lunes, 6 de marzo de 2023

Párate un momento: El Evangelio del dia 8 – DE MARZO – MIERCOLES – 2ª SEMANA DE CUARESMA – A San Juan de Dios

 

 


 

8 – DE MARZO – MIERCOLES –

2ª SEMANA DE CUARESMA – A

San Juan de Dios

 

      Lectura del libro de Jeremías (18,18-20):

 

ELLOS dijeron:

«Venga, tramemos un plan contra Jeremías porque no faltará la ley del sacerdote, ni el consejo del sabio, ni el oráculo del profeta. Venga, vamos a hablar mal de él y no hagamos caso de sus oráculos».

Hazme caso, Señor,

escucha lo que dicen mis oponentes.

¿Se paga el bien con el mal?,

¡pues me han cavado una fosa!

Recuerda que estuve ante ti,

pidiendo clemencia por ellos,

para apartar tu cólera.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 30,5-6.14.15-16

 

R/. Sálvame, Señor, por tu misericordia

 

V/. Sácame de la red que me han tendido,

porque tú eres mi amparo.

A tus manos encomiendo mi espíritu:

tú, el Dios leal, me librarás. R/.

 

V/. Oigo el cuchicheo de la gente,

y todo me da miedo;

se conjuran contra mí

y traman quitarme la vida. R/.

 

V/. Pero yo confío en ti, Señor;

te digo: «Tú eres mi Dios».

En tu mano están mis azares:

líbrame de los enemigos que me persiguen. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Mateo (20,17-28):

 

EN aquel tiempo, subiendo Jesús a Jerusalén, tomando aparte a los Doce, les dijo por el camino:

«Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día resucitará».

Entonces se le acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró para hacerle una petición.

Él le preguntó:

«¿Qué deseas?».

Ella contestó:

«Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda».

Pero Jesús replicó:

«No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?».

Contestaron:

«Podemos».

Él les dijo:

«Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre».

Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra los dos hermanos. Y llamándolos, Jesús les dijo:

«Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo.

Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos».

 

Palabra del Señor

 

1. Si leemos atentamente este relato y además, lo completamos con el episodio de Jesús y los niños (Mt 18, 1-4), tendríamos que estar ciegos para no

advertir enseguida que en la Iglesia ha existido, desde sus mismos orígenes, una resistencia y hasta un rechazo muy fuerte a vivir como Jesús nos enseñó a vivir.

La Iglesia siempre pensó que sus dirigentes tienen que ser los primeros, mientras que Jesús vio las cosas de manera que tomó la decisión de ser el último.

Lo de Jesús es muy claro: solo desde abajo se arregla el mundo. Por eso, lo más claro y lo más fuerte, que se advierte en este relato, es un contraste que impresiona: Jesús se encamina hacia el despojo del fracaso, justamente cuando los Doce se encaminan hacia el ascenso del éxito.

Son dos proyectos literalmente contradictorios que, además, están así consignados en los tres

evangelios sinópticos: en Mateo y Marcos, en relatos estrictamente paralelos, cuando Jesús se encamina hacia Jerusalén (Mt 20, 17-28; Mc 10, 32-45): en Lucas, desplazando la disputa entre los Doce, por sus ambiciones de ser cada cual el más importante (Lc 22, 24-27), al momento mismo en que Jesús acababa de instituir la eucaristía, en la cena de despedida (Lc 22, 14-23).

 

2. El proyecto de Jesús y el proyecto de los Doce son dos proyectos, no solo distintos, sino -lo que es más sorprendente- literalmente contradictorios. Tan contradictorios como el fracaso y el éxito.

Es claro que, si los evangelios ordenaron estos materiales de esta manera, en ello se quiso poner de manifiesto una intencionalidad.

- ¿En qué sentido?

Jesús vio claramente que lo bueno, que puede aportar el Evangelio en este mundo, solo se puede hacer viviendo de forma que uno termina abajo.

