27 – DE
MARZO - LUNES –
5ª
SEMANA DE CUARESMA – A
SANTA LIDIA
Lectura del libro de Daniel
(13,1-9.15-17.19-30.33-62):
EN aquellos
días, vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín, casado con Susana, hija de
Jelcías, mujer muy bella y temerosa del Señor.
Sus padres eran justos y habían educado
a su hija según la ley de Moisés. Joaquín era muy rico y tenía un jardín junto a
su casa; y como era el más respetado de todos, los judíos solían reunirse allí.
Aquel año fueron designados jueces dos
ancianos del pueblo, de esos que el Señor denuncia diciendo:
«En Babilonia la maldad ha brotado de
los viejos jueces, que pasan por guías del pueblo».
Solían ir a casa de Joaquín, y los que
tenían pleitos que resolver acudían a ellos.
A mediodía, cuando la gente se marchaba,
Susana salía a pasear por el jardín de su marido. Los dos ancianos la veían a
diario, cuando salía a pasear, y sintieron deseos de ella.
Pervirtieron sus pensamientos y
desviaron los ojos para no mirar al cielo, ni acordarse de sus justas leyes.
Sucedió que, mientras aguardaban ellos
el día conveniente, salió ella como los tres días anteriores sola con dos
criadas, y tuvo ganas de bañarse en el jardín, porque hacía mucho calor. No
había allí nadie, excepto los dos ancianos escondidos y acechándola.
Susana dijo a las criadas:
«Traedme el perfume y las cremas y
cerrad la puerta del jardín mientras me baño».
Apenas salieron las criadas, se
levantaron los dos ancianos, corrieron hacia ella y le dijeron:
«Las puertas del jardín están cerradas,
nadie nos ve, y nosotros sentimos deseos de ti; así que consiente y acuéstate
con nosotros. Si no, daremos testimonio contra ti diciendo que un joven estaba
contigo y que por eso habías despachado a las criadas».
Susana lanzó un gemido y dijo:
«No tengo salida: si hago eso, mereceré
la muerte; si no lo hago, no escaparé de vuestras manos. Pero prefiero no
hacerlo y caer en vuestras manos antes que pecar delante del Señor».
Susana se puso a gritar, y los dos
ancianos, por su parte, se pusieron también a gritar contra ella. Uno de ellos
fue corriendo y abrió la puerta del jardín.
Al oír los gritos en el jardín, la
servidumbre vino corriendo por la puerta lateral a ver qué le había pasado.
Cuando los ancianos contaron su historia, los criados quedaron abochornados,
porque Susana nunca había dado que hablar.
Al día siguiente, cuando la gente vino a
casa de Joaquín, su marido, vinieron también los dos ancianos con el propósito
criminal de hacer morir a Susana. En presencia del pueblo ordenaron:
«Id a buscar a Susana, hija de Jelcías,
mujer de Joaquín».
Fueron a buscarla, y vino ella con sus
padres, hijos y parientes.
Toda su familia y cuantos la veían lloraban.
Entonces los dos ancianos se levantaron
en medio de la asamblea y pusieron las manos sobre la cabeza de Susana.
Ella, llorando, levantó la vista al
cielo, porque su corazón confiaba en el Señor.
Los ancianos declararon:
«Mientras paseábamos nosotros solos por
el jardín, salió esta con dos criadas, cerró la puerta del jardín y despidió a
las criadas. Entonces se le acercó un joven que estaba escondido y se acostó
con ella.
Nosotros estábamos en un rincón del
jardín y, al ver aquella maldad, corrimos hacia ellos. Los vimos abrazados,
pero no pudimos sujetar al joven, porque era más fuerte que nosotros, y,
abriendo la puerta, salió corriendo.
En cambio, a esta le echamos mano y le
preguntamos quién era el joven, pero no quiso decírnoslo. Damos testimonio de
ello».
Como eran ancianos del pueblo y jueces,
la asamblea los creyó y la condenó a muerte.
Susana dijo gritando:
«Dios eterno, que ves lo escondido, que
lo sabes todo antes de que suceda, tú sabes que han dado falso testimonio
contra mí, y ahora tengo que morir, siendo inocente de lo que su maldad ha
inventado contra mí».
Y el Señor escuchó su voz.
