9 – DE MARZO
– JUEVES –
2ª
SEMANA DE CUARESMA – A
Santa
Francisca Romana, mártir
Lectura del libro de Jeremías
(17,5-10):
Esto dice el
Señor:
ESTO dice el Señor:
«Maldito quien confía en el hombre, y busca el apoyo de las criaturas,
apartando su corazón del Señor.
Será como cardo en la estepa,
que nunca recibe la lluvia;
habitará en un árido desierto,
tierra salobre e inhóspita.
Bendito quien confía en el Señor y pone
en el Señor su confianza.
Será un árbol plantado junto al agua,
que alarga a la corriente sus raíces; no teme la llegada del estío, su follaje
siempre está verde; en año de sequía no se inquieta, ni dejará por eso de dar
fruto.
Nada hay más falso y enfermo
que el corazón: ¿quién lo conoce?
Yo, el Señor, examino el corazón,
sondeo el corazón de los hombres
para pagar a cada cual su conducta según el fruto de sus acciones».
Palabra de Dios
Salmo: 1,1-2.3.4.6
R/. Dichoso el hombre
que ha puesto su confianza en el Señor
V/. Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche. R/.
V/. Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin. R/.
V/. No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos acaba mal. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas
(16,19-31):
EN aquel
tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
«Había un hombre rico que se vestía de
púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba
echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía
de la mesa del rico.
Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió que murió el mendigo, y fue
llevado por los ángeles al seno de Abrahán.
Murió también el rico y fue enterrado.
Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de
lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo:
“Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda
a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me
torturan estas llamas”.
Pero Abrahán le dijo:
“Hijo, recuerda que recibiste tus bienes
en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado,
mientras que tú eres atormentado.
Y, además, entre nosotros y vosotros se
abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia
vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”.
Él dijo:
“Te ruego, entonces, padre, que le
mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de
estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”.
Abrahán le dice:
“Tienen a Moisés y a los profetas: que
los escuchen”.
Pero él le dijo:
“No, padre Abrahán. Pero si un muerto va
a ellos, se arrepentirán”.
Abrahán le dijo:
“Si no escuchan a Moisés y a los
profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”».
Palabra del Señor
1. Se puede asegurar que esta
parábola es una de las más características en el conjunto de las parábolas
evangélicas. Porque en ella se lleva hasta el extremo el "corte" con
lo normal o cotidiano. Un corte, en el que el "elemento de sorpresa o de
estupor" (D. O. Via) rebasa el realismo de lo que vivimos o, mejor dicho,
de lo que nos imaginamos que vivimos. Y es que, en esta historia, la
"extravagancia" o la "impertinencia" del relato (P.
Ricoeur) nos lleva a darnos de cara con una situación tan extraña, que da qué
pensar (W. Harnisch). Y así nos enfrenta a la brutal contradicción de nuestro
tiempo y de nuestra rebelde "civilización".
2. La cosa se comprende
enseguida. El rico "epulón", es decir, el que "come y se regala
mucho", sigue vivo. Y ha llegado al exceso de sus orgías. No es ningún individuo
en concreto. Es nuestro sistema económico.
Si por algo se caracteriza este sistema
es por la desigualdad que produce entre los habitantes del planeta. Por eso se
puede afirmar que se trata de una "economía canalla" (Loretta
Napoleoni).
Sabemos que hoy en día, el 1% de la población mundial acumula más riqueza
que el 99% de los seres humanos que vivimos en el planeta Tierra (Oxfam; Credit
Suisse).
Ya no se trata del rico epulón contra el pobre Lázaro. Lo terrible es que el rico epulón tiene más riqueza que todo el resto de la humanidad entera, si la cuenta se hace en tantos por ciento. Así estamos ahora mismo.
3. "Economía" viene
de "oikos" ("casa") y "nomos"
("norma"). La economía es la "norma de la casa". En la
"aldea global", que es nuestro mundo", nuestra casa, la norma
que lo regula todo ha dispuesto que una minoría de la población mundial podamos
comer en exceso y vestirnos de acuerdo con lo que las marcas y las pasarelas
disponen cada temporada, al tiempo que se nos televisan en directo las guerras,
los atentados terroristas, los terremotos, los tsunamis, las hambrunas, los
campamentos de refugiados.
Todo eso es Lázaro lamido en sus carnes
por perros asquerosos. Y lo peor es que no sabemos qué demonios tiene este
sistema, pero el hecho es que nuestra indiferencia ante la agonía de mil
millones de criaturas es exactamente igual que la indiferencia del rico aquel
el día que Lázaro se murió en su portal. Y conste que la enseñanza final es lo
más tremendo que hay en esta parábola: Quienes disfrutan de la riqueza, viven
tan obsesionados con seguir en su bienestar que, aunque llegue el día en que se
levanten los muertos de los cementerios y vengan a decirnos que esto no puede
seguir así, no les haremos caso.
