1 – DE ABRIL
- SÁBADO –
5ª
SEMANA DE CUARESMA – A
SAN HUGO
Lectura de la profecía de Ezequiel
(37,21-28):
ESTO dice el
Señor Dios:
«Recogeré a los hijos de Israel de entre
las naciones adonde han ido, los reuniré de todas partes para llevarlos a su
tierra. Los hará una sola nación en mi tierra, en los montes de Israel. Un solo
rey reinará sobre todos ellos. Ya no serán dos naciones ni volverán a dividirse
en dos reinos.
No volverán a contaminarse con sus
ídolos, sus acciones detestables y todas sus transgresiones. Los liberaré de
los lugares donde habitan y en los cuales pecaron. Los purificaré; ellos serán
mi pueblo y yo seré su Dios.
Mi siervo David será su rey, el único
pastor de todos ellos. Caminarán según mis preceptos, cumplirán mis
prescripciones y las pondrán en práctica. Habitarán en la tierra que yo di a mi
siervo Jacob, en la que habitaron sis padres: allí habitarán ellos, sus hijos y
los hijos de sus hijos para siempre, y mi siervo David será su príncipe para
siempre.
Haré con ellos una alianza de paz, una
alianza eterna. Los estableceré, los multiplicaré y pondré entre ellos mi
santuario para siempre; tendré mi morada junto a ellos, yo seré su Dios, y
ellos serán mi pueblo. Y reconocerán las naciones que yo soy el Señor que consagra
Israel, cuando esté mi santuario en medio de ellos para siempre».
Palabra de Dios
Salmo: Jr 31,10.11-12ab.13
R/. El Señor nos guardará como un pastor a
su rebaño
V/. Escuchad, pueblos, la palabra del Señor,
anunciadla a las islas remotas:
«El que dispersó a Israel lo reunirá,
lo guardará como un pastor a su rebaño. R/.
V/. Porque el Señor redimió a Jacob,
lo rescató de una mano más fuerte».
Vendrán con aclamaciones a la altura de Sión,
afluirán hacia los bienes del Señor. R/.
V/. Entonces
se alegrará la doncella en la danza,
gozarán los jóvenes y los viejos;
convertiré su tristeza en gozo,
los alegraré y aliviaré sus penas. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan
(11,45-57):
EN aquel
tiempo, muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había
hecho Jesús, creyeron en él. Pero algunos acudieron a los fariseos y les
contaron lo que había hecho Jesús.
Los sumos sacerdotes y los fariseos
convocaron el Sanedrín y dijeron:
«¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos.
Si lo dejamos seguir, todos creerán en él, y vendrán los romanos y nos
destruirán el lugar santo y la nación».
Uno de ellos, Caifás, que era sumo
sacerdote aquel año, les dijo:
«Vosotros no entendéis ni palabra; no
comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la
nación entera».
Esto no lo dijo por propio impulso, sino
que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente, anunciando que
Jesús iba a morir por la nación; y no solo por la nación, sino también para
reunir a los hijos de Dios dispersos.
Y aquel día decidieron darle muerte. Por
eso Jesús ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se retiró a la
región vecina al desierto, a una ciudad llamada Efraín, y pasaba allí el tiempo
con los discípulos.
Se acercaba la Pascua de los judíos, y
muchos de aquella región subían a Jerusalén, antes de la Pascua, para
purificarse. Buscaban a Jesús y, estando en el templo, se preguntaban:
«¿Qué os parece? ¿Vendrá a la fiesta?».
Los sumos sacerdotes y fariseos habían
mandado que el que se enterase de dónde estaba les avisara para prenderlo.
Palabra del Señor
1. Este relato es de una
excepcional importancia histórica. Porque en él se nos dice dónde estuvo la
clave de la condena a muerte que dictó el Sanedrín contra Jesús.
La decisión no la tomó el pueblo judío. La
tomaron los dirigentes de la religión de aquel pueblo, Y la tomaron el día que
tomaron conciencia clara de que Jesús tenía tal fuerza de atracción, que les
quitaba a ellos la clientela.
