sábado, 25 de marzo de 2023

Párate un momento: El Evangelio del dia 27 – DE MARZO - LUNES – 5ª SEMANA DE CUARESMA – A SANTA LIDIA

 

 




27 – DE MARZO - LUNES –

5ª SEMANA DE CUARESMA – A

SANTA LIDIA

 

Lectura del libro de Daniel (13,1-9.15-17.19-30.33-62):

 

EN aquellos días, vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín, casado con Susana, hija de Jelcías, mujer muy bella y temerosa del Señor.

Sus padres eran justos y habían educado a su hija según la ley de Moisés. Joaquín era muy rico y tenía un jardín junto a su casa; y como era el más respetado de todos, los judíos solían reunirse allí.

Aquel año fueron designados jueces dos ancianos del pueblo, de esos que el Señor denuncia diciendo:

«En Babilonia la maldad ha brotado de los viejos jueces, que pasan por guías del pueblo».

Solían ir a casa de Joaquín, y los que tenían pleitos que resolver acudían a ellos.

A mediodía, cuando la gente se marchaba, Susana salía a pasear por el jardín de su marido. Los dos ancianos la veían a diario, cuando salía a pasear, y sintieron deseos de ella.

Pervirtieron sus pensamientos y desviaron los ojos para no mirar al cielo, ni acordarse de sus justas leyes.

Sucedió que, mientras aguardaban ellos el día conveniente, salió ella como los tres días anteriores sola con dos criadas, y tuvo ganas de bañarse en el jardín, porque hacía mucho calor. No había allí nadie, excepto los dos ancianos escondidos y acechándola.

Susana dijo a las criadas:

«Traedme el perfume y las cremas y cerrad la puerta del jardín mientras me baño».

Apenas salieron las criadas, se levantaron los dos ancianos, corrieron hacia ella y le dijeron:

«Las puertas del jardín están cerradas, nadie nos ve, y nosotros sentimos deseos de ti; así que consiente y acuéstate con nosotros. Si no, daremos testimonio contra ti diciendo que un joven estaba contigo y que por eso habías despachado a las criadas».

Susana lanzó un gemido y dijo:

«No tengo salida: si hago eso, mereceré la muerte; si no lo hago, no escaparé de vuestras manos. Pero prefiero no hacerlo y caer en vuestras manos antes que pecar delante del Señor».

Susana se puso a gritar, y los dos ancianos, por su parte, se pusieron también a gritar contra ella. Uno de ellos fue corriendo y abrió la puerta del jardín.

Al oír los gritos en el jardín, la servidumbre vino corriendo por la puerta lateral a ver qué le había pasado. Cuando los ancianos contaron su historia, los criados quedaron abochornados, porque Susana nunca había dado que hablar.

Al día siguiente, cuando la gente vino a casa de Joaquín, su marido, vinieron también los dos ancianos con el propósito criminal de hacer morir a Susana. En presencia del pueblo ordenaron:

«Id a buscar a Susana, hija de Jelcías, mujer de Joaquín».

Fueron a buscarla, y vino ella con sus padres, hijos y parientes.

Toda su familia y cuantos la veían lloraban.

Entonces los dos ancianos se levantaron en medio de la asamblea y pusieron las manos sobre la cabeza de Susana.

Ella, llorando, levantó la vista al cielo, porque su corazón confiaba en el Señor.

Los ancianos declararon:

«Mientras paseábamos nosotros solos por el jardín, salió esta con dos criadas, cerró la puerta del jardín y despidió a las criadas. Entonces se le acercó un joven que estaba escondido y se acostó con ella.

Nosotros estábamos en un rincón del jardín y, al ver aquella maldad, corrimos hacia ellos. Los vimos abrazados, pero no pudimos sujetar al joven, porque era más fuerte que nosotros, y, abriendo la puerta, salió corriendo.

En cambio, a esta le echamos mano y le preguntamos quién era el joven, pero no quiso decírnoslo. Damos testimonio de ello».

Como eran ancianos del pueblo y jueces, la asamblea los creyó y la condenó a muerte.

Susana dijo gritando:

«Dios eterno, que ves lo escondido, que lo sabes todo antes de que suceda, tú sabes que han dado falso testimonio contra mí, y ahora tengo que morir, siendo inocente de lo que su maldad ha inventado contra mí».

Y el Señor escuchó su voz.

Mientras la llevaban para ejecutarla, Dios suscitó el espíritu santo en un muchacho llamado Daniel; y este dio una gran voz:

«Yo soy inocente de la sangre de esta».

