5 – DE MARZO
– DOMINGO –
2ª SEMANA DE CUARESMA – A
SAN ADRIAN
Lectura
del libro del Génesis (12,1-4a):
En aquellos días,
el Señor dijo a Abrán:
«Sal de tu tierra y de la casa de tu padre,
hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré
famoso tu nombre, y será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan,
maldeciré a los que te maldigan.
Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo.»
Abrán marchó, como le había dicho el Señor.
Palabra de
Dios
Salmo: 32,4-5.18-19.20.22
R/. Que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti
La palabra del
Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R/.
Los ojos del Señor
están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.
Nosotros
aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. R/.
Lectura de la segunda carta del apóstol
san Pablo a Timoteo (1,8b-10):
Toma parte en los
duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios. Él nos salvó y nos llamó
a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque, desde tiempo
inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo; y ahora,
esa gracia se ha manifestado al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que
destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal, por medio del Evangelio.
Palabra de
Dios
Lectura del santo evangelio según san
Mateo (17,1-9):
En aquel tiempo,
Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó
aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro
resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se
les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a
Jesús:
«Señor, ¡qué bien se está aquí! Sí quieres,
haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando cuando una nube
luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía:
«Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.
Escuchadlo.»
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces,
llenos de espanto.
Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:
«Levantaos, no temáis.» Al alzar los ojos,
no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les
mandó:
«No contéis a nadie la visión hasta que el
Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
Palabra del
Señor
Por la
renuncia al triunfo.
Dentro de poco más de un mes, cuando comience
la Semana Santa, nuestras calles verán pasar diversas imágenes de Jesucristo
crucificado. La gente las mirará con mayor o menor respeto. Pero nadie dirá:
“Era un terrorista y un blasfemo. Hicieron muy bien en matarlo”. Si
nuestra imagen de Jesús es positiva a pesar de su destino tan trágico se debe,
en gran parte, al evangelio de hoy.
El tema común a las tres lecturas de
este domingo es “por la renuncia al triunfo”.
En la primera, Abrahán debe renunciar a
su patria y a su familia, experiencia muy dura que sólo conocen bien los que
han tenido que emigrar. Pero obtendrá una nueva tierra y una familia numerosa
como las estrellas del cielo. Incluso todas las familias del mundo se sentirán
unidas a él y utilizarán su nombre para bendecirse.
En la segunda lectura, Timoteo deberá
renunciar a una vida cómoda y tomar parte en el duro trabajo de proclamar el
evangelio. Pero obtendrá la vida inmortal que nos consiguió Jesús a través de
su muerte.
En el evangelio, si recordamos el
episodio inmediatamente anterior (el primer anuncio de la pasión y
resurrección) también queda claro el tema: Jesús, que renuncia a asegurarse la
vida, obtiene la victoria simbolizada en la transfiguración. Así lo anuncia a
los discípulos: «Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin
haber visto llegar a este Hombre como rey».
Esta manifestación gloriosa de Jesús
tendrá lugar seis días más tarde.
El relato de la Transfiguración podemos
dividirlo en tres partes: la subida a la montaña (v.1), la visión (vv.2-8), el
descenso de la montaña (9-13). Desde un punto de vista literario es
una teofanía, una manifestación de Dios, y los evangelistas utilizan los mismos
elementos que empleaban los autores del Antiguo Testamento para describirlas.
Por eso, antes de analizar cada una de las partes, conviene recordar algunos
datos de la famosa teofanía del Sinaí, cuando Dios se revela a Moisés.
La
teofanía del Sinaí
Dios no se manifiesta en un espacio
cualquiera, sino en un sitio especial, la montaña, a la que no tiene acceso
todo el pueblo, sino sólo Moisés, al que a veces acompaña su hermano Aarón (Ex
19,24), o Aarón, Nadab y Abihú junto con los setenta dirigentes de Israel (Ex
24,1). La presencia de Dios se expresa mediante la imagen de una nube espesa,
desde la que habla (Ex 19,9). Es también frecuente que se mencione en este
contexto el fuego, el humo y el temblor de la montaña, como símbolo de la
gloria y el poder de Dios que se acerca a la tierra. Estos elementos demuestran
que los evangelistas no pretenden ofrecer un informe objetivo, “histórico”, de
lo ocurrido, sino crear un clima semejante al de las teofanías del
Antiguo Testamento.
La subida a la montaña
Jesús sólo elige a tres discípulos,
Pedro, Santiago y Juan. La exclusión de los otros nueve no debemos
interpretarla sólo como un privilegio; la idea principal es que va a ocurrir
algo tan importante que no puede ser presenciado por todos. Se dice
que subieron «a una montaña alta y apartada». La tradición cristiana, que no se
contenta con estas indicaciones generales, la ha identificado con el monte
Tabor, que tiene poco de alto (575 m) y nada de apartado. Lo evangelistas
quieren indicar otra cosa: usan el frecuente simbolismo de la montaña como
morada o lugar de revelación de Dios. Entre los antiguos cananeos, el monte
Safón era la morada del panteón divino. Para los griegos se trataba del Olimpo.
Para los israelitas, el monte sagrado era el Sinaí (u Horeb). También el
Carmelo tuvo un prestigio especial entre ellos, igual que el monte Sión en
Jerusalén.
Una montaña «alta y apartada» aleja
horizontalmente de los hombres y acerca verticalmente a Dios. En ese contexto
va a tener lugar la manifestación gloriosa de Jesús, sólo a tres de
los discípulos.
