8 – DE MARZO
– MIERCOLES –
2ª
SEMANA DE CUARESMA – A
San Juan de Dios
Lectura del libro de Jeremías
(18,18-20):
ELLOS dijeron:
«Venga, tramemos un plan contra Jeremías
porque no faltará la ley del sacerdote, ni el consejo del sabio, ni el oráculo
del profeta. Venga, vamos a hablar mal de él y no hagamos caso de sus
oráculos».
Hazme caso, Señor,
escucha lo que dicen mis oponentes.
¿Se paga el bien con el mal?,
¡pues me han cavado una fosa!
Recuerda que estuve ante ti,
pidiendo clemencia por ellos,
para apartar tu cólera.
Palabra de Dios
Salmo: 30,5-6.14.15-16
R/. Sálvame, Señor, por tu misericordia
V/. Sácame de la red que me han tendido,
porque tú eres mi amparo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás. R/.
V/. Oigo el cuchicheo de la gente,
y todo me da miedo;
se conjuran contra mí
y traman quitarme la vida. R/.
V/. Pero yo confío en ti, Señor;
te digo: «Tú eres mi Dios».
En tu mano están mis azares:
líbrame de los enemigos que me persiguen. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo
(20,17-28):
EN aquel tiempo, subiendo Jesús a Jerusalén, tomando aparte a los Doce, les
dijo por el camino:
«Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y
el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas,
y lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, para que se burlen de
él, lo azoten y lo crucifiquen; y al tercer día resucitará».
Entonces se le acercó la madre de los
hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró para hacerle una petición.
Él le preguntó:
«¿Qué deseas?».
Ella contestó:
«Ordena que estos dos hijos míos se
sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda».
Pero Jesús replicó:
«No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber
el cáliz que yo he de beber?».
Contestaron:
«Podemos».
Él les dijo:
«Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse a
mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para
quienes lo tiene reservado mi Padre».
Los otros diez, al oír aquello, se
indignaron contra los dos hermanos. Y llamándolos, Jesús les dijo:
«Sabéis que los jefes de los pueblos los
tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que
quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser
primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo.
Igual que el Hijo del hombre no ha venido
a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos».
Palabra del Señor
1. Si leemos atentamente este relato y además,
lo completamos con el episodio de Jesús y los niños (Mt 18, 1-4), tendríamos
que estar ciegos para no
advertir enseguida que en la Iglesia ha existido, desde sus mismos
orígenes, una resistencia y hasta un rechazo muy fuerte a vivir como Jesús nos
enseñó a vivir.
La Iglesia siempre pensó que sus
dirigentes tienen que ser los primeros, mientras que Jesús vio las cosas de
manera que tomó la decisión de ser el último.
Lo de Jesús es muy claro: solo desde
abajo se arregla el mundo. Por eso, lo más claro y lo más fuerte, que se
advierte en este relato, es un contraste que impresiona: Jesús se encamina
hacia el despojo del fracaso, justamente cuando los Doce se encaminan hacia el
ascenso del éxito.
Son dos proyectos literalmente
contradictorios que, además, están así consignados en los tres
evangelios sinópticos: en Mateo y Marcos, en relatos estrictamente
paralelos, cuando Jesús se encamina hacia Jerusalén (Mt 20, 17-28; Mc 10,
32-45): en Lucas, desplazando la disputa entre los Doce, por sus ambiciones de
ser cada cual el más importante (Lc 22, 24-27), al momento mismo en que Jesús
acababa de instituir la eucaristía, en la cena de despedida (Lc 22, 14-23).
2. El proyecto de Jesús y el proyecto de
los Doce son dos proyectos, no solo distintos, sino -lo que es más
sorprendente- literalmente contradictorios. Tan contradictorios como el fracaso
y el éxito.
Es claro que, si los evangelios
ordenaron estos materiales de esta manera, en ello se quiso poner de manifiesto
una intencionalidad.
- ¿En qué sentido?
Jesús vio claramente que lo bueno, que
puede aportar el Evangelio en este mundo, solo se puede hacer viviendo de forma
que uno termina abajo.