Mientras la llevaban para ejecutarla,
Dios suscitó el espíritu santo en un muchacho llamado Daniel; y este dio una
gran voz:
«Yo soy inocente de la sangre de esta».
Toda la gente se volvió a mirarlo, y le
preguntaron:
«Qué es lo que estás diciendo?».
Él, plantado en medio de ellos, les
contestó:
«Pero ¿estáis locos, hijos de Israel?
¿Conque, sin discutir la causa ni conocer la verdad condenáis a una hija de
Israel? Volved al tribunal, porque esos han dado falso testimonio contra ella».
La gente volvió a toda prisa, y los
ancianos le dijeron:
«Ven, siéntate con nosotros e
infórmanos, porque Dios mismo te ha dado la ancianidad».
Daniel les dijo:
«Separadlos lejos uno del otro, que los
voy a interrogar».
Cuando estuvieron separados el uno del
otro, él llamó a uno de ellos y le dijo:
«¡Envejecido en días y en crímenes!
Ahora vuelven tus pecados pasados, cuando dabas sentencias injustas condenando
inocentes y absolviendo culpables, contra el mandato del Señor: “No matarás al inocente
ni al justo”. Ahora, puesto que tú la viste, dime debajo de qué árbol los viste
abrazados».
Él contestó:
«Debajo de una acacia».
Respondió Daniel:
«Tu calumnia se vuelve contra ti. Un
ángel de Dios ha recibido ya la sentencia divina y te va a partir por medio».
Lo apartó, mandó traer al otro y le
dijo:
«Hijo de Canaán, y no de Judá! La
belleza te sedujo y la pasión pervirtió tu corazón. Lo mismo hacíais con las
mujeres israelitas, y ellas por miedo se acostaban con vosotros; pero una mujer
judía no ha tolerado vuestra maldad. Ahora dime: ¿bajo qué árbol los
sorprendiste abrazados?».
Él contestó:
«Debajo de una encina».
Replicó Daniel:
«Tu calumnia también se vuelve contra
ti. el ángel de Dios aguarda con la espada para dividirte por medio. Y así
acabará con vosotros».
Entonces toda la asamblea se puso a
gritar bendiciendo a Dios, que salva a los que esperan en él. Se alzaron contra
los dos ancianos, a quienes Daniel había dejado convictos de falso testimonio
por su propia confesión, e hicieron con ellos lo mismo que ellos habían tramado
contra el prójimo. Les aplicaron la ley de Moisés y los ajusticiaron.
Aquel día se salvó una vida inocente.
Palabra de Dios
Salmo: 22,1-3a.3b-4.5.6
R/. Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo
V/. El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R/.
V/. Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R/.
V/. Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mí copa rebosa. R/.
V/. Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan
(8,1-11):
EN aquel
tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de
nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una
mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida
en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras;
tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y
poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con
el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
«El que esté sin pecado, que le tire la
primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió
escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo
uno a uno, empezando por los más viejos.
Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó:
«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?;
¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó:
«Ninguno, Señor».
Jesús dijo:
«Tampoco yo te condeno. Anda, y en
adelante no peques más».
Palabra del Señor
1. Lo más evidente que aparece en este relato es el "machismo" violento e hipócrita que imperaba en aquella sociedad: Los hombres quieren matar a una adúltera, pero, al menos por lo que sabemos, jamás las mujeres habrían pretendido apedrear a un adúltero. Eso no se le pasaba a nadie por la cabeza.
La prepotencia de los hombres, en las
sociedades androcéntricas y patriarcales, se traduce inevitablemente en
violencia. Violencia humillante para las mujeres. Y sobre todo violencia
mortal. Lo más triste es que, después de tantos siglos de fe y de religión,
esta espantosa historia sigue adelante. Y la religión sigue sin excomulgar a
esos asesinos.
2. Pero quizá más irritante que el "machismo" es, en este episodio, la "hipocresía". La ley de Moisés, a la que aludían los letrados y fariseos, está en dos textos del A. T.: "Si uno comete adulterio con la mujer de su prójimo, los dos adúlteros son reos de muerte" (Lev 20, 10): "Si sorprenden a uno acostado con la mujer de otro, han de morir los dos: el que se acostó con ella y la mujer. Así extirparás la maldad de ti" (Deut 22, 22).
De verdad es irritante que, si la ley
decía esto y si además todos aquellos individuos eran adúlteros, y ellos lo
sabían, - ¿cómo es imaginable tanta desvergüenza para ir a denunciar a una
mujer, acusándola de lo que ellos venían haciendo?