Los dirigentes religiosos, en aquella
religión y en todas las religiones, toman sus decisiones por motivos de poder.
Más exactamente, en función de lo que favorece o amenaza el poder sacerdotal.
2. ¿Qué amenaza para su poder vieron los
dirigentes religiosos judíos en Jesús?
Vieron que la gente perdía la fe en
ellos y la ponía en Jesús. ¿Por qué?
La gente busca en la religión solución a
problemas que, según las creencias de cada tiempo y de cada persona, solo la
religión les puede aportar.
Pues bien, por este relato evangélico
vemos que la gente vio en Jesús solución a problemas que los sacerdotes y sus
ceremonias no les solucionaban.
En concreto, a continuación del singular
relato de la resurrección de Lázaro, es evidente que allí estaba en juego el
problema fundamental de todo ser humano: la vida.
Tener vida, gozar de la vida, recuperar
la vida cuando uno se ve perdido y sin solución posible.
3. La mejor religión que
podemos practicar es la que practicó Jesús: la religión que da vida, que da
sentido a la vida, plenitud a la vida, felicidad y ganas de vivir.
Esa es la fe que arrastra. Y la religión
que seduce incluso a los más alejados y a los que se ven sin salida en este
mundo.
4.
Estamos ya en las inmediaciones de la última Pascua de la vida de Jesús.
Jerusalén ha sido testigo de la resurrección de Lázaro. Lo que debería ser un
motivo para conducir a la fe en Jesús se convierte dramáticamente en el motivo
decisivo que induce a las autoridades de Israel a decidir su muerte. En ellos
se da una lógica extraña: «¿Qué hacemos, puesto que este hombre realiza muchos
signos?» La respuesta coherente sería creer en él como aquel que viene de Dios.
Sin embargo, algo se interpone en su mente cuando quieren hacerle desaparecer
con la excusa de obrar para el bien del pueblo. Dios nos libre de ser de los
ciegos que dicen que ven.
Sin embargo, Dios dirige la historia
humana, y lo que fue la mayor injusticia se convirtió en el mayor acto de amor
y de salvación. Incluso, Dios lo hace ahora con las palabras de Caifás. Y así
las palabras con las que él justifica la malvada condena de Jesús («conviene
que uno muera por el pueblo»), Dios las convierte en expresión de la verdadera
razón por la que Jesús va a la muerte: realmente él va a morir por el pueblo en
un sentido mucho más profundo del que pretendía Caifás. Es, pues, una gran invitación
a confiar en su Providencia aun en aquellos momentos en que nos toca padecer la
injusticia.
San Hugo, Obispo (año 1132)
Hugo
significa "el inteligente".
Hay
16 santos o beatos que llevan el nombre de Hugo. Los dos más famosos son San
Hugo, Abad de Cluny (1109), y San Hugo, obispo de quien vamos a hablar hoy.
San
Hugo nació en Francia en el año 1052. Su padre Odilón, que se había casado dos
veces, al quedar viudo por segunda vez se hizo monje cartujo y murió en el
convento a la edad de cien años, teniendo el consuelo de que su hijo que ya era
obispo, le aplicara los últimos sacramentos y le ayudara a bien morir.
A los
28 años nuestro santo ya era instruido en ciencias eclesiásticas y tan
agradable en su trato y de tan excelente conducta que su obispo lo llevó como
secretario a una reunión de obispos que se celebraba en Avignon en el año 1080
para tratar de poner remedio a los desórdenes que había en la diócesis de
Grenoble. Allá en esa reunión o Sínodo, los obispos opinaron que el más
adaptado para poner orden en Grenoble era el joven Hugo y le propusieron que se
hiciera ordenar de sacerdote porque era un laico. El se oponía porque era muy
tímido y porque se creía indigno, pero el Delegado del Sumo Pontífice logró
convencerlo y le confirió la ordenación sacerdotal. Luego se lo llevó a Roma
para que el Papa Gregorio VII lo ordenara de obispo.
