31 – DE
MARZO - VIERNES –
5ª
SEMANA DE CUARESMA – A
SAN BENJAMÍN
Lectura del libro de Jeremías (20,10-13):
OÍA la
acusación de la gente:
«“Pavor-en-torno”, delatadlo, vamos a
delatarlo».
Mis amigos acechaban mi traspié:
«A ver si, engañado, lo sometemos y podemos vengarnos de él». Pero el Señor es mi fuerte defensor: me persiguen, pero tropiezan impotentes.
Acabarán avergonzados de su fracaso, con sonrojo eterno que no se olvidará.
Señor del universo, que examinas al honrado y sondeas las entrañas y el corazón, ¡que yo vea tu venganza sobre ellos, pues te he encomendado mi causa!
Cantad al Señor, alabad al Señor, que libera la vida del pobre de las manos de gente perversa.
Palabra de Dios
Salmo: 17,2-3a.3bc-4.5-6.7
R/. En el peligro invoqué al Señor, y me
escuchó
V/. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza;
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. R/.
V/. Dios mío, peña mía, refugio mío,
escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza
y quedo libre de mis enemigos. R/.
V/. Me cercaban olas mortales,
torrentes destructores me aterraban,
me envolvían las redes del abismo,
me alcanzaban los lazos de la muerte. R/.
V/. En el peligro invoqué al Señor,
grité a mi Dios:
desde su templo él escuchó mi voz,
y mi grito llegó a sus oídos. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan
(10,31-42):
EN aquel
tiempo, los judíos agarraron piedras para apedrear a Jesús.
Él les replicó:
«Os he hecho ver muchas obras buenas por
encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?».
Los judíos le contestaron:
«No te apedreamos por una obra buena,
sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios».
Jesús les replicó:
«¿No está escrito en vuestra ley: “Yo os
digo: sois dioses”? Si la Escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la
palabra de Dios, y no puede fallar la Escritura, a quien el Padre consagró y
envió al mundo, ¿decís vosotros: “¡Blasfemas!” Porque he dicho: “Soy Hijo de
Dios”? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque
no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el
Padre está en mí, y yo en el Padre».
Intentaron de nuevo detenerlo, pero se
les escabulló de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al
lugar donde antes había bautizado Juan, y se quedó allí.
Muchos acudieron a él y decían:
«Juan no hizo ningún signo; pero todo lo
que Juan dijo de este era verdad».
Y muchos creyeron en él allí.
Palabra del Señor
1. Es evidente que la idea de Dios, que
tenía Jesús, y la que tenían los dirigentes judíos, que le veían y le oían, no
era la misma idea.
Es decir, Jesús y aquellos dirigentes no
creían en el mismo Dios. Y como no creían en el mismo Dios, no vivían ni podían
vivir, la misma religión. Ni veían la vida de la misma manera lo cual indica
con claridad que Jesús y aquellos dirigentes no se podían entender.
Aunque hablaran y discutieran de los
mismos temas, en realidad hablaban y discutían de cosas completamente
distintas. Por eso no podían coincidir. Y por eso mismo, sus diálogos nunca
fueron diálogos, sino continuos enfrentamientos.
2. Esto mismo ocurre
constantemente en la vida. Nos ocurre a todos. Porque todos tenemos "ideas
fuente", a partir de las cuales interpretamos la realidad.
Una de estas ideas es la idea de Dios
que cada cual tiene. El que es un autoritario e impositivo, sin duda alguna, es
que cree en un Dios que se define a partir de su poder indiscutible que se nos
impone. Por el contrario, el que es bondadoso, tolerante, respetuoso, es que cree
en un Dios que se explica a partir de la bondad, el respeto y la tolerancia.
3. Esto supuesto, y si vamos
más al fondo del problema, lo que aquí descubrimos es que el Dios de Abrahán
era un Dios que exigía sacrificios, rituales, derramamiento de sangre, incluso
la sangre del hijo más querido por su padre (Gen 22).
Ritos de muerte que ya había pedido
aquel Dios a Abrahán (Gen 15).