Toda la gente se volvió a mirarlo, y le preguntaron:

«Qué es lo que estás diciendo?».

Él, plantado en medio de ellos, les contestó:

«Pero ¿estáis locos, hijos de Israel? ¿Conque, sin discutir la causa ni conocer la verdad condenáis a una hija de Israel? Volved al tribunal, porque esos han dado falso testimonio contra ella».

La gente volvió a toda prisa, y los ancianos le dijeron:

«Ven, siéntate con nosotros e infórmanos, porque Dios mismo te ha dado la ancianidad».

Daniel les dijo:

«Separadlos lejos uno del otro, que los voy a interrogar».

Cuando estuvieron separados el uno del otro, él llamó a uno de ellos y le dijo:

«¡Envejecido en días y en crímenes! Ahora vuelven tus pecados pasados, cuando dabas sentencias injustas condenando inocentes y absolviendo culpables, contra el mandato del Señor: “No matarás al inocente ni al justo”. Ahora, puesto que tú la viste, dime debajo de qué árbol los viste abrazados».

Él contestó:

«Debajo de una acacia».

Respondió Daniel:

«Tu calumnia se vuelve contra ti. Un ángel de Dios ha recibido ya la sentencia divina y te va a partir por medio».

Lo apartó, mandó traer al otro y le dijo:

«Hijo de Canaán, y no de Judá! La belleza te sedujo y la pasión pervirtió tu corazón. Lo mismo hacíais con las mujeres israelitas, y ellas por miedo se acostaban con vosotros; pero una mujer judía no ha tolerado vuestra maldad. Ahora dime: ¿bajo qué árbol los sorprendiste abrazados?».

Él contestó:

«Debajo de una encina».

Replicó Daniel:

«Tu calumnia también se vuelve contra ti. el ángel de Dios aguarda con la espada para dividirte por medio. Y así acabará con vosotros».

Entonces toda la asamblea se puso a gritar bendiciendo a Dios, que salva a los que esperan en él. Se alzaron contra los dos ancianos, a quienes Daniel había dejado convictos de falso testimonio por su propia confesión, e hicieron con ellos lo mismo que ellos habían tramado contra el prójimo. Les aplicaron la ley de Moisés y los ajusticiaron.

Aquel día se salvó una vida inocente.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 22,1-3a.3b-4.5.6

 

R/. Aunque camine por cañadas oscuras,

nada temo, porque tú vas conmigo

 

V/. El Señor es mi pastor, nada me falta:

en verdes praderas me hace recostar;

me conduce hacia fuentes tranquilas

y repara mis fuerzas. R/.

 

V/. Me guía por el sendero justo,

por el honor de su nombre.

Aunque camine por cañadas oscuras,

nada temo, porque tú vas conmigo:

tu vara y tu cayado me sosiegan. R/.

 

V/. Preparas una mesa ante mí,

enfrente de mis enemigos;

me unges la cabeza con perfume,

y mí copa rebosa. R/.

 

V/. Tu bondad y tu misericordia me acompañan

todos los días de mi vida,

y habitaré en la casa del Señor

por años sin término. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (8,1-11):

 

EN aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.

Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:

«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».

Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.

Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.

Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:

«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».

E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.

Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.

Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.

Jesús se incorporó y le preguntó:

«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».

Ella contestó:

«Ninguno, Señor».

Jesús dijo:

«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».

 

Palabra del Señor

 

1.  Lo más evidente que aparece en este relato es el "machismo" violento e hipócrita que imperaba en aquella sociedad: Los hombres quieren matar a una adúltera, pero, al menos por lo que sabemos, jamás las mujeres habrían pretendido apedrear a un adúltero. Eso no se le pasaba a nadie por la cabeza.

La prepotencia de los hombres, en las sociedades androcéntricas y patriarcales, se traduce inevitablemente en violencia. Violencia humillante para las mujeres. Y sobre todo violencia mortal. Lo más triste es que, después de tantos siglos de fe y de religión, esta espantosa historia sigue adelante. Y la religión sigue sin excomulgar a esos asesinos.

 

2. Pero quizá más irritante que el "machismo" es, en este episodio, la "hipocresía". La ley de Moisés, a la que aludían los letrados y fariseos, está en dos textos del A. T.: "Si uno comete adulterio con la mujer de su prójimo, los dos adúlteros son reos de muerte" (Lev 20, 10): "Si sorprenden a uno acostado con la mujer de otro, han de morir los dos: el que se acostó con ella y la mujer. Así extirparás la maldad de ti" (Deut 22, 22).