En
Roma el Pontífice lo recibió muy amablemente. Hugo le consultó acerca de las
dos cosas que más le preocupaban: su timidez y convicción de que no era digno
de ser obispo, y las tentaciones terribles de malos pensamientos que lo
asaltaban muchas veces. El Pontífice lo animó diciéndole que "cuando Dios
da un cargo o una responsabilidad, se compromete a darle a la persona las
gracias o ayudas que necesita para lograr cumplir bien con esa
obligación", y que los pensamientos, aunque lleguen por montones a la
cabeza, con tal de que no se consientan ni se dejen estar con gusto en nuestro
cerebro, no son pecado ni quitan la amistad con Dios.
Gregorio
VII ordenó de obispo al joven Hugo que sólo tenía 28 años, y lo envió a dirigir
la diócesis de Grenoble, en Francia. Allá estará de obispo por 50 años, aunque
renunciará el cargo ante 5 Pontífices, pero ninguno le aceptará la renuncia.
Al
llegar a Grenoble encontró que la situación de su diócesis era desastrosa y
quedó aterrado ante los desórdenes que allí se cometían. Los cargos
eclesiásticos se concedían a quien pagaba más dinero (Simonía se llama este
pecado). Los sacerdotes no se preocupaban por cumplir buen su celibato. Los
laicos se habían apoderado de los bienes de la Iglesia. En el obispado no había
ni siquiera con qué pagar a los empleados. Al pueblo no se le instruía casi en
religión y la ignorancia era total.
Por
varios años se dedicó a combatir valientemente todos estos abusos. Y aunque se
echó en contra la enemistad de muchos que deseaban seguir por el camino de la
maldad, sin embargo, la mayoría acepto sus recomendaciones y el cambio fue
total y admirable. El dedicaba largas horas a la oración y a la meditación y
recorría su diócesis de parroquia en parroquia corrigiendo abusos y enseñando
cómo obrar el bien.
Todos
veían con admiración los cambios tan importantes en la ciudad, en los pueblos y
en los campos desde que Hugo era obispo. El único que parecía no darse cuenta
de todos estos éxitos era él mismo. Por eso, creyéndose un inepto y un inútil
para este cargo, se fue a un convento a rezar y a hacer penitencia. Pero el Sumo
Pontífice Gregorio VII, que lo necesitaba muchísimo para que le ayudara a
volver más fervorosa a la gente, lo llamó paternalmente y lo hizo retornar otra
vez a su diócesis a seguir siendo obispo. Al volver del convento parecía como
Moisés cuando volvió del Monte Sinaí que llegaba lleno de resplandores. Las
gentes notaron que ahora llegaba más santo, más elocuente predicador y más
fervoroso en todo.
Un
día llegó San Bruno con 6 amigos a pedirle a San Hugo que les concediera un
sitio donde fundar un convento de gran rigidez, para los que quisieran hacerse
santos a base de oración, silencio, ayunos, estudio y meditación. El santo
obispo les dio un sitio llamado Cartuja, y allí en esas tierras desiertas y
apartadas fue fundada la Orden de los Cartujos, donde el silencio es perpetuo
(hablan el domingo de Pascua) y donde el ayuno, la mortificación y la oración
llevan a sus religiosos a una gran santidad.
Se
dice que al construir la casa para los Cartujos no se encontraba agua por
ninguna parte. Y que San Hugo con una gran fe, recordando que cuando Moisés
golpeó la roca, de ella brotó agua en abundancia, se dedicó a cavar el suelo
con mucha fe y oración y obtuvo que brotara una fuente de agua que abasteció a
todo el gran convento.
En
adelante San Bruno fue el director espiritual del obispo Hugo, hasta el final
de su vida. Y se cumplió lo que dice el Libro de los Proverbios: "Triunfa
quien pide consejo a los sabios y acepta sus correcciones". A veces se
retiraba de su diócesis para dedicarse en el convento a orar, a meditar y a
hacer penitencia en medio de aquel gran silencio, donde según sus propias
palabras "Nadie habla si no es para cosas extremadamente graves, y lo
demás se lo comunican por señas, con una seriedad y un respeto tan grandes, que
mueven a admiración". Para San Hugo sus días en la Cartuja eran como un
oasis en medio del desierto de este mundo corrompido y corruptor, pero cuando
ya llevaba varios días allí, su director San Bruno le avisaba que Dios lo
quería al frente de su diócesis, y tenía que volverse otra vez a su ciudad.