Los Doce, por el contrario, veían las
cosas de forma que estaban convencidos de que, para aportar lo bueno que
entraña el Evangelio, hay que vivir de forma que uno termina arriba.
3. Esto significa que, en estos relatos,
no está en juego un simple problema de humildad contra orgullo; ni de
desprendimiento frente a ambición. El problema está en saber cómo y dónde se
hace presente en esta vida el Dios de Jesús.
No ciertamente en el poder y la gloria,
sino en la sencillez del que, ni por los más sublimes motivos pastorales, jamás
pretende ser el primero o el más importante.
Por tanto, seamos consecuentes y
valientes, para preguntarnos sin miedo:
- "¿Puede haber estructuras "superiores" y
"súbditos", "sacerdotes" y "laicos", en una
Iglesia que se orienta en la dirección que marca aquí Jesús, tal como lo indica
Mateo, que pone a Jesús y a la Iglesia "abajo", jamás
"arriba", siempre en el servicio de un esclavo, jamás en la gloria de
un poderoso?
- ¿Será cierto que en la Iglesia estamos
totalmente equivocados en todo cuanto toca al ejercicio del poder y del
gobierno?
Antes que ninguna otra cosa, esto es lo
que el Papa, el Concilio, tendrían que poner en claro y aplicarlo con todas sus
consecuencias.
4.
Las madres desean lo mejor para sus hijos, pero no siempre aciertan con
qué es «lo mejor». La madre de Santiago y Juan identificaba lo mejor con el
honor de compartir con Cristo un lugar destacado en su reino. Intercede por sus
hijos para obtener para ellos un privilegio. Es generosa, porque no pide nada
para sí misma. Es cristiana, porque sabe que estar con Cristo es lo mejor para
sus hijos. Pero todavía tiene criterios superficiales y mundanos, no ha
entendido del todo a Jesús. Precisamente expresa su petición al Señor cuando él
está anunciando que va a ser entregado, azotado y crucificado… ¡qué contraste
entre lo que Jesús ha escogido para sí mismo y lo que esta madre desea para sus
hijos! El Señor debió de pensar que le oímos pero no atendemos. Hay un abismo
entre lo que deseamos y lo que nos conviene, entre lo que nos apetece y lo que
de verdad necesitamos. Pero tampoco quedan bien parados el resto de los
apóstoles: «Se indignaron contra los dos hermanos» quizás porque no están
dispuestos a que «se les adelanten» en esos puestos. Jesús zanja la discusión
estableciendo el criterio que ha de regir en la Iglesia: «No será así entre
vosotros», poniéndose a sí mismo como ejemplo: «Como el hijo del hombre no ha
venido a ser servido, sino a servir». Ser discípulo de Cristo no consiste solo
en vivir con Jesús, sino también en vivir como Jesús.
San Juan de Dios, religioso, nacido en Portugal, que después de una vida
llena de peligros en la milicia humana, prestó ayuda con constante caridad a
los necesitados y enfermos en un hospital fundado por él, y se asoció
compañeros, con los cuales constituyó después la Orden de Hospitalarios de San
Juan de Dios. En este día, en la ciudad de Granada, en España, pasó al eterno
descanso.
Vida de San Juan de Dios
Nació y murió un 8 de marzo. Nace en Portugal en 1495 y muere en Granada,
España, en 1550 a los 55 años.
De familia pobre pero muy piadosa. Su madre murió cuando él era todavía
joven. Su padre murió como religioso en un convento.
En su juventud fue pastor, muy apreciado por el dueño de la finca donde
trabajaba. Le propusieron que se casara con la hija del patrón y así quedaría
como heredero de aquellas posesiones, pero él dispuso permanecer libre de
compromisos económicos y caseros pues deseaba dedicarse a labores más
espirituales.
Estuvo de soldado bajo las órdenes del genio de la guerra, Carlos V en
batallas muy famosas. La vida militar lo hizo fuerte, resistente y sufrido.