Cuando, según el evangelio de Juan,
Jesús resucitó a Lázaro, los dirigentes del Sanedrín, en Jerusalén, en vez de
convertirse, lo que decidieron fue matar a Jesús (Jn 11).
La parábola de Lucas se cumplió en Juan
al pie de la letra. EL EVANGELIO AVISA.
4.
Hoy nos propone el evangelio la parábola «del rico Epulón y el pobre
Lázaro». El nombre Epulón no aparece en el texto, sino que es un cultismo que
procede del latín epulo, epulonis, que significa comilón. El pobre Lázaro no
obtiene siquiera las migas de lo que le sobra al rico. Pero esta situación de
sufrimiento lacerante no es definitiva: Dios tiene previsto que en la eternidad
se inviertan los papeles, de modo que el pobre sea llevado con Abrahán y el
egoísta que no compartió sus bienes sea atormentado. Esta parábola nos enseña
muchas cosas: que la situación presente del mundo es provisional, reversible;
que Dios hará justicia y pondrá a cada uno en el sitio que haya merecido; que
«muchos últimos serán primeros» y viceversa (cf. Mt 19); e incluso apunta a que
es posible la condenación perpetua. Nos ayuda a entender que no hemos de
esperar que Dios intervenga en nuestra vida de manera extraordinaria para evitar
nuestra perdición: ya tenemos «a Moisés y a los profetas», ya tenemos medios
suficientes para saber lo que tenemos que hacer.
Cuando Jesús presenta a Lázaro como un
pobre llagado que implora compasión, ¿no estaba anunciándonos lo que él mismo
viviría en su pasión al decir «tengo sed» ?, ¿no estaba prediciendo la
incredulidad del mundo en su resurrección al poner en boca de Dios «tampoco se convencerán,
aunque un muerto resucite»?
Santa Francisca Romana, mártir
Francisca nació en Roma en el año 1384. Y en
cada año, el 9 de marzo, llegan cantidades de peregrinos a visitar su tumba en
el Templo que a ella se le ha consagrado en Roma y a visitar el convento que
ella fundó allí mismo y que se llama "Torre de los Espejos".
Sus padres eran sumamente ricos y muy
creyentes (quedarán después en la miseria en una guerra por defender al Sumo
Pontífice) y la niña creció en medio de todas las comodidades, pero muy bien
instruida en la religión. Desde muy pequeñita su mayor deseo fue ser religiosa,
pero los papás no aceptaron esa vocación, sino que le consiguieron un novio de
una familia muy rica y con él la hicieron casar.
Francisca, aunque amaba inmensamente a su
esposo, sentía la nostalgia de no poder dedicar su vida a la oración y a la
contemplación, en la vida religiosa. Un día su cuñada, llamada Vannossa, la vio
llorando y le preguntó la razón de su tristeza. Francisca le contó que ella
sentía una inmensa inclinación hacia la vida religiosa pero que sus padres la
habían obligado a formar un hogar. Entonces la cuñada le dijo que a ella le
sucedía lo mismo, y le propuso que se dedicaran a las dos vocaciones: ser unas
excelentes madres de familia, y a la vez, dedicar todos los ratos libres a
ayudar a los pobre y enfermos, como si fueran dos religiosas. Y así lo
hicieron. Con el consentimiento de sus esposos, Francisca y Vannossa se
dedicaron a visitar hospitales y a instruir gente ignorante y a socorrer
pobres. La suegra quería oponerse a todo esto, pero los dos maridos al ver que
ellas en el hogar eran tan cuidadosas y tan cariñosas, les permitieron seguir
en esta caritativa acción. Pronto Francisca empezó a ganarse la simpatía de las
gentes de Roma por su gran caridad para con los enfermos y los pobres. Ella
tuvo siempre la cualidad especialísima de hacerse querer por la gente. Fue un
don que le concedió el Espíritu Santo.
En más de 30 años que Francisca vivió con su
esposo, observó una conducta verdaderamente edificante. Tuvo tres hijos a los
cuales se esmeró por educar muy religiosamente. Dos de ellos murieron muy
jóvenes, y al tercero lo guio siempre, aun después de que él se casó, por el
camino de todas las virtudes.
A Francisca le agradaba mucho dedicarse
a la oración, pero le sucedió muchas veces que estando orando la llamó su
marido para que la ayudara en algún oficio, y ella suspendía inmediatamente su
oración y se iba a colaborar en lo que era necesario. Veces hubo que tuvo que
suspender cinco veces seguidas una oración, y lo hizo prontamente. Ella
repetía: "Muy buena es la oración, pero la mujer casada tiene que
concederles enorme importancia a sus deberes caseros".