Los
sacerdotes más fervorosos y el pueblo humilde aceptaban con muy buena voluntad
las órdenes y consejos del Santo obispo. Pero los relajados, y sobre todo
muchos altos empleados del gobierno que sentían que con este Monseñor no tenían
toda la libertad para pecar, se le opusieron fuertemente y se esforzaron por
hacerlo sufrir todo lo que pudieron. El callaba y soportaba todo con paciencia
por amor a Dios. Y a los sufrimientos que le proporcionaban los enemigos de la
santidad se le unían las enfermedades. Trastornos gástricos que le producían
dolores y le impedían digerir los alimentos. Un dolor de cabeza continuo por
más de 40 años (que no lo sabían sino su médico y su director espiritual y que
nadie podía sospechar porque su semblante era siempre alegre y de buen humor).
Y el martirio de los malos pensamientos que como moscas inoportunas lo rodearon
toda su vida haciéndolo sufrir muchísimo, pero sin lograr que los consintiera o
los admitiera con gusto en su cerebro.
Varias
veces fue a Roma a visitar al Papa y a rogarle que le quitara aquel oficio de
obispo porque no se creía digno. Pero ni Gregorio VII, ni Urbano II, ni Pascual
II, ni Inocencio II, quisieron aceptarle su renuncia porque sabían que era un
gran apóstol y que, si se creía indigno, ello se debía más a su humildad, que a
que en realidad no estuviera cumpliendo bien sus oficios de obispo. Cuando ya
muy anciano le pidió al Papa Honorio II que lo librara de aquel cargo porque
estaba muy viejo, débil y enfermo, el Sumo Pontífice le respondió:
"Prefiero de obispo a Hugo, viejo, débil y enfermo, antes que a otro que
esté lleno de juventud y de salud"
Era
un gran orador, y como rezaba mucho antes de predicar, sus sermones conmovían
profundamente a sus oyentes. Era muy frecuente que, en medio de sus sermones,
grandes pecadores empezaran a llorar a grito entero y a suplicar a grandes
voces que el Señor Dios les perdonara sus pecados. Sus sermones obtenían
numerosas conversiones.
Tenía
gran horror a la calumnia y a la murmuración. Cuando escuchaba hablar contra
otros exclamaba asustado: "Yo creo que eso no es así". Y no aceptaba
quejas contra nadie si no estaban muy bien comprobadas.
Una
vez, cuando por un larguísimo verano hubo una enorme carestía y gran escasez de
alimentos, vendió el cáliz de oro que tenía y todos los objetos de especial
valor que había en su casa y con ese dinero compró alimentos para los pobres. Y
muchos ricos siguieron su ejemplo y vendieron sus joyas y así lograron
conseguir comida para la gente que se moría de hambre.
Al
final de su vida la artritis le producía dolores inmensos y continuos, pero
nadie se daba cuenta de que estaba sufriendo, porque sabía colocar una muralla
de sonrisas para que nadie supiera los dolores que estaba padeciendo por amor a
Dios y salvación de las almas.
Un
día al verlo llorar por sus pecados le dijo un hombre: "- Padre, ¿por qué
llora, si jamás ha cometido un pecado deliberado y plenamente aceptado? -
". Y él le respondió: "El Señor Dios encuentra manchas hasta en sus
propios ángeles. Y yo quiero decirle con el salmista: "Señor, perdóname
aun de aquellos pecados de los cuales yo no me he dado cuenta y no
recuerdo".
Poco
antes de su muerte perdió la memoria y lo único que recordaba eran los Salmos y
el Padrenuestro. Y pasaba sus días repitiendo salmos y rezando padres nuestros…
Murió
cuando estaba para cumplir los 80 años, el 1 de abril de 1132. El Papa
Inocencio II lo declaró santo, dos años después de su muerte.
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