La Stma. Virgen lo salvó de ser ahorcado, pues una vez lo pusieron en la
guerra a cuidar un gran depósito y por no haber estado lo suficientemente
alerta, los enemigos se llevaron todo. Su coronel dispuso mandarlo ahorcar,
pero Juan se encomendó con toda fe a la Madre de Dios y logró que le perdonaran
la vida. Y dejó la milicia, porque para eso no era muy adaptado.
Salido del ejército, quiso hacer un poco de apostolado y se dedicó a hacer
de vendedor ambulante de estampas y libros religiosos.
Cuando iba llegando a la ciudad de Granada vio a un niñito muy pobre y muy
necesitado y se ofreció bondadosamente a ayudarlo. Aquel "pobrecito"
era la representación de Jesús Niño, el cual le dijo: "Granada será tu
cruz", y desapareció.
Estando Juan en Granada de vendedor ambulante de libros religiosos, de
pronto llegó a predicar una misión el famosos Padre San Luis de Ávila. Juan
asistió a uno de sus elocuentes sermones, y en pleno sermón, cuando el
predicador hablaba contra la vida de pecado, nuestro hombre se arrodillo y
empezó a gritar: "Misericordia Señor, que soy un pecador", y salió gritando
por las calles, pidiendo perdón a Dios. Tenía unos 40 años.
Se confesó con San Juan de Ávila y se propuso una penitencia muy especial:
hacerse el loco para que la gente lo humillara y lo hiciera sufrir muchísimo.
Repartió entre los pobres todo lo que tenía en su pequeña librería, empezó a
deambular por las calles de la ciudad pidiendo misericordia a Dios por todos
sus pecados.
La gente lo creyó loco y empezaron a atacarlo a pedradas y golpes.
Al fin lo llevaron al manicomio y los encargados le dieron fuertes palizas,
pues ese era el medio que tenían en aquel tiempo para calmar a los locos:
azotarlos fuertemente. Pero ellos notaban que Juan no se disgustaba por los
azotes que le daban, sino que lo ofrecía todo a Dios. Pero al mismo tiempo
corregía a los guardias y les llamaba la atención por el modo tan brutal que
tenían de tratar a los pobres enfermos.
San Juan de Dios ante un enfermo que se asemeja a nuestro Señor. Aquella
estancia de Juan en ese manicomio, que era un verdadero infierno, fue
verdaderamente providencial, porque se dio cuenta del gran error que es
pretender curar las enfermedades mentales con métodos de tortura. Y cuando
quede libre fundará un hospital, y allí, aunque él sabe poco de medicina,
demostrará que él es mucho mejor que los médicos, sobre todo en lo relativo a
las enfermedades mentales, y enseñará con su ejemplo que a ciertos enfermos hay
que curarles primero el alma si se quiere obtener después la curación de su
cuerpo. Sus religiosos atienden enfermos mentales en todos los continentes y con
grandes y maravillosos resultados, empleando siempre los métodos de la bondad y
de la comprensión, en vez del rigor de la tortura.
Cuando San Juan de Ávila volvió a la ciudad y supo que a su convertido lo
tenían en un manicomio, fue y logró sacarlo y le aconsejó que ya no hiciera más
la penitencia de hacerse el loco para ser martirizado por las gentes. Ahora se
dedicará a una verdadera "locura de amor": gastar toda su vida y sus
energías a ayudar a los enfermos más miserables por amor a Cristo Jesús, a quien
ellos representan.
Juan alquila una casa vieja y allí empieza a recibir a cualquier enfermo,
mendigo, loco, anciano, huérfano y desamparado que le pida su ayuda. Durante
todo el día atiende a cada uno con el más exquisito cariño, haciendo de
enfermero, cocinero, barrendero, mandadero, padre, amigo y hermano de todos.
Por la noche se va por la calle pidiendo limosnas para sus pobres.
Pronto se hizo popular en toda Granada el grito de Juan en las noches por
las calles. Él iba con unos morrales y unas ollas gritando: ¡Haced el bien
hermanos, para vuestro bien! Las gentes salían a la puerta de sus casas y le
regalaban cuanto les había sobrado de la comida del día. Al volver cerca de
medianoche se dedicaba a hacer aseo en el hospital, y a la madrugada se echaba
a dormir un rato debajo de una escalera. Un verdadero héroe de la caridad.
