14– DE MARZO
- MARTES –
3ª
SEMANA DE CUARESMA – A
Sta. MATILDE
Lectura de la profecía de
Daniel (3,25.34-43):
EN aquellos
días, Azarías, puesto en pie, oró de esta forma; alzó la voz en medio del fuego
y dijo:
«Por el honor de tu nombre, no nos desampares para siempre, no rompas tu alianza, no apartes de nosotros tu misericordia.
Por Abrahán, tu amigo; por Isaac, tu siervo; por Israel, tu consagrado; a quienes prometiste multiplicar su descendencia como las estrellas del cielo, como la arena de las playas marinas.
Pero ahora, Señor, somos el más pequeño de todos los pueblos; hoy estamos humillados por toda la
tierra a causa de nuestros pecados.
En este momento no tenemos príncipes, ni profetas, ni jefes; ni holocausto, ni sacrificios, ni ofrendas, ni incienso; ni un sitio donde ofrecerte primicias, para alcanzar misericordia.
Por eso, acepta nuestro corazón
contrito y nuestro espíritu humilde, como un holocausto de carneros y toros o una
multitud de corderos cebados.
Que este sea hoy nuestro sacrificio, y que sea agradable en tu presencia: porque los
que en ti confían no quedan defraudados.
Ahora te seguimos de todo corazón, te
respetamos, y buscamos tu rostro; no nos
defraudes, Señor; trátanos según tu piedad, según tu gran misericordia.
Líbranos con tu poder maravilloso y da gloria a tu nombre, Señor».
Palabra de Dios
Salmo: 24,4-5ab.6.7bc.8-9
R/. Recuerda, Señor, tu ternura
V/. Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R/.
V/. Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor. R/.
V/. El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo
(18,21-35):
EN aquel
tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó:
«Señor, si mi hermano me ofende,
¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?».
Jesús le contesta:
«No te digo hasta siete veces, sino
hasta setenta veces siete.
Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las
cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía
diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran
a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El
criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré
todo”.
Se compadeció el señor de aquel criado y
lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero al salir, el criado aquel encontró
a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo
estrangulaba diciendo:
“Págame lo que me debes”.
El compañero, arrojándose a sus pies, le
rogaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”.
Pero él se negó y fue y lo metió en la
cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido,
quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces
el señor lo llamó y le dijo:
“¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te
la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu
compañero, como yo tuve compasión de ti?”.
Y el señor, indignado, lo entregó a los
verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre
celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».
Palabra del Señor
1. Con frecuencia se confunde
"perdonar" con "olvidar". Pero sabemos que en la vida hay
cosas que no se pueden olvidar. Por la sencilla razón de que el olvido no
depende de nosotros.
Las heridas hondas que nos hacen dejan
cicatriz, una señal que nunca quizá se nos borra.
Sin embargo, el perdón es una decisión
que depende del que ha sido ofendido o lesionado en sus derechos o intereses.
-Perdonar es no hacer nada malo para el
que me ha dañado.
-Perdonar no es suprimir sentimientos.
Es no dañar al enemigo.
-El perdón es el bien que está por
encima del mal. Cuando el bien vence al mal, por más que eso cueste o
resulte desagradable.
2. Con demasiada frecuencia nos
ocurre lo que al protagonista de esta parábola: tenemos una facilidad asombrosa
para borrar del recuerdo el bien que recibimos. Y tenemos también una
inclinación peligrosa (muy peligrosa) para recordar el mal que nos han hecho.
Además, el desequilibrio entre estas dos tendencias es tan sobrecogedor como
repugnante. Y es el origen de casi todos los males que causamos a los demás.
3. Esto ocurre constantemente. Lo
mismo en los individuos, que en los grupos humanos: familias, religiones,
instituciones políticas, estamentos sociales, económicos... En todos los
ámbitos de la vida.
La consecuencia —también aquí y sobre
todo aquí— es la violencia.
Los sentimientos se convierten en resentimientos, en odios inconfesables,
en deseos de venganza, en envidias infantiles.
Es la ruptura del tejido social. Y,
sobre todo, es la descomposición de nuestra propia humanidad.
Lo peor que nos puede ocurrir en la
vida.
4.
«Acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde […] Que este
sea hoy nuestro sacrificio, y que sea agradable en tu presencia». Esta oración
que trae hoy la primera lectura, sacada de la súplica de los tres jóvenes
sometidos a la tortura del fuego en el libro de Daniel, es una de las oraciones
más bellas que el sacerdote pronuncia en secreto antes de ofrecer el sacrificio
de la Misa. Justo antes de comenzar la plegaria eucarística, recita estas
palabras que señalan la actitud del corazón más pura para acercarnos a Dios: un
corazón contrito y un espíritu humilde; la humildad de saber que no tenemos
nada que no hayamos recibido y la contrición del que sabe que ha sido muchas
veces infiel, pero quiere apoyar su vida en la fidelidad del Dios que nunca
abandona a sus hijos. Dios es fiel y misericordioso, hasta el punto de que esos
dos atributos son casi un sinónimo de su nombre en el Antiguo Testamento
(emet-hesed: Éx 34,6).
