7 – DE MARZO
– MARTES –
2ª
SEMANA DE CUARESMA – A
Stª.
FELICIDAD Y Stª. PERPETUA
Lectura del libro de Isaías
(1,10.16-20):
OÍD la palabra
del Señor, príncipes de Sodoma, escucha la enseñanza de nuestro Dios, pueblo de
Gomorra.
«Lavaos, purificaos, apartad de mi vista
vuestras malas acciones.
Dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien. Buscad la justicia,
socorred al oprimido, proteged el derecho del huérfano, defended a la
viuda.
Venid entonces, y discutiremos
—dice el Señor—.
Aunque vuestros pecados sean como
escarlata, quedarán blancos como nieve; aunque sean rojos como la púrpura,
quedarán como lana.
Si sabéis obedecer, comeréis de los
frutos de la tierra; si rehusáis y os rebeláis, os devorará la espada —ha
hablado la boca del Señor—».
Palabra de Dios
Salmo: 49,8-9.16bc-17.21.23
R/. Al que sigue buen camino
le haré ver la salvación de Dios
V/. No te reprocho tus sacrificios,
pues siempre están tus holocaustos ante mí.
Pero no aceptaré un becerro de tu casa,
ni un cabrito de tus rebaños. R/.
V/. ¿Por qué recitas mis preceptos
y tienes siempre en la boca mi alianza,
tú que detestas mi enseñanza
y te echas a la espalda mis mandatos? R/.
V/. Esto haces, ¿y me voy a callar?
¿Crees que soy como tú?
Te acusaré, te lo echaré en cara.
El que me ofrece acción de gracias,
ése me honra;
al que sigue buen camino
le haré ver la salvación de Dios». R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo
(23,1-12):
EN aquel
tiempo, Jesús habló a la gente y a los discípulos, diciendo:
«En la cátedra de Moisés se han sentado
los escribas y los fariseos: haced y cumplid todo lo que os digan; pero no
hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen.
Lían fardos pesados y se los cargan a la
gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para
empujar.
Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y
agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes
y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias en las
plazas y que la gente los llame “rabbí”.
Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar
“rabbí”, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos.
Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro
Padre, el del cielo.
No os dejéis llamar maestros, porque uno
solo es vuestro maestro, el Mesías.
El primero entre vosotros será vuestro
servidor.
El que se enaltece será humillado, y el
que se humilla será enaltecido».
Palabra del Señor
1. Se ha discutido mucho la
autenticidad de este discurso que Mateo pone en boca de Jesús. Sobre todo,
porque se ha visto aquí una manifestación muy dura del antisemitismo que tanto
condicionó al cristianismo naciente. Sin embargo, es importante tener en cuenta
que Jesús aquí no ataca al pueblo judío en general, sino a un grupo muy
concreto de sus dirigentes. Por lo demás, se sabe que este estilo, de ataque
duro y directo, era frecuente en las diatribas literarias de aquel tiempo, por
ejemplo, en Plutarco o Filón de Alejandría (L. Johnson).
2. Aunque el autor del
evangelio de Mateo seguramente retocó algunas de las expresiones o el orden del
discurso, lo que aquí queda claro es que Jesús no tolera, en los dirigentes
religiosos, cuatro cosas que ahora hay gente que las ve con cierta naturalidad
resignada:
1) Las obligaciones pesadas que los
dirigentes pretenden imponer a la gente.
2) Las vestimentas que se ponen para
distinguirse del resto de los mortales.
3) Los puestos de honor que les gusta
ocupar en los actos públicos.
4) Los títulos que ostentan y con los
que desean ser reconocidos.
3. Esta ostentación, esta
imagen recubierta de boato y solemnidad, no es mera cuestión de vanidad
infantil, de pretensión de prestigio y de frivolidad. No. No puede serlo.
Al ser dirigentes de la Iglesia y
representantes de Dios, no parece que eso sea lo más adecuado para cumplir con
su sagrada y solemne misión. Toda esa pompa y ese boato es el gran engaño, la
gran mentira, que solo sirve para ocultar miserias humanas.
Además, así no es posible actuar como
representantes de Jesús, ni del Dios de Jesús. Porque lo sensible tiene más
poder, en nuestras vidas y formas de conducta, que las más sublimes ideas.
Los dirigentes eclesiásticos, que actúan
de esta manera, desobedecen al Evangelio. Y no es justificante que eso es lo
que prescribe el ritual o las rúbricas de la liturgia. Dios no quiere eso. Jesús
lo prohíbe expresamente. Y lo asombroso es que la gran mayoría de los
cristianos vemos todo eso como la cosa más natural del mundo, cuando en
realidad es un auténtico esperpento.
4.
«El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido».
En esta sencilla máxima puede resumirse el evangelio de hoy. Jesucristo no
quiere que tengamos una actitud arrogante con los demás, ni que seamos
orgullosos o altivos. Por eso le disgusta que los fariseos –que eran muy
respetados por las personas sencillas–, abusando de esta autoridad y
ascendencia que tenían ante la gente, obraran de esa manera: mandan y prohíben
cosas que ellos no cumplen, desean ser encumbrados y tratados con una gran
dignidad, y miran por encima del hombro a los demás, como si fueran superiores.
