resurrección de Lázaro). Son tres símbolos
de nuestras necesidades más fuertes (agua, luz, vida), y de cómo Jesús puede
llenarlas.
Tres aguadores y tres tipos de agua
Las lecturas del domingo 3º hablan de tres personajes famosos (Jacob,
Moisés, Jesús) relacionándolos con el don del agua. En gran parte del mundo, beber
un vaso de agua no plantea problemas: basta abrir el grifo o servirse de una
jarra. Pero quedan todavía muchos millones de personas que viven la tragedia de
la sed y saben el don maravilloso que supone una fuente de agua.
En el
evangelio, la samaritana recuerda que el patriarca Jacob les regaló un pozo
espléndido, del que se puede seguir sacando agua después de tantos siglos. En
la primera lectura, Moisés sacia la sed del pueblo golpeando la roca. De vuelta
al evangelio, Jesús promete un manantial que dura eternamente.
Aparentemente,
el mismo problema y la misma solución. Pero son tres aguas muy distintas: la de
Jacob dura siglos, pero no calma la sed; la de Moisés sacia la sed por poco
tiempo, en un momento concreto; la de Jesús sacia una sed muy distinta, brota
de él y se transforma en fuente dentro de la samaritana. Este milagro es
infinitamente superior al de Moisés: por eso la samaritana, cuando termina de
hablar con Jesús, deja el cántaro en el pozo y marcha al pueblo. Ya no necesita
esa agua que es preciso recoger cada día, Jesús le ha regalado un manantial
interior.
Interpretación histórica y comunitaria
Quizá
la intención primaria del relato era explicar cómo se formó la primera
comunidad cristiana en Samaria. Aquella región era despreciada por los judíos,
que la consideraban corrompida por multitud de cultos paganos. De hecho, en el
siglo VIII a.C., los asirios deportaron a numerosos samaritanos y los
sustituyeron por cinco pueblos que introdujeron allí a sus dioses (2 Reyes
17,30-31); serían los cinco maridos que tuvo anteriormente la samaritana, y el
sexto (“el que tienes ahora no es tu marido”) sería Zeus, introducido más tarde
por los griegos. Sin embargo, mientras los judíos odian y desprecian a los
samaritanos, Jesús se presenta en su región y él mismo funda allí la primera
comunidad. Los samaritanos terminan aceptándolo y le dan un título típico de
ellos, que sólo se usa aquí en el Nuevo Testamento: «el Salvador del mundo». En
esa primera comunidad samaritana se cumple lo que dice Jesús a los discípulos:
«uno es el que siembra, otro el que siega». Él mismo fue el sembrador, y los
misioneros posteriores recogieron el fruto de su actividad. Y en esa labor
misionera tendría especial valor la actividad de aquella mujer que puso en
contacto a sus paisanos con la persona de Jesús.
Interpretación individual
Pero el mensaje
de este evangelio no se limita a esta interpretación. Hay dos detalles que
obligan a completar la lectura comunitaria con una lectura más personal.
-El primero es la curiosa referencia al cántaro de la samaritana. Lo ha
traído para buscar agua, pero al final, después de hablar con Jesús, lo deja en
el pozo. Jesús le ha dado un agua distinta, que se ha convertido dentro de ella
en un manantial.
- El segundo detalle es la relación estrecha entre la promesa de Jesús de
dar agua, su invitación posterior, durante la fiesta en Jerusalén: «el que
tenga sed, que venga a mí y beba» (Juan 7,37-38), y lo que ocurre en el
calvario, cuando lo atraviesan con la lanza y de su costado brota sangre y agua
(Juan 19,34).
El tema central no es ahora la fundación de una comunidad, sino la
relación estrecha de cualquier creyente con él. La persona que tiene su sed
material cubierta, aunque sea con el esfuerzo diario de buscarse el agua, pero
que siente una distinta, una insatisfacción que sólo se llena mediante el
contacto directo con Jesús y la fe en él.
Otra agua y otro pan
Un último detalle
sobre la enorme riqueza simbólica de este episodio. La samaritana se olvida de
beber. Jesús se olvida de comer. Aunque los discípulos le animen a hacerlo, él
tiene otro alimento, igual que la mujer tiene otra agua.
¿Cuál es esa
agua que Jesús ha dado a la samaritana?
Releyendo el relato, se advierte que la mujer va cambiando su imagen de
Jesús. Al principio lo considera un simple judío, que no le merece gran
respeto. Luego lo descubre como profeta, conocedor de cosas ocultas. Más tarde
se pregunta si no será el Mesías, alguien que merece toda su consideración,
aunque destruya sus convicciones religiosas precedentes; alguien que le revela
la recta relación con Dios.
En el Antiguo
Testamento se usa a veces la metáfora de la sed y del agua para expresar el
deseo de Dios: «Como suspira la cierva por las corrientes de agua, así suspira
mi alma por ti, Dios mío» (Sal 42). Ese nuevo conocimiento de Dios y de Jesús
es el agua que se ha llevado la samaritana, la que no necesita el viejo
cántaro, que puede quedar olvidado junto al pozo de Jacob.
SAN SIMEON EL TEÓLOGO
Nuevo Teólogo
(949–1022)
San Simeón el Nuevo Teólogo (949–1022) es el último de los tres santos
de la Iglesia Ortodoxa al que se dio el título de teólogo de ahí que también
recibiera el adjetivo de «Nuevo». Los otros son san Juan el Apóstol y san
Gregorio Nacianceno. San Simeón fue un poeta que personificó la tradición
hesicasta mística. Escribió que los seres humanos podían y debían experimentar
a Dios directamente. Sus obras influyeron en la controversia hesicasta del
siglo XIV. Su discípulo más famoso fue Nicetas Estetatos, su ayudante de celda,
que también escribió su vida.
Nacido en Galacia, Paflagonia, su padre le
preparó una educación en Constantinopla en la vida oficial. Fue más tarde
asignado como cortesano para atender al emperador Basilio. Abandonó su vida
como cortesano para retirarse a un monasterio a la edad de 27 años bajo el
Viejo Simeón el Pío en el Monasterio de Studion. Más tarde se convirtió en abad
del monasterio de San Mamés en Constantinopla.
La estricta disciplina monástica que
pretendía Simeón dolió a algunos en el monasterio. Un día, después de la
liturgia algunos de los monjes le atacaron y casi le mataron. Después fueron
expulsados del monasterio y Simeón pidió que se los tratara con lenidad.
También de las autoridades eclesiásticas Simeón padeció una severa oposición
que encontraba sus obras suficientemente fastidiosas para excluirle de
Constantinopla. Así que abandonó la ciudad y residió en el monasterio de Santa
Makrina cruzando el Bósforo. Con el tiempo se hizo un recluso.
Simeón no estaba educado en filosofía griega,
pero sabía bastante de la vida de la iglesia. A menudo hablaba a partir de su
experiencia personal directa y a veces atacó a algunos eruditos a quienes veía
como personas que pretendían tener un conocimiento del que carecían.
Algunas de las obras de Simeón fueron:
Discursos catecúmenos, Himnos de Amor divino y los Tres Discursos teológicos.
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