Los Doce, por el contrario, veían las cosas de forma que estaban convencidos de que, para aportar lo bueno que entraña el Evangelio, hay que vivir de forma que uno termina arriba.

 

3. Esto significa que, en estos relatos, no está en juego un simple problema de humildad contra orgullo; ni de desprendimiento frente a ambición. El problema está en saber cómo y dónde se hace presente en esta vida el Dios de Jesús.

No ciertamente en el poder y la gloria, sino en la sencillez del que, ni por los más sublimes motivos pastorales, jamás pretende ser el primero o el más importante.

Por tanto, seamos consecuentes y valientes, para preguntarnos sin miedo:

- "¿Puede haber estructuras "superiores" y "súbditos", "sacerdotes" y "laicos", en una Iglesia que se orienta en la dirección que marca aquí Jesús, tal como lo indica Mateo, que pone a Jesús y a la Iglesia "abajo", jamás "arriba", siempre en el servicio de un esclavo, jamás en la gloria de un poderoso?

- ¿Será cierto que en la Iglesia estamos totalmente equivocados en todo cuanto toca al ejercicio del poder y del gobierno?

Antes que ninguna otra cosa, esto es lo que el Papa, el Concilio, tendrían que poner en claro y aplicarlo con todas sus consecuencias.

 

4.  Las madres desean lo mejor para sus hijos, pero no siempre aciertan con qué es «lo mejor». La madre de Santiago y Juan identificaba lo mejor con el honor de compartir con Cristo un lugar destacado en su reino. Intercede por sus hijos para obtener para ellos un privilegio. Es generosa, porque no pide nada para sí misma. Es cristiana, porque sabe que estar con Cristo es lo mejor para sus hijos. Pero todavía tiene criterios superficiales y mundanos, no ha entendido del todo a Jesús. Precisamente expresa su petición al Señor cuando él está anunciando que va a ser entregado, azotado y crucificado… ¡qué contraste entre lo que Jesús ha escogido para sí mismo y lo que esta madre desea para sus hijos! El Señor debió de pensar que le oímos pero no atendemos. Hay un abismo entre lo que deseamos y lo que nos conviene, entre lo que nos apetece y lo que de verdad necesitamos. Pero tampoco quedan bien parados el resto de los apóstoles: «Se indignaron contra los dos hermanos» quizás porque no están dispuestos a que «se les adelanten» en esos puestos. Jesús zanja la discusión estableciendo el criterio que ha de regir en la Iglesia: «No será así entre vosotros», poniéndose a sí mismo como ejemplo: «Como el hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir». Ser discípulo de Cristo no consiste solo en vivir con Jesús, sino también en vivir como Jesús.

 

San Juan de Dios

  


San Juan de Dios, religioso, nacido en Portugal, que después de una vida llena de peligros en la milicia humana, prestó ayuda con constante caridad a los necesitados y enfermos en un hospital fundado por él, y se asoció compañeros, con los cuales constituyó después la Orden de Hospitalarios de San Juan de Dios. En este día, en la ciudad de Granada, en España, pasó al eterno descanso.

 

    Vida de San Juan de Dios

 

Nació y murió un 8 de marzo. Nace en Portugal en 1495 y muere en Granada, España, en 1550 a los 55 años.

De familia pobre pero muy piadosa. Su madre murió cuando él era todavía joven. Su padre murió como religioso en un convento.

En su juventud fue pastor, muy apreciado por el dueño de la finca donde trabajaba. Le propusieron que se casara con la hija del patrón y así quedaría como heredero de aquellas posesiones, pero él dispuso permanecer libre de compromisos económicos y caseros pues deseaba dedicarse a labores más espirituales.

Estuvo de soldado bajo las órdenes del genio de la guerra, Carlos V en batallas muy famosas. La vida militar lo hizo fuerte, resistente y sufrido.