San Pablo dice en la carta a los Filipenses respecto de Jesús: «A pesar de su
condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, sino que se despojó
de su rango». Es decir, si alguien tenía razón para presumir, para colocarse
por encima de los demás, ese era Jesús, pero quiso hacer lo contrario: asumir
nuestra pobre naturaleza humana, nacer en la pobreza de un pesebre, vivir 30
años en una humilde carpintería y ponerse a nuestro servicio con humildad. ¡Qué
absurdo resulta que queramos hacernos grandes los que somos pequeños, cuando el
que era todopoderoso quiso que su fuerza pasara inadvertida!
Stª. FELICIDAD Y
Stª. PERPETUA
Mártires - (año 203)
Felicidad y Perpetua. Estas dos santas
murieron martirizadas en Cartago (África) el 7 de marzo del año 203.
Perpetua era una joven madre, de 22 años, que tenía un niñito de pocos meses.
Pertenecía a una familia rica y muy estimada por toda la población. Mientras
estaba en prisión, por petición de sus compañeros mártires, fue escribiendo el
diario de todo lo que le iba sucediendo.
Felicidad era una esclava de Perpetua. Era también muy joven y en la prisión dio a
luz una niña, que después los cristianos se encargaron de criar muy bien.
Las acompañaron en su martirio unos esclavos que fueron apresados junto a
ellas, y su catequista, el diácono Sáturo, que las había instruido en la
religión y las había preparado para el bautismo. A Sáturo no lo habían apresado,
pero él se presentó voluntariamente.
Los antiguos documentos que narran el martirio de estas dos santas eran
inmensamente estimados en la antigüedad, y San Agustín dice que se leían en las
iglesias con gran provecho para los oyentes. Esos documentos narran lo
siguiente.
El año 202 el emperador Severo mandó que los que siguieran siendo cristianos
y no quisieran adorar a los falsos dioses tenían que morir.
Perpetua estaba celebrando una reunión religiosa en su casa de Cartago
cuando llegó la policía del emperador y la llevó prisionera, junto con su
esclava Felicidad y los esclavos Revocato, Saturnino y Segundo.
Dice Perpetua en su diario: "Nos echaron a la cárcel y yo quedé
consternada porque nunca había estado en un sitio tan oscuro. El calor era
insoportable y estábamos demasiadas personas en un subterráneo muy estrecho. Me
parecía morir de calor y de asfixia y sufría por no poder tener junto a mí al
niño que era tan de pocos meses y que me necesitaba mucho. Yo lo que más le
pedía a Dios era que nos concediera un gran valor para ser capaces de sufrir y
luchar por nuestra santa religión".
Afortunadamente al día siguiente llegaron dos diáconos católicos y dieron
dinero a los carceleros para que pasaran a los presos a otra habitación menos
sofocante y oscura que la anterior, y fueron llevados a una sala a donde por lo
menos entraba la luz del sol, y no quedaban tan apretujados e incómodos. Y
permitieron que le llevaran al niño a Perpetua, el cual se estaba secando de
pena y acabamiento. Ella dice en su diario: "Desde que tuve a mi pequeñín
junto a mí, y a aquello no me parecía una cárcel sino un palacio, y me sentía
llena de alegría. Y el niño también recobró su alegría y su vigor". Las
tías y la abuelita se encargaron después de su crianza y de su educación.
El jefe del gobierno de Cartago llamó a juicio a Perpetua y a sus
servidores. La noche anterior Perpetua tuvo una visión en la cual le fue dicho
que tendrían que subir por una escalera muy llena de sufrimientos, pero que al
final de tan dolorosa pendiente, estaba un Paraíso Eterno que les esperaba.
Ella narró a sus compañeros la visión que había tenido y todos se entusiasmaron
y se propusieron permanecer fieles en la fe hasta el fin.
Primero pasaron los esclavos y el diacono. Todos proclamaron ante las autoridades
que ellos eran cristianos y que preferían morir antes que adorar a los falsos
dioses.
Luego llamaron a Perpetua. El juez le rogaba que dejara la religión de
Cristo y que se pasara a la religión pagana y que así salvaría su vida. Y le
recordaba que ella era una mujer muy joven y de familia rica. Pero Perpetua
proclamó que estaba resuelta a ser fiel hasta la muerte, a la religión de
Cristo Jesús. Entonces llegó su padre (el único de la familia que no era
cristiano) y de rodillas le rogaba y le suplicaba que no persistiera en
llamarse cristiana. Que aceptara la religión del emperador. Que lo hiciera por
amor a su padre y a su hijito. Ella se conmovía intensamente, pero terminó
diciéndole: Padre, ¿cómo se llama esa vasija que hay ahí en frente? "Una
bandeja", respondió él. Pues bien: "A esa vasija hay que llamarla
bandeja, y no pocillo ni cuchara, porque es una bandeja. Y yo que soy
cristiana, no me puedo llamar pagana, ni de ninguna otra religión, porque soy
cristiana y lo quiero ser para siempre".
