19– DE MARZO
- DOMINGO –
4ª
SEMANA DE CUARESMA – A
SAN JOSE
Esposo de María,
madre de Jesús.
Lectura del primer libro de Samuel
(16,1b.6-7.10-13a):
En aquellos días,
el Señor dijo a Samuel:
«Llena la cuerna de aceite y vete, por
encargo mío, a Jesé, el de Belén, porque entre sus hijos me he elegido un rey.»
Cuando llegó, vio a Eliab y pensó:
«Seguro, el Señor tiene delante a su
ungido.»
Pero el Señor le dijo:
«No te fijes en las apariencias ni en su
buena estatura. Lo rechazo. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la
apariencia; el Señor ve el corazón.»
Jesé hizo pasar a siete hijos suyos ante
Samuel; y Samuel le dijo:
«Tampoco a éstos los ha elegido el Señor.»
Luego preguntó a Jesé:
«¿Se acabaron los muchachos?»
Jesé respondió:
«Queda el pequeño, que precisamente está
cuidando las ovejas.»
Samuel dijo:
«Manda por él, que no nos sentaremos a la
mesa mientras no llegue.»
Jesé mandó a por él y lo hizo entrar: era de
buen color, de hermosos ojos y buen tipo.
Entonces el Señor dijo a Samuel:
«Anda, úngelo, porque es éste.»
Samuel tomó la cuerna de aceite y lo ungió
en medio de sus hermanos. En aquel momento, invadió a David el espíritu del
Señor, y estuvo con él en adelante.
Palabra de
Dios
Salmo: 22,1-3a.3b-4.5.6
R/. El Señor es mi pastor, nada me falta
El Señor es mi
pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar,
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R/.
Me guía por el
sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R/.
Preparas una mesa
ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R/.
Tu bondad y tu
misericordia
me acompañan todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R/.
Lectura de la carta del apóstol san
Pablo a los Efesios (5,8-14):
En otro tiempo
erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz –toda
bondad, justicia y verdad son fruto de la luz–, buscando lo que agrada al
Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien
denunciadlas. Pues hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a
escondidas. Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo lo
descubierto es luz.
Por eso dice:
«Despierta, tú que duermes, levántate de
entre los muertos, y Cristo será tu luz.»
Palabra de
Dios
Lectura del santo evangelio según san
Juan (9,1.6-9.13-17.34-38):
En aquel tiempo,
al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y escupió en tierra, hizo
barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo:
«Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que
significa Enviado).»
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los
vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:
«¿No es ése el que se sentaba a pedir?»
Unos decían:
«El mismo.»
Otros decían:
«No es él, pero se le parece.»
Él respondía:
«Soy yo.»
Llevaron ante los fariseos al que había sido
ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los
fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.
Él les contestó:
«Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»
Algunos de los fariseos comentaban:
«Este hombre no viene de Dios, porque no
guarda el sábado.»
Otros replicaban:
«¿Cómo puede un pecador hacer semejantes
signos?»
Y estaban divididos.
Y volvieron a preguntarle al ciego: «Y
tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?»
Él contestó:
«Que es un profeta.»
Le replicaron:
«Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y
nos vas a dar lecciones a nosotros?»
Y lo expulsaron.
Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo
encontró y le dijo:
«¿Crees tú en el Hijo del hombre?»
Él contestó:
«¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús le dijo:
«Lo estás viendo: el que te está hablando,
ése es.»
Él dijo:
«Creo, Señor.» Y se postró ante él.
Palabra del
Señor
El caso del
testigo condenado.
Domingo 4º de Cuaresma.
1. El
domingo pasado (3º de Cuaresma), Jesús saciaba la sed de la samaritana. Este
domingo (4º) da la vista a un ciego. El próximo (5º) resucitará a Lázaro. Agua,
luz y vida son tres grandes símbolos del cuarto evangelio para expresar lo que
Jesús nos da.
2. La
primera lectura recoge otro de los momentos claves de la historia de la
salvación: la elección de David como rey. Carece de relación con el evangelio.