De verdad es irritante que, si la ley decía esto y si además todos aquellos individuos eran adúlteros, y ellos lo sabían, - ¿cómo es imaginable tanta desvergüenza para ir a denunciar a una mujer, acusándola de lo que ellos venían haciendo?

 

3. Los "profesionales" de la religión, cuando son hombres con "oficio", son, a veces, censores y jueces de miserias y desvergüenzas de las que ellos son asiduos practicantes. Y ocurre, a veces, que lo hacen con tal naturalidad, que ni se dan cuenta de la contradicción en que viven. Al menos, eso es lo que viene a decir este relato.

Con frecuencia, los clérigos pederastas predican severos sermones contra las inmoralidades sexuales. La ley de Moisés no habla de "pecados", sino de "delitos", que el delincuente los tiene que pagar muy caros. "Así se extirpa la maldad".

Jesús no quiso que mataran a la mujer. Pero dejó intacta aquella ley. Porque el problema no estaba en la ley -que trataba igual al hombre que a la mujer-, sino en el cinismo, la maldad y la hipocresía de los hombres, que utilizaban a las mujeres, las humillaban y luego, si podían, las mataban.

¿Y no nos indigna que estas viejas tradiciones sigan teniendo manifestaciones de estar vivas todavía, a estas alturas?

 

4.  El Señor vuelve al Templo de mañana para enseñar a su pueblo, pero los estudiosos de la Ley y los detentores de la santidad se acercan a él no para acoger su enseñanza, sino para «ponerle a prueba». Aquellos escribas y fariseos le presentan a una mujer sorprendida en adulterio a quien la ley manda lapidar y le preguntan qué deben hacer. Si Jesús se lo impide, no atiende a la ley de Moisés. Pero si, por el contrario, manda que se cumpla, arruina la fama de misericordioso que había escandalizado a escribas y fariseos: «Este come con publicanos y pecadores» (Mc 2,16). En el fondo de esta prueba se da algo propio de nuestra cultura: separar y enfrentar misericordia y justicia.

Jesús no responde directamente a su pregunta, sino que se inclina y escribe en el suelo. Solo ante su insistencia, les dice: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». Con sus palabras, los sitúa ante su propio pecado. Escribas y fariseos acudían a Jesús reclamando justicia según la ley, y él les responde que solo reconociéndose pecadores podrán situarse bien ante la justicia y la misericordia. Se van marchando. Al final, quedan el único inocente, Jesús, y la mujer pecadora. Solo él puede condenarla con justicia, pero no lo hace. Su misericordia la perdona. Sin justicia, no habría misericordia para superarla. Y sin conciencia de pecado, tampoco la comprenderíamos bien.

 

Stª – LIDIA

 



Martirologio Romano: Conmemoración de santa Lidia de Tiatira, vendedora de púrpura, que fue la primera que creyó en el Evangelio en Filipos, en Macedonia, cuando lo predicó el apóstol san Pablo (s. I).

Ser el primero en hacer algo es un modo seguro de hacer que tu nombre figure en el libro de los récords. La primera persona en dar la vuelta al globo. La primera persona en correr la milla en menos de tres minutos. La primera persona en llegar al Polo Sur. Lidia también fue una de las primeras. Su familia fue la primera en Europa en convertirse al cristianismo y ser bautizada.

Lidia era una comerciante de púrpuras. Eso podría no significar mucho para nosotros hoy en día, pero en el siglo primero eso significaba que era una mujer muy rica. Dado que el tinte de la púrpura se extraía con muchas dificultades de cierto molusco, sólo una elite podía permitirse tener telas teñidas de ese color. Una mercader que vendiera ese tinte tan extremadamente costoso era rica, se mirase como se mirase.

La riqueza se cita a menudo como uno de los principales obstáculos al crecimiento espiritual.

Se nos advierte que "es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de los Cielos". Eso no significa, sin embargo, que ser pobre te haga mejor automáticamente. Una persona pobre que acumula unas pocas posesiones no es mejor que una persona rica que acumula muchas. No hay indicaciones de que Lidia abandonara su negocio tras convertirse al cristianismo. Pero hay muchas pruebas de que utilizó su fortuna sabiamente.

Entendió que el valor real de la riqueza reside en el modo en que la usas, no en cuánto tienes.

 

 

 

 

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