Dios permitió que a esta santa mujer le
llegaran las más desesperantes tentaciones. Y a todas resistió dedicándose a la
oración y a la mortificación y a las buenas lecturas, y a estar siempre muy
ocupada. Su familia, que había sido sumamente rica, se vio despojada sus bienes
en una terrible guerra civil. Como su esposo era partidario y defensor del Sumo
Pontífice, y en la guerra ganaron los enemigos del Papa, su familia fue
despojada de sus fincas y palacios. Francisca tuvo que irse a vivir a una
casona vieja, y dedicarse a pedir limosna de puerta en puerta para ayudar a los
enfermos de su hospital. Y además de todo esto le llegaron muy dolorosas
enfermedades que le hicieron padecer por años y años. Ella sabía muy bien que
estaba cosechando premios para el cielo.
Su hijo se casó con una muchacha muy bonita
pero terriblemente malgeniada y criticona. Esta mujer se dedicó a atormentarle
la vida a Francisca y a burlarse de todo lo que la santa hacía y decía. Ella
soportaba todo en silencio y con gran paciencia. Pero de pronto la nuera cayó
gravemente enferma y entonces Francisca se dedicó a asistirla con una caridad
impresionantemente exquisita. La joven se curó de la enfermedad del cuerpo y
quedó curada también de la antipatía que sentía hacia su suegra. En adelante
fue su gran amiga y admiradora.
Francisca obtenía admirables milagros de Dios
con sus oraciones. Curaba enfermos, alejaba malos espíritus, pero sobre todo conseguía
poner paz entre gentes que estaban peleadas y lograba que muchos que antes se
odiaban, empezaran a amarse como buenos amigos. Por toda Roma se hablaba de los
admirables efectos que esta santa mujer conseguía con sus palabras y oraciones.
Muchísimas veces veía a su ángel de la guarda y dialogaba con él.
Francisca fundó una comunidad de religiosas
seglares dedicadas a atender a los más necesitados. Les puso por nombre
"Oblatas de María", y su casa principal, que existe todavía en Roma,
fue un edificio que se llamaba "Torre de los Espejos". Sus religiosas
vestían como señoras respetables. No tenían hábito especial.
Nombró como superiora a una mujer de toda su
confianza, pero cuando Francisca quedó viuda entró también ella de religiosa, y
por unanimidad las religiosas la eligieron superiora general. En la comunidad
tomó por nombre Francisca Romana".
Había recibido de Dios la eficacia de la
palabra y por eso acudían a ella numerosas personas para pedirle que les
ayudara a solucionar los problemas de sus familias. El Espíritu Santo le
concedió el don de consejo, por el cual sus palabras guiaban fácilmente a las
personas a conseguir la solución de sus dificultades.
Cuando llegaban las epidemias, ella misma
llevaba a los enfermos al hospital, lo atendía, les lavaba la ropa y la
remendaba, y como en tiempo de contagio era muy difícil conseguir confesores,
ella pagaba un sueldo especial a varios sacerdotes para que se dedicaran a
atender espiritualmente a los enfermos.
Francisca ayunaba a pan y agua muchos días.
Dedicaba horas y horas a la oración y a la meditación, y Dios empezó a
concederle éxtasis y visiones. Consultaba todas las dudas de su alma con un
director espiritual, y llegó a tal grado de amabilidad en su trato, que bastaba
tratar con ella una sola vez para quedar ya amigos para siempre. A las personas
que sabía que hablaban mal de ella, les prodigaba mayor amabilidad.
Estaba gravemente enferma, y el 9 de marzo de
1440 su rostro empezó a brillar con una luz admirable. Entonces pronunció sus
últimas palabras: "El ángel del Señor me manda que lo siga hacia las
alturas". Luego quedó muerta, pero parecía alegremente dormida.
Tan pronto se supo la noticia de su muerte,
corrió hacia el convento una inmensa multitud. Muchísimos pobres iban a
demostrar su agradecimiento por los innumerables favores que les había hecho.
Muchos llevaban enfermos para que les permitieran acercarlos al cadáver de la
santa, y así pedir la curación por su intercesión. Los historiadores dicen que
"toda la ciudad de Roma se movilizó", para asistir a los funerales de
Francisca.
Fue sepultada en la iglesia parroquial, y al
conocerse la noticia de que junto a su cadáver se estaban obrando milagros,
aumentó mucho más la concurrencia a sus funerales. Luego su tumba se volvió tan
famosa que aquel templo empezó a llamarse y se le llama aún ahora: La Iglesia
de Santa Francisca Romana.
Cada 9 de marzo llegan numerosos peregrinos a
pedirle a Santa Francisca unas gracias que nosotros también nos conviene pedir
siempre: que nos dediquemos con todas nuestras fuerzas a cumplir cada día los
deberes que tenemos en nuestro hogar, y que nos consagremos con toda la
generosidad posible a ayudar a los pobres y necesitados y a ser
extraordinariamente amables con todos. Santa Francisca: ruégale al buen Dios
que así sea.
He aquí la descripción de una mujer
admirable. "Que las gentes comenten sus muchas buenas obras" (S.
Biblia. Proverbios 31).
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