La visión
En ella hay cuatro elementos que la
hacen avanzar hasta su plenitud. El primero es la transformación del rostro y
las vestiduras de Jesús. El segundo, la aparición de Moisés y Elías. El
tercero, la aparición de una nube luminosa que cubre a los presentes. El
cuarto, la voz que se escucha desde el cielo.
1. La transformación de Jesús la expresaba Marcos con estas palabras: «sus vestidos se volvieron
de un blanco deslumbrador, como no es capaz de blanquearlos ningún batanero del
mundo» (Mc 9,3). Mateo omite esta comparación final y añade un dato nuevo: «su
rostro brillaba como el sol». La luz simboliza la gloria de Jesús, que los
discípulos no habían percibido hasta ahora de forma tan sorprendente.
2. «De pronto, se les aparecieron Moisés
y Elías conversando con él». Moisés
es el gran mediador entre Dios y su pueblo, el profeta con el que Dios hablaba
cara a cara. Sin Moisés, humanamente hablando, no habría existido el pueblo de
Israel ni su religión. Elías es el profeta que salva a esa religión en su mayor
momento de crisis, hacia el siglo IX a.C., cuando está a punto de sucumbir por
el influjo de la religión cananea. Sin Elías habría caído por tierra toda la
obra de Moisés. Por eso los judíos concedían especial importancia a estos dos
personajes. El hecho de que se aparezcan ahora a los discípulos (no a
Jesús) es una manera de garantizarles la importancia del personaje al que están
siguiendo. No es un hereje ni un loco, no está destruyendo la labor religiosa
de siglos, se encuentra en la línea de los antiguos profetas, llevando su obra
a plenitud.
En este contexto, las palabras
de Pedro proponiendo hacer tres chozas suenan a simple despropósito. Pero son
simple consecuencia de lo que dice antes: «qué bien se está aquí».
Cuando el primer anuncio de la pasión, Pedro rechazó el sufrimiento y la muerte
como forma de salvar. Ahora, en la misma línea, considera preferible quedarse
en lo alto del monte con Jesús, Moisés y Elías que seguir a Jesús con la cruz.
3. Como en el Sinaí, Dios se manifiesta
en la nube y habla desde ella.
4. Sus primeras palabras reproducen
exactamente las que se escucharon en el momento del bautismo de Jesús,
cuando Dios presentaba a Jesús como su siervo. Pero aquí se
añade un imperativo: "¡Escuchadlo!" La orden se relaciona
directamente con las anteriores palabras de Jesús, que han provocado tanto
escándalo en Pedro, y con la dura alternativa entre vida y muerte que ha
planteado a sus discípulos. Ese mensaje no puede ser eludido ni trivializado.
"¡Escuchadlo!"
El descenso de la montaña
Dos hechos cuenta Mt en este momento: La
orden de Jesús de que no hablen de la visión hasta que él resucite y la
pregunta de los discípulos sobre la vuelta de Elías.
Lo primero coincide con la prohibición
de decir que él es el Mesías (Mt 16,20). No es momento ahora de hablar del
poder y la gloria, suscitando falsas ideas y esperanzas. Después de la
resurrección, cuando para creer en Cristo sea preciso aceptar el escándalo de
su pasión y cruz, se podrá hablar con toda libertad también de su gloria.
El segundo tema, sobre la vuelta de
Elías, lo omite la liturgia.
Resumen
Este episodio no está contado en
beneficio de Jesús, sino como experiencia positiva para los apóstoles y para
todos nosotros.
Después de haber escuchado a Jesús
hablar de su pasión y muerte, de las duras condiciones que impone a sus
seguidores, tenemos tres experiencias complementarias:
1) vemos a Jesús transfigurado de forma
gloriosa;
2) contemplamos a Moisés y Elías;
3) escuchamos la voz del cielo.
Esto supone una enseñanza creciente:
1) al ver transformados su rostro y
sus vestidos tenemos la experiencia de que su destino final
no es el fracaso, sino la gloria;
2) la aparición de Moisés y Elías
confirma que Jesús es el culmen de la historia religiosa de Israel y de la
revelación de Dios;
3) la voz del cielo nos dice que seguir
a Jesús no es una locura, sino lo más conforme al plan de Dios.
Tres ideas que ayudan a superar el
escándalo de Jesucristo crucificado.
SAN ADRIAN
San Adrián fue un mártir de la Iglesia
Católica que vivió en tiempos de la última y más terrible de las persecuciones
que padecieron los primeros cristianos promovida por el emperador romano
Diocleciano.
Según algunos registros en griego y latín,
Adrián fue oficial de la guardia del emperador Galerio y por lo tanto
perseguidor de cristianos. Sin embargo, un día estando presente en el juicio y
tortura de veintidós mártires, quedó tan impresionado que decidió convertirse
al cristianismo.
El santo vivió terribles tormentos después de
ser apresado junto a algunos compañeros durante un viaje a la ciudad de
Cesarea, cuando visitaba a unos cristianos. Inmediatamente fue conducido ante
el gobernador de Palestina, Firmiliano, quien lo mandó azotar y desgarrar las
carnes con garfios de hierro, para después ser arrojado a las fieras.
Fue decapitado cerca del año 306 en la
antigua ciudad de Nicomedia (reino de Bitinia) por no acceder a renegar de su
fe. Su fiesta se celebra el 5 marzo.
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