De nuestro corresponsal en Jerusalén
«A
mi hijo lo citaron como testigo, lo estuvieron interrogando más de dos horas y,
al final, lo condenaron como culpable. ¿Usted ha oído hablar de algo parecido?»
Me lo dice el padre de un ciego de nacimiento, en voz baja, por miedo a las
autoridades. Un caso que tiene conmocionada a Jerusalén en estos días de la
gran fiesta.
Todo
comenzó el sábado pasado, cuando un muchacho ciego de nacimiento fue curado de
su ceguera por un galileo llamado Jesús. Al parecer, entre sus discípulos se
planteó la discusión de si era ciego por culpa propia o de sus padres. Jesús
dijo que nadie tenía la culpa, se agachó a recoger un poco de polvo, escupió
sobre él y untó el barro en los ojos del ciego. Luego le mandó lavarse en la
piscina de Siloé. Lo hizo y comenzó a ver.
Este corresponsal ha intentado ponerse en contacto con el ciego, pero le ha resultado imposible. Tampoco hay noticias de Jesús, que parece haber abandonado la ciudad. Según algunos, este galileo se considera superior a Abrahán y Moisés y no se siente obligado a observar el sábado. Las autoridades, preocupadas por el escándalo que está provocando en la población, convocaron al ciego como testigo de cargo contra Jesús. Según su padre, se comportó de manera imprudente y de testigo terminó en acusado y condenado. No se extrañen. Jerusalén no es Alejandría. En Jerusalén todo es posible.
Un relato en seis escenas
La
curación del ciego de nacimiento en una joya literaria, por su dinamismo,
diálogo, ironía. Podemos distinguir siete escenas: 1) Jesús,
los discípulos y el ciego. 2) El ciego y sus vecinos. 3) El
ciego y los fariseos. 4) Los judíos y los padres del
ciego. 5) Los judíos y el ciego. 6) Jesús y
el ciego. 7) Los fariseos y Jesús
1ª escena: Jesús, los discípulos y el ciego
En aquel tiempo, al
pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le
preguntaron:
—Maestro, ¿quién pecó:
éste o sus padres, para que naciera ciego?
Jesús contestó:
—Ni éste pecó ni sus
padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras
estoy en el mundo, soy la luz del mundo.
Dicho esto, escupió en
la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le
dijo:
—Ve a lavarte a la
piscina de Siloé (que significa Enviado). El fue, se lavó, y volvió con
vista.
La relación entre pecado y castigo estaba muy difundida en el antiguo
Israel (y también entre bastantes de nosotros). Jesús mismo ha dicho poco antes
al paralítico: «no peques para que no te ocurra algo peor». Sin embargo,
en este caso, niega cualquier relación de la enfermedad con un hipotético
pecado del ciego o de sus padres. Nació ciego «para que se manifiesten en
él las obras de Dios». Una respuesta que puede escandalizar a más de uno. ¿Es
preciso que una persona sufra para que Dios manifieste su poder? Dejemos de
momento este tema.
En
la respuesta de Jesús a los discípulos hay unas palabras esenciales, claves
para entender todo el relato:
«Mientras estoy en el mundo, soy
la luz del mundo». ¿Cómo ilumina Jesús? ¿En qué consiste esa luz?
Lo descubriremos al final.
La
forma de realizar el milagro es desconcertante a primera vista. En el evangelio
de Juan, igual que en los Sinópticos, la palabra de Jesús es poderosa. Lo
demostrará sobre todo poco más tarde resucitando a Lázaro con la simple
orden: «Lázaro, sal fuera». Sin embargo, para curar al ciego adopta un
método muy distinto y complicado. Forma barro con la saliva, le unta los ojos y
lo envía a la piscina del Enviado (Siloé). El barro en los ojos recuerda a la
curación del ciego de Betsaida que cuenta Marcos, donde Jesús le aplica saliva
en los ojos y luego le aplica las manos (Mc 8,22-25). La idea de lavarse en la
piscina recuerda la orden de Eliseo a Naamán de bañarse siete veces en el
Jordán.