La Stma. Virgen lo salvó de ser ahorcado, pues una vez lo pusieron en la guerra a cuidar un gran depósito y por no haber estado lo suficientemente alerta, los enemigos se llevaron todo. Su coronel dispuso mandarlo ahorcar, pero Juan se encomendó con toda fe a la Madre de Dios y logró que le perdonaran la vida. Y dejó la milicia, porque para eso no era muy adaptado.

Salido del ejército, quiso hacer un poco de apostolado y se dedicó a hacer de vendedor ambulante de estampas y libros religiosos.

Cuando iba llegando a la ciudad de Granada vio a un niñito muy pobre y muy necesitado y se ofreció bondadosamente a ayudarlo. Aquel "pobrecito" era la representación de Jesús Niño, el cual le dijo: "Granada será tu cruz", y desapareció.

Estando Juan en Granada de vendedor ambulante de libros religiosos, de pronto llegó a predicar una misión el famosos Padre San Luis de Ávila. Juan asistió a uno de sus elocuentes sermones, y en pleno sermón, cuando el predicador hablaba contra la vida de pecado, nuestro hombre se arrodillo y empezó a gritar: "Misericordia Señor, que soy un pecador", y salió gritando por las calles, pidiendo perdón a Dios. Tenía unos 40 años.

Se confesó con San Juan de Ávila y se propuso una penitencia muy especial: hacerse el loco para que la gente lo humillara y lo hiciera sufrir muchísimo.

Repartió entre los pobres todo lo que tenía en su pequeña librería, empezó a deambular por las calles de la ciudad pidiendo misericordia a Dios por todos sus pecados.

La gente lo creyó loco y empezaron a atacarlo a pedradas y golpes.

Al fin lo llevaron al manicomio y los encargados le dieron fuertes palizas, pues ese era el medio que tenían en aquel tiempo para calmar a los locos: azotarlos fuertemente. Pero ellos notaban que Juan no se disgustaba por los azotes que le daban, sino que lo ofrecía todo a Dios. Pero al mismo tiempo corregía a los guardias y les llamaba la atención por el modo tan brutal que tenían de tratar a los pobres enfermos.

San Juan de Dios ante un enfermo que se asemeja a nuestro Señor. Aquella estancia de Juan en ese manicomio, que era un verdadero infierno, fue verdaderamente providencial, porque se dio cuenta del gran error que es pretender curar las enfermedades mentales con métodos de tortura. Y cuando quede libre fundará un hospital, y allí, aunque él sabe poco de medicina, demostrará que él es mucho mejor que los médicos, sobre todo en lo relativo a las enfermedades mentales, y enseñará con su ejemplo que a ciertos enfermos hay que curarles primero el alma si se quiere obtener después la curación de su cuerpo. Sus religiosos atienden enfermos mentales en todos los continentes y con grandes y maravillosos resultados, empleando siempre los métodos de la bondad y de la comprensión, en vez del rigor de la tortura.

Cuando San Juan de Ávila volvió a la ciudad y supo que a su convertido lo tenían en un manicomio, fue y logró sacarlo y le aconsejó que ya no hiciera más la penitencia de hacerse el loco para ser martirizado por las gentes. Ahora se dedicará a una verdadera "locura de amor": gastar toda su vida y sus energías a ayudar a los enfermos más miserables por amor a Cristo Jesús, a quien ellos representan.

Juan alquila una casa vieja y allí empieza a recibir a cualquier enfermo, mendigo, loco, anciano, huérfano y desamparado que le pida su ayuda. Durante todo el día atiende a cada uno con el más exquisito cariño, haciendo de enfermero, cocinero, barrendero, mandadero, padre, amigo y hermano de todos. Por la noche se va por la calle pidiendo limosnas para sus pobres.

Pronto se hizo popular en toda Granada el grito de Juan en las noches por las calles. Él iba con unos morrales y unas ollas gritando: ¡Haced el bien hermanos, para vuestro bien! Las gentes salían a la puerta de sus casas y le regalaban cuanto les había sobrado de la comida del día. Al volver cerca de medianoche se dedicaba a hacer aseo en el hospital, y a la madrugada se echaba a dormir un rato debajo de una escalera. Un verdadero héroe de la caridad.