Y añade el diario escrito por Perpetua: "Mi padre era el único de mi
familia que no se alegraba porque nosotros íbamos a ser mártires por
Cristo".
El juez decretó que los tres hombres serían llevados al circo y allí delante
de la muchedumbre serían destrozados por las fieras el día de la fiesta del
emperador, y que las dos mujeres serían echadas amarradas ante una vaca furiosa
para que las destrozara. Pero había un inconveniente: que Felicidad iba a ser
madre, y la ley prohibía matar a la que ya iba a dar a luz. Y ella sí deseaba
ser martirizada por amor a Cristo. Entonces los cristianos oraron con fe, y
Felicidad dio a luz una linda niña, la cual le fue confiada a cristianas
fervorosas, y así ella pudo sufrir el martirio. Un carcelero se burlaba
diciéndole: "Ahora se queja por los dolores de dar a luz. ¿Y cuándo le
lleguen los dolores del martirio qué hará? Ella le respondió: "Ahora soy
débil porque la que sufre es mi pobre naturaleza. Pero cuando llegue el
martirio me acompañará la gracia de Dios, que me llenará de fortaleza".
A los condenados a muerte se les permitía hacer una Cena de Despedida.
Perpetua y sus compañeros convirtieron su cena final en una Cena Eucarística.
Dos santos diáconos les llevaron la comunión, y después de orar y de animarse
unos a otros se abrazaron y se despidieron con el beso de la paz. Todos estaban
a cuál de animosos, alegremente dispuestos a entregar la vida por proclamar su
fe en Jesucristo.
A los esclavos los echaron a las fieras que los destrozaron y ellos
derramaron así valientemente su sangre por nuestra religión.
Antes de llevarlos a la plaza los soldados querían que los hombres entraran
vestidos de sacerdotes de los falsos dioses y las mujeres vestidas de
sacerdotisas de las diosas de los paganos. Pero Perpetua se opuso fuertemente y
ninguno quiso colocarse vestidos de religiones falsas.
El diácono Sáturo había logrado convertir al cristianismo a uno de los
carceleros, llamado Pudente, y le dijo: "Para que veas que Cristo sí es
Dios, te anuncio que a mí me echarán a un oso feroz, y esa fiera no me hará
ningún daño". Y así sucedió: lo amarraron y lo acercaron a la jaula de un
oso muy agresivo. El feroz animal no le quiso hacer ningún daño, y en cambio sí
le dio un tremendo mordisco al domador que trataba de hacer que se lanzara contra
el santo diácono. Entonces soltaron a un leopardo y éste de una dentellada
destrozó a Sáturo. Cuando el diácono estaba moribundo, untó con su sangre un
anillo y lo colocó en el dedo de Pudente y este aceptó definitivamente volverse
cristiano.
A Perpetua y Felicidad las envolvieron dentro de una malla y las
colocaron en la mitad de la plaza, y soltaron una vaca bravísima, la cual las
corneó sin misericordia. Perpetua únicamente se preocupaba por irse arreglando
los vestidos de manera que no diera escándalo a nadie por parecer poco
cubierta. Y se arreglaba también los cabellos para no aparecer despeinada como
una llorona pagana. La gente emocionada al ver la valentía de estas dos jóvenes
madres pidió que las sacaran por la puerta por donde llevaban a los gladiadores
victoriosos. Perpetua, como volviendo de un éxtasis, preguntó: ¿Y dónde está
esa tal vaca que nos iba a cornear?
Pero luego ese pueblo cruel pidió que las volvieran a traer y que les
cortaran la cabeza allí delante de todos. Al saber esta noticia, las dos
jóvenes valientes se abrazaron emocionadas, y volvieron a la plaza. A Felicidad
le cortaron la cabeza de un machetazo, pero el verdugo que tenía que matar a
Perpetua estaba muy nervioso y equivocó el golpe. Ella dio un grito de dolor,
pero extendió bien su cabeza sobre el cepo y le indicó al verdugo con la mano,
el sitio preciso de su cuello donde debía darle el machetazo. Así esta mujer
valerosa hasta el último momento demostró que si moría mártir era por su propia
voluntad y con toda generosidad.
Estas dos mujeres, la una rica e instruida y la otra humilde y sencilla
sirvienta, jóvenes esposas y madres, que en la flor de la vida prefirieron
renunciar a los goces de un hogar, con tal de permanecer fieles a la religión
de Jesucristo, ¿qué nos enseñarán a nosotros? Ellas sacrificaron un medio siglo
que les podía quedar de vida en esta tierra y llevan más de 17 siglos gozando
en el Paraíso eterno. ¿Qué renuncias nos cuesta nuestra religión? ¿En verdad,
ser amigos de Cristo nos cuesta alguna renuncia? Cristo sabe pagar muy bien lo
que hacemos y renunciamos por El.
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