¿Se
trata de la reminiscencia de un gesto mágico? La clave está en la cuádruple
referencia al barro, unida a la indicación: «era sábado el día que Jesús
hizo barro». Una contravención expresa del descanso sabático, igual que ocurrió
en la curación del paralítico de la piscina. Una de las acusaciones más fuertes
que se hacen a Jesús en el cuarto evangelio.
En
esta primera escena el ciego no dice nada. Se limita a obedecer.
2ª escena: el ciego y los vecinos
Diálogo
cargado de ironía. En el conjunto, es importante advertir que el ciego sabe que
el hombre que lo ha curado se llama Jesús, pero no sabe dónde está.
Y los vecinos y los que
antes solían verlo pedir
limosna preguntaban:
—¿No es ése el que se
sentaba a pedir?
Unos decían: —El
mismo.
Otros decían: —No
es él, pero se le parece.
El respondía: —Soy
yo.
Y le
preguntaban: —¿Y cómo se te han abierto los ojos?
El contestó: —Ese
hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que
fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver.
Le
preguntaron: —¿Dónde está él?
Contestó: —No sé.
3ª escena: los fariseos y el ciego
Llevaron ante los
fariseos al que había sido ciego. (Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos.) También los
fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.
El les contestó:
—Me puso barro en los
ojos, me lavé y veo.
Algunos de los fariseos
comentaban:
—Este hombre no viene
de Dios, porque no guarda el sábado.
Otros replicaban:
—¿Cómo puede un pecador
hacer semejantes signos?
Y estaban divididos. Y
volvieron a preguntarle al ciego:
—Y tú ¿qué dices del
que te ha abierto los ojos?
El contestó:
—Que es un profeta.
Plantea
el problema del sábado. Comienza advirtiendo el evangelista que «era
sábado el día que Jesús hizo barro», y algunos fariseos concluyen:
«Este hombre no viene de Dios porque no guarda el sábado». Sin embargo,
otros se sienten desconcertados, como le ocurrió a Nicodemo: «¿Cómo puede
un pecador hacer semejantes signos?».
El
ciego habla poco. Repite la curación, pero con menos palabras que cuando la
contó a sus vecinos. En cambio, su visión de Jesús ha mejorado notablemente. Ya
no lo considera «un hombre» sino «un profeta». Lo mismo que dijo
la samaritana, aunque por motivos distintos: ella, porque Jesús conocía toda su
vida; el ciego, porque Jesús ha realizado un prodigio sorprendente.
4ª escena: los judíos y los padres del
ciego
Pero los judíos no se
creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que
llamaron a sus padres y les preguntaron:
—¿Es éste vuestro hijo,
de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora
ve?
Sus padres contestaron:
—Sabemos que éste es
nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo
sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos,
nosotros tampoco lo sabemos.
Preguntádselo a él, que
es mayor y puede explicarse.
Sus padres respondieron
así porque tenían miedo a los judíos: porque los judíos ya habían acordado
excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso
sus padres dijeron: «Ya es mayor, preguntádselo a él.»
Esta escena, que la liturgia permite
suprimir, es esencial para comprender el mensaje del episodio a finales del
siglo I. En la época de Jesús los fariseos no tenían poder para expulsar de la
sinagoga; ese poder lo consiguieron después de la caída de Jerusalén en manos
de los romanos (año 70), cuando el sacerdocio perdió fuerza y ellos se hicieron
con la autoridad religiosa. A finales del siglo I, bastante después de la
muerte de Jesús, es cuando comenzaron a enfrentarse decididamente a los
cristianos, acusándolos de herejes y expulsándolos de la sinagoga. El relato de
Juan refleja muy bien, a través de los padres del ciego, el miedo de muchos
judíos piadosos a sufrir ese castigo si reconocían a Jesús como Mesías. Y las
tensiones dentro de la familia cuando uno de sus miembros se hacía cristiano.