El señor obispo, admirado por la gran obra de caridad que Juan estaba
haciendo, le añadió dos palabras a su nombre de pila, y empezó a llamarlo
"Juan de Dios", y así lo llamó toda la gente en adelante. Luego, como
este hombre cambiaba frecuentemente su vestido bueno por los harapos de los
pobres que encontraba en las calles, el prelado le dio una túnica negra como
uniforme; así se vistió hasta su muerte, y así han vestido sus religiosos por
varios siglos.
Un día su hospital se incendió y Juan de Dios entró varias veces por entre
las llamas a sacar a los enfermos y aunque pasaba por en medio de enormes
llamaradas no sufría quemaduras, y logró salvarles la vida a todos aquellos pobres.
Otro día el río bajaba enormemente crecido y arrastraba muchos troncos y
palos. Juan necesitaba abundante leña para el invierno, porque en Granada hace
mucho frío y a los ancianos les gustaba calentarse alrededor de la hoguera.
Entonces se fue al río a sacar troncos, pero uno de sus compañeros, muy joven,
se adentró imprudentemente entre las violentas aguas y se lo llevó la
corriente. El santo se lanzó al agua a tratar de salvarle la vida, y como el
río bajaba supremamente frío, esto le hizo daño para su enfermedad de artritis
y empezó a sufrir espantosos dolores.
Después de tantísimos trabajos, ayunos y trasnochadas por hacer el bien, y
resfriados por ayudar a sus enfermos, la salud de Juan de Dios se debilitó
totalmente. El hacía todo lo posible porque nadie se diera cuenta de los
espantosos dolores que lo atormentaban día y noche, pero al fin ya no fue capaz
de simular más. Sobre todo, la artritis le tenía sus piernas retorcidas y le
causaba dolores indecibles. Entonces una venerable señora de la ciudad obtuvo
del señor obispo autorización para llevarlo a su casa y cuidarlo un poco. El
santo se fue ante el Santísimo Sacramento del altar y por largo tiempo rezó con
todo el fervor antes de despedirse de su amado hospital. Le confió la dirección
de su obra a Antonio Martín, un hombre a quien él había convertido y había
logrado que se hiciera religioso, y colaborador suyo, junto con otro hombre a
quien Antonio odiaba; y después de amigarlos, logró el santo que le ayudaran en
su obra en favor de los pobres, como dos buenos amigos.
Al llegar a la casa de la rica señora, exclamó Juan: "Oh, estas
comodidades son demasiado lujo para mí que soy tan miserable pecador".
Allí trataron de curarlo de su dolorosa enfermedad, pero ya era demasiado
tarde.
El 8 de marzo de 1550, sintiendo que le llegaba la muerte, se arrodilló en
el suelo y exclamó: "Jesús, Jesús, en tus manos me encomiendo", y
quedó muerto, así de rodillas. Había trabajado incansablemente durante diez
años dirigiendo su hospital de pobres, con tantos problemas económicos que a
veces ni se atrevía a salir a la calle a causa de las muchísimas deudas que
tenía; y con tanta humildad, que siendo el más grande santo de la ciudad se
creía el más indigno pecador. El que había sido apedreado como loco, fue
acompañado al cementerio por el obispo, las autoridades y todo el pueblo, como
un santo.
Después de muerto obtuvo de Dios muchos milagros en favor de sus devotos y
el Papa lo declaró santo en 1690. Es Patrono de los que trabajan en hospitales
y de los que propagan libros religiosos.
Fue beatificado por el papa Urbano VIII el 1 de septiembre de 1630 y
canonizado por el papa Alejandro VIII, el 16 de octubre de 1690. Fue nombrado
santo patrón de los hospitales y de los enfermos.
A su muerte su obra se extendió por toda España e Italia y hoy día está
presente en los cinco continentes.
Los religiosos Hospitalarios de San Juan de Dios son 1,500 y tienen 216
casas en el mundo para el servicio de los enfermos. Los primeros beatos de
Colombia pertenecieron a esta santa Comunidad.
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