3. Los "profesionales" de la
religión, cuando son hombres con "oficio", son, a veces, censores y
jueces de miserias y desvergüenzas de las que ellos son asiduos practicantes. Y
ocurre, a veces, que lo hacen con tal naturalidad, que ni se dan cuenta de la
contradicción en que viven. Al menos, eso es lo que viene a decir este relato.
Con frecuencia, los clérigos pederastas
predican severos sermones contra las inmoralidades sexuales. La ley de Moisés
no habla de "pecados", sino de "delitos", que el
delincuente los tiene que pagar muy caros. "Así se extirpa la
maldad".
Jesús no quiso que mataran a la mujer.
Pero dejó intacta aquella ley. Porque el problema no estaba en la ley -que
trataba igual al hombre que a la mujer-, sino en el cinismo, la maldad y la
hipocresía de los hombres, que utilizaban a las mujeres, las humillaban y
luego, si podían, las mataban.
¿Y no nos indigna que estas viejas
tradiciones sigan teniendo manifestaciones de estar vivas todavía, a estas
alturas?
4.
El Señor vuelve al Templo de mañana para enseñar a su pueblo, pero los estudiosos
de la Ley y los detentores de la santidad se acercan a él no para acoger su
enseñanza, sino para «ponerle a prueba». Aquellos escribas y fariseos le
presentan a una mujer sorprendida en adulterio a quien la ley manda lapidar y
le preguntan qué deben hacer. Si Jesús se lo impide, no atiende a la ley de
Moisés. Pero si, por el contrario, manda que se cumpla, arruina la fama de
misericordioso que había escandalizado a escribas y fariseos: «Este come con
publicanos y pecadores» (Mc 2,16). En el fondo de esta prueba se da algo propio
de nuestra cultura: separar y enfrentar misericordia y justicia.
Jesús no responde directamente a su
pregunta, sino que se inclina y escribe en el suelo. Solo ante su insistencia,
les dice: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». Con sus
palabras, los sitúa ante su propio pecado. Escribas y fariseos acudían a Jesús
reclamando justicia según la ley, y él les responde que solo reconociéndose
pecadores podrán situarse bien ante la justicia y la misericordia. Se van
marchando. Al final, quedan el único inocente, Jesús, y la mujer pecadora. Solo
él puede condenarla con justicia, pero no lo hace. Su misericordia la perdona.
Sin justicia, no habría misericordia para superarla. Y sin conciencia de
pecado, tampoco la comprenderíamos bien.
Stª – LIDIA
Martirologio
Romano: Conmemoración de santa Lidia de Tiatira,
vendedora de púrpura, que fue la primera que creyó en el Evangelio en Filipos,
en Macedonia, cuando lo predicó el apóstol san Pablo (s. I).
Ser el primero en hacer algo es un modo seguro de hacer que tu nombre figure
en el libro de los récords. La primera persona en dar la vuelta al globo. La
primera persona en correr la milla en menos de tres minutos. La primera persona
en llegar al Polo Sur. Lidia también fue una de las primeras. Su familia fue la
primera en Europa en convertirse al cristianismo y ser bautizada.
Lidia era una comerciante de púrpuras. Eso podría no significar mucho para
nosotros hoy en día, pero en el siglo primero eso significaba que era una mujer
muy rica. Dado que el tinte de la púrpura se extraía con muchas dificultades de
cierto molusco, sólo una elite podía permitirse tener telas teñidas de ese
color. Una mercader que vendiera ese tinte tan extremadamente costoso era rica,
se mirase como se mirase.
La riqueza se cita a menudo como uno de los principales obstáculos al
crecimiento espiritual.
Se nos advierte que "es más fácil para un camello pasar por el ojo de
una aguja que para un rico entrar en el Reino de los Cielos". Eso no significa,
sin embargo, que ser pobre te haga mejor automáticamente. Una persona pobre que
acumula unas pocas posesiones no es mejor que una persona rica que acumula
muchas. No hay indicaciones de que Lidia abandonara su negocio tras convertirse
al cristianismo. Pero hay muchas pruebas de que utilizó su fortuna sabiamente.
Entendió que el valor real de la riqueza reside en el modo en que la usas,
no en cuánto tienes.
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