5ª escena: los fariseos y el ciego
Llamaron por segunda
vez al que había sido ciego y le dijeron:
—Confiésalo ante
Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.
Contestó él:
—Si es un pecador, no
lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo:
Le preguntan de nuevo:
—¿Qué te hizo? ¿cómo te
abrió los ojos?
Les contestó:
—Os le he dicho ya, y
no me habéis hecho caso: ¿para qué queréis oírlo otra vez?, ¿también
vosotros queréis haceros discípulos suyos?
Ellos lo
llenaron de improperios y le dijeron:
—Discípulo de ése lo
serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a
Moisés le habló Dios, pero ese no sabemos de dónde viene.
Replicó él:
—Pues eso es lo raro:
que vosotros no sabéis de dónde viene, y, sin embargo, me ha abierto los
ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso
y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un
ciego de nacimiento, si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.
Le replicaron:
—Empecatado naciste tú
de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?
Y lo expulsaron.
El ciego terminó su declaración anterior
diciendo que Jesús es «un profeta». Los fariseos le exigen ahora que
reconozca que «ese hombre es un pecador». Ante esa acusación, el ciego no
lo defiende con argumentos teológicos sino de orden práctico: «Si es un pecador,
no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.» Luego no teme recurrir a la
ironía, cuando pregunta a los fariseos si también ellos quieren hacerse
discípulos de Jesús. Y termina haciendo una apasionada defensa de
Jesús: «si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.»
La tensión entre cristianos y judíos a
finales del siglo I queda clara en las palabras de los fariseos: ellos se
consideran «discípulos de Moisés», al que Dios habló, no de Jesús, del que
«no sabemos de dónde viene». Resuena aquí un tema típico del cuarto
evangelio: ¿de dónde viene Jesús? Es una pregunta ambigua, porque no se refiere
a un lugar físico (Nazaret, de donde no puede salir nada bueno, según Natanael;
Belén, de donde algunos esperan al Mesías) sino a Dios. Jesús es el enviado de
Dios, el que ha salido de Dios. Y esto los fariseos no pueden aceptarlo. Por
eso, Jesús es para ellos un pecador, aunque realice un signo sorprendente. Dios
no puede salirse de los estrictos cánones que ellos le imponen. Por eso,
terminan expulsado al ciego de la sinagoga.
6ª escena: Jesús y el ciego
Oyó Jesús que lo habían
expulsado, lo encontró y le dijo:
—¿Crees tú en el Hijo
del hombre?
Él contestó:
—¿Y quién es, Señor,
para que crea en él?
Jesús le dijo:
—Lo estás viendo: el
que te está hablando ese es.
Él dijo:
—Creo, Señor.
Y se postró ante él.
Hasta
ahora, el ciego sólo sabe que la persona que lo ha curado se llama Jesús. Él lo
considera un profeta, está convencido de que no es un pecador y de que debe
venir de Dios. El ciego ha empezado a ver. Pero la visión completa la recupera
en la última escena, cuando se encuentra de nuevo con Jesús, cree en él y se
postra a sus pies. Lo importante no es ver personas, árboles, nubes, muros,
casas, el sol y la luna… La verdadera visión consiste en descubrir a Jesús,
creer en él y adorarlo.
7ª escena: Jesús y los fariseos
Dijo Jesús:
—Para un juicio he
venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que
ven, se queden ciegos.
Los fariseos que
estaban con él oyeron esto y le preguntaron:
—¿También nosotros
estamos ciegos?
Jesús les contestó:
—Si estuvierais ciegos,
no tendríais pecado; pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.
La reacción del ciego
da paso a la enseñanza final de Jesús. Al principio dijo que él era la luz del
mundo. Ahora aclara en qué consiste su misión: «que los que no ven, vean,
y los que ven, se queden ciegos». Volviendo a la situación de finales del siglo
I, «los que ve» son los fariseos, las autoridades religiosas de
Israel, que no dudan de nada y niegan que Jesús sea el Mesías; «los que no
ven» son los judíos y paganos de buena voluntad que pueden descubrir poco
a poco la persona de Jesús y creer en él.