De ahí que del Corazón de Jesucristo
nazca siempre la gracia de la misericordia. Decía san Juan Pablo II que «la
misericordia de Dios ha puesto un límite al mal» (Memoria e identidad). El
perdón que todos hemos recibido ha significado la sanación de nuestras almas.
De la misma manera, hoy Jesús nos invita a sanar nuestras rencillas y
discordias con la medicina del perdón. No hay nada que pacifique más al alma
que dar y recibir el perdón oportunamente.
Sta. MATILDE
Matilde significa: "valiente en la batalla".
Era descendiente del famoso guerrero Widukind e hija del duque de Westfalia.
Desde niña fue educada por las monjas del convento de Erfurt y adquirió una
gran piedad y una fortísima inclinación hacia la caridad para con los pobres. Muy joven se casó con Enrique, duque de Sajonia (Alemania). Su matrimonio
fue excepcionalmente feliz. Sus hijos fueron: Otón primero, emperador de
Alemania; Enrique, duque de Baviera; San Bruno, Arzobispo de Baviera; Gernerga,
esposa de un gobernante; y Eduvigis, madre del famoso rey francés, Hugo Capeto.
Su esposo Enrique obtuvo resonantes triunfos
en la lucha por defender su patria, Alemania, de las invasiones de feroces
extranjeros. Y él atribuía gran parte de sus victorias a las oraciones de su
santa esposa Matilde.
Enrique fue nombrado rey, y Matilde al convertirse en reina no dejó sus
modos humildes y piadosos de vivir. En el palacio real más parecía una buena
mamá que una reina, y en su piedad se asemejaba más a una religiosa que a una
mujer de mundo. Ninguno de los que acudían a ella en busca de ayuda se iba sin
ser atendido.
Era extraordinariamente generosa en repartir limosnas a los pobres. Su
esposo casi nunca le pedía cuentas de los gastos que ella hacía, porque estaba
convencido de que todo lo repartía a los más necesitados. Tampoco se disgustaba
por las frecuentes prácticas de piedad a que ella se dedicaba, la veía tan
bondadosa y tan fiel que estaba convencido de que Dios estaba contento de su
santo comportamiento.
Después de 23 años de matrimonio quedó viuda, al morir su esposo Enrique.
Cuando supo la noticia de que él había muerto repentinamente de un derrame
cerebral, ella estaba en el templo orando. Inmediatamente se arrodilló ante el
Santísimo Sacramento y ofreció a Dios su inmensa pena y mandó llamar a un
sacerdote para que celebrara una misa por el descanso eterno del difunto.
Terminada la misa, se quitó todas sus joyas y las dejó como un obsequio ante el
altar, ofreciendo a Dios el sacrificio de no volver a emplear joyas nunca más.
Su hijo Otón primero fue elegido emperador, pero el otro hermano Enrique,
deseaba también ser jefe y se declaró en revolución. Otón creyó que Matilde
estaba de parte de Enrique y la expulsó del palacio. Ella se fue a un convento
a orar para que sus dos hijos hicieran las paces. Y lo consiguió. Enrique fue
nombrado Duque de Baviera y firmó la paz con Otón. Pero entonces a los dos se
les ocurrió que todo ese dinero que Matilde afirmaba que había gastado en los
pobres, lo tenía guardado. Y la sometieron a pesquisas humillantes. Pero no
lograron encontrar ningún dinero. Ella decía con humor: "Es verdad que se
unieron contra mí, pero por lo menos se unieron".
Y sucedió que a Enrique y a Otón empezó a irles muy mal y comenzaron a
sucederles cosas muy desagradables. Entonces se dieron cuenta de que su gran
error había sido tratar tan mal a su santa madre. Y fueron y le pidieron
humildemente perdón y la llevaron otra vez a palacio y le concedieron amplia
libertad para que siguiera repartiendo limosnas a cuantos le pidieran.
Ella los perdonó gustosamente. Y le avisó a Enrique que se preparara a bien
morir porque le quedaba poco tiempo de vida. Y así le sucedió.
Otón adquirió tan grande veneración y tan plena confianza con su santa
madre, que cuando se fue a Roma a que el Sumo Pontífice lo coronara emperador,
la dejó a ella encargada del gobierno de Alemania.
Sus últimos años los pasó Matilde dedicada a
fundar conventos y a repartir limosnas a los pobres. Otón, que al principio la
criticaba diciendo que era demasiado repartidora de limosnas, después al darse
cuenta de la gran cantidad de bendiciones que se conseguían con las limosnas,
le dio amplia libertad para dar sin medida. Dios devolvía siempre cien veces
más.
Cuando Matilde cumplió sus 70 años se dispuso a pasar a la eternidad y
repartió entre los más necesitados todo lo que tenía en sus habitaciones, y
rodeada de sus hijos y de sus nietos, murió santamente el 14 de marzo del año
968.
ORACION
Matilde: reina santa y generosa: haz que todas las mujeres del mundo que
tienen altos puestos o bienes de fortuna sepan compartir sus bienes con los
pobres con toda la generosidad posible, para que así se ganen los premios del
cielo con sus limosnas en la tierra.
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