El señor obispo, admirado por la gran obra de caridad que Juan estaba haciendo, le añadió dos palabras a su nombre de pila, y empezó a llamarlo "Juan de Dios", y así lo llamó toda la gente en adelante. Luego, como este hombre cambiaba frecuentemente su vestido bueno por los harapos de los pobres que encontraba en las calles, el prelado le dio una túnica negra como uniforme; así se vistió hasta su muerte, y así han vestido sus religiosos por varios siglos.

Un día su hospital se incendió y Juan de Dios entró varias veces por entre las llamas a sacar a los enfermos y aunque pasaba por en medio de enormes llamaradas no sufría quemaduras, y logró salvarles la vida a todos aquellos pobres.

Otro día el río bajaba enormemente crecido y arrastraba muchos troncos y palos. Juan necesitaba abundante leña para el invierno, porque en Granada hace mucho frío y a los ancianos les gustaba calentarse alrededor de la hoguera. Entonces se fue al río a sacar troncos, pero uno de sus compañeros, muy joven, se adentró imprudentemente entre las violentas aguas y se lo llevó la corriente. El santo se lanzó al agua a tratar de salvarle la vida, y como el río bajaba supremamente frío, esto le hizo daño para su enfermedad de artritis y empezó a sufrir espantosos dolores.

Después de tantísimos trabajos, ayunos y trasnochadas por hacer el bien, y resfriados por ayudar a sus enfermos, la salud de Juan de Dios se debilitó totalmente. El hacía todo lo posible porque nadie se diera cuenta de los espantosos dolores que lo atormentaban día y noche, pero al fin ya no fue capaz de simular más. Sobre todo, la artritis le tenía sus piernas retorcidas y le causaba dolores indecibles. Entonces una venerable señora de la ciudad obtuvo del señor obispo autorización para llevarlo a su casa y cuidarlo un poco. El santo se fue ante el Santísimo Sacramento del altar y por largo tiempo rezó con todo el fervor antes de despedirse de su amado hospital. Le confió la dirección de su obra a Antonio Martín, un hombre a quien él había convertido y había logrado que se hiciera religioso, y colaborador suyo, junto con otro hombre a quien Antonio odiaba; y después de amigarlos, logró el santo que le ayudaran en su obra en favor de los pobres, como dos buenos amigos.

Al llegar a la casa de la rica señora, exclamó Juan: "Oh, estas comodidades son demasiado lujo para mí que soy tan miserable pecador". Allí trataron de curarlo de su dolorosa enfermedad, pero ya era demasiado tarde.

El 8 de marzo de 1550, sintiendo que le llegaba la muerte, se arrodilló en el suelo y exclamó: "Jesús, Jesús, en tus manos me encomiendo", y quedó muerto, así de rodillas. Había trabajado incansablemente durante diez años dirigiendo su hospital de pobres, con tantos problemas económicos que a veces ni se atrevía a salir a la calle a causa de las muchísimas deudas que tenía; y con tanta humildad, que siendo el más grande santo de la ciudad se creía el más indigno pecador. El que había sido apedreado como loco, fue acompañado al cementerio por el obispo, las autoridades y todo el pueblo, como un santo.

Después de muerto obtuvo de Dios muchos milagros en favor de sus devotos y el Papa lo declaró santo en 1690. Es Patrono de los que trabajan en hospitales y de los que propagan libros religiosos.

Fue beatificado por el papa Urbano VIII el 1 de septiembre de 1630 y canonizado por el papa Alejandro VIII, el 16 de octubre de 1690. Fue nombrado santo patrón de los hospitales y de los enfermos.

A su muerte su obra se extendió por toda España e Italia y hoy día está presente en los cinco continentes.

Los religiosos Hospitalarios de San Juan de Dios son 1,500 y tienen 216 casas en el mundo para el servicio de los enfermos. Los primeros beatos de Colombia pertenecieron a esta santa Comunidad.

 

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