De tal Dios, nació una religión de
rituales, sacrificios, violencia y muerte.
El contraste radical de semejante
religión está en Jesús, en la vida de Jesús, en su conducta, en sus
"obras", en los "signos" que realizaba. Todo, en Jesús,
estaba encaminado y orientado a hacer el bien, a curar, a sanar, aliviar el
sufrimiento, contagiar felicidad. Esto es lo que aquellos dirigentes no
entendían. Y esto es lo que los cristianos no acabamos de entender.
Por extraño que parezca, nos va mejor
con el Dios de Abrahán y sus rituales sagrados, que con el Dios de Jesús y su
misericordia sin límites.
4.
Jesús se encuentra en Jerusalén en la fiesta de la Dedicación del
Templo. La tensión con las autoridades judías se hace cada vez más
insoportable, y en cuatro meses terminará en su pasión y muerte. El motivo de
esta tensión son las palabras y acciones de Jesús que revelan su identidad y su
misión. Lo que debería ser acogido con fe y agradecimiento es negado y
rechazado. En esta ocasión, Jesús profundiza en su misterio: «El Padre y yo
somos uno». Los judíos han comprendido su sentido perfectamente: «Siendo hombre,
te haces Dios». Sin embargo, lo consideran una pretensión blasfema y toman
piedras para lapidarle. ¡Qué tragedia! ¡Lo que debería ser motivo de admiración
y agradecimiento porque el Hijo de Dios ha tomado carne humana para redimirnos
y darnos parte en su vida de hijos es negado y rechazado! Dios nos guarde de
cerrarnos a sus misterios.
Y, aun así, Jesús les sigue ofreciendo
mediante sus palabras el camino para reconocer la verdad. Primero les invita a
considerar un texto de la Escritura: «Sois dioses». Si el hombre va a
participar de la vida divina, cuánto más lógico es que aquel que es cabeza de
ellos sea Hijo de Dios. Después, les hace considerar sus obras, para que, si al
menos no creen a sus palabras, sus milagros les abran a creer en su unidad con
el Padre. La misericordia de Jesús busca al hombre. Pero la tragedia sigue:
intentaban prenderle.
SAN BENJAMÍN
San Benjamín fue un diácono que vivió en la antigua región de Persia (hoy
Irán) y formó parte de un grupo de cristianos mártires durante la larga
persecución iniciada por el rey del Imperio sasánida Iezdegerd I, y que terminó
con su hijo y sucesor Vararane V.
El santo fue un joven de gran celo apostólico, elocuente para predicar y
caritativo con los necesitados. Además, logró muchas conversiones, incluso de
los sacerdotes seguidores de Zaratustra, profeta fundador del mazdeísmo.
Si bien el rey Iezdigerd I detuvo la persecución de cristianos llevada a
cabo por su padre Sapor II, este mandó a destruir todas sus iglesias cuando un
sacerdote cristiano de nombre Hasu, junto a sus allegados, incendiaron el
“templo del fuego”, principal objeto del culto de los persas.
Por ello fueron arrestados el Obispo Abdas, los presbíteros Hasu y Isaac, un
subdiácono y dos laicos. Después fueron condenados a muerte por negarse a
reconstruir el templo y se inició una persecución general que duró cuarenta
años.
A estos mártires se suma el diácono Benjamín, quien fue golpeado y después
encarcelado por 1 año pese a no haber participado del incendio. Salió en libertad
gracias al embajador de Constantinopla, quien prometió que el santo se
abstendría de hablar acerca de su religión.
Sin embargo, Benjamín continuó predicando el Evangelio por lo que fue
nuevamente detenido y llevado ante el rey, quien lo sometió a crueles torturas,
siendo luego decapitado.
El diácono fue martirizado cerca del 420 en Ergol (Persia) por predicar
insistentemente la palabra de Dios. Dos años más tarde con la victoria del
emperador del Imperio romano de Oriente, Teodosio II, sobre Vararane V, se
estableció la libertad de culto para los cristianos de Persia.
La Iglesia conmemora a este santo diácono el 31 de marzo.
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