Si
tenemos en cuenta el valor simbólico de la figura del ciego, resulta más fácil
entender las palabras iniciales de Jesús de que nació ciego «para que se
manifiesten en él las obras de Dios». No se trata de ceguera física, sino de la
ceguera espiritual de no conocer a Jesús.
La samaritana y el ciego
Hay
un gran parecido entre estas dos historias tan distintas del evangelio de Juan.
En ambas, el protagonista va descubriendo cada vez más la persona de Jesús. Y
en ambos casos el descubrimiento los lleva a la acción. La samaritana difunde
la noticia en su pueblo. El ciego, entre sus conocidos y, sobre todo, ante los
fariseos. En este caso, no se trata de una propagación serena y alegre de la fe
sino de una defensa apasionada frente a quienes acusan a Jesús de pecador por
no observar el sábado.
Relación con la primera lectura
Sin la ayuda de Dios, Samuel es incapaz
de ver cuál es la persona elegida como rey de Israel. Sin la ayuda de Jesús, el
hombre es incapaz de reconocerlo como su salvador.
Relación con la segunda lectura
La
luz que recibimos de Jesús debe manifestarse en nuestra forma de
vivir, «como hijos de la luz»: con bondad, justicia, verdad.
SAN JOSE
Esposo de María, madre de Jesús.
Descendiente de David, José era el padre putativo de Jesús, a cuyo
nacimiento asistió en Belén. Vivió en Nazaret ejerciendo el oficio de
carpintero y, al parecer, murió antes de que comenzase la vida pública de
Jesús. Su culto, extendido en Oriente antes del siglo V, no llegó a Occidente
hasta la Edad Media. En 1870 fue proclamado patrón de la Iglesia universal; es
también patrono de los carpinteros y de los moribundos.
Dentro del cristianismo, San José encarna las virtudes de la honestidad, el
amor al trabajo y la fe inquebrantable en Dios. Los hechos relativos a la vida
de San José aparecen en los Evangelios, sobre todo en los de San Mateo y San
Lucas. Descendiente de la casa del rey David, José se casó con María, pero,
antes de que cohabitasen, supo que María había concebido un hijo.
San José, «como era realmente bueno y no quería denunciarla, determinó
repudiarla en secreto» (Mateo 1:19). Sin embargo, un ángel se le apareció en
sueños y le reveló que el hijo que María tenía en su seno había sido concebido por
obra del Espíritu Santo.
Tras el nacimiento de Jesús en Belén, San José, avisado de nuevo por un
ángel, tomó a Jesús y a la Virgen María y los condujo a Egipto para huir de la
furia del rey de Judea, Herodes el Grande. A la muerte del monarca, y después
de una nueva revelación del ángel, San José retornó a su país; pero, por temor
al sucesor de Herodes, la familia no se estableció en Belén, sino en Nazaret de
Galilea. Allí San José ejerció su oficio de carpintero.
Los evangelios citan por última vez a San José en el episodio (narrado por
San Lucas) en el que Jesús se perdió durante una visita a Jerusalén, y fue
hallado por sus padres en el templo, discutiendo con los doctores. Nada cierto
se sabe acerca de la muerte de San José, aunque por la narración evangélica
parece probable que fuera antes de que Jesús iniciara su vida pública.
El culto a San José comenzó posiblemente entre las comunidades cristianas de
Egipto. En Occidente fueron los servitas, una orden mendicante, quienes en el
siglo XIV comenzaron a festejar el 19 de marzo como la fecha de la muerte de
San José, y esta devoción tendría luego impulsores como el papa Sixto IV y la
mística española Santa Teresa de Jesús. El papa Pío IX lo declaró patrono de la
Iglesia universal el año 1870. Casi cien años después, en 1955, Pío XII
instituyó la fiesta de San José Obrero el 1 de mayo.
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