29 – DE
MARZO - MIERCOLES –
5ª
SEMANA DE CUARESMA – A
San Eustasio de
Luxeüil
Lectura de la profecIa de Daniel
(3,14-20.91-92.95):
EN aquellos
días, el rey Nabucodonosor dijo:
«¿Es cierto, Sidrac, Misac y Abdénago,
que no teméis a mis dioses ni adoráis la estatua de oro que he erigido? Mirad:
si al oír tocar la trompa, la flauta, la cítara, el laúd, el arpa, la vihuela y
todos los demás instrumentos, estáis dispuestos a postraros adorando la estatua
que he hecho, hacedlo; pero, si no la adoráis, seréis arrojados inmediatamente
al horno encendido, y ¿Qué dios os librará de mis manos?».
Sidrac, Misac y Abdénago contestaron al
rey Nabucodonosor:
«A eso no tenemos por qué responderte.
Si nuestro Dios a quien veneramos puede librarnos del horno encendido, nos
librará, oh rey, de tus manos. Y aunque no lo hiciera, que te conste, majestad,
que no veneramos a tus dioses ni adoramos la estatua de oro que has erigido».
Entonces Nabucodonosor, furioso contra
Sidrac, Misac y Abdénago, y con el rostro desencajado por la rabia, mandó
encender el horno siete veces más fuerte que de costumbre, y ordenó a sus
soldados más robustos que atasen a Sidrac, Misac y Abdénago y los echasen en el
horno encendido.
Entonces el rey Nabucodonosor se alarmó,
se levantó y preguntó, estupefacto, a sus consejeros:
«¿No eran tres los hombres que atamos y
echamos al horno?».
Le respondieron:
«Así es, majestad».
Preguntó:
«Entonces, ¿Cómo es que veo cuatro
hombres, sin atar, paseando por el fuego sin sufrir daño alguno? Y el cuarto
parece un ser divino».
Nabucodonosor, entonces, dijo:
«Bendito sea el Dios de Sidrac, Misac y
Abdénago, que envió un ángel a salvar a sus siervos, que, confiando en él,
desobedecieron el decreto real y entregaron sus cuerpos antes que venerar y
adorar a otros dioses fuera del suyo».
Palabra de Dios
Salmo: Dn 3,52.53.54.55.56
R/. A ti gloria y alabanza por los siglos
V/. Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres.
Bendito tu nombre, santo y glorioso. R/.
V/. Bendito eres en el templo de tu santa gloria. R/.
V/. Bendito eres sobre el trono de tu reino. R/.
V/. Bendito eres tú, que sentado sobre querubines sondeas
los abismos. R/.
V/. Bendito eres en la bóveda del cielo. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan
(8,31-42):
EN aquel tiempo,
dijo Jesús a los judíos que habían creído en él:
«Si permanecéis en mi palabra, seréis de
verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres».
Le replicaron:
«Somos linaje de Abrahán y nunca hemos
sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: “Seréis libres”?».
Jesús les contestó:
«En verdad, en verdad os digo: todo el
que comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre,
el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente
libres. Ya sé que sois linaje de Abrahán; sin embargo, tratáis de matarme,
porque mi palabra no cala en vosotros. Yo hablo de lo que he visto junto a mi
Padre, pero vosotros hacéis lo que le habéis oído a vuestro padre».
Ellos replicaron:
«Nuestro padre es Abrahán».
Jesús les dijo:
«Si fuerais hijos de Abrahán, haríais lo
que hizo Abrahán. Sin embargo, tratáis de matarme a mí, que os he hablado de la
verdad que le escuché a Dios; y eso no lo hizo Abrahán. Vosotros hacéis lo que
hace vuestro padre».
Le replicaron:
«Nosotros no somos hijos de prostitución; tenemos un solo padre: Dios».
Jesús les contestó:
«Si Dios fuera vuestro padre, me
amaríais, porque yo salí de Dios, y he venido. Pues no he venido por mi cuenta,
sino que él me envió».
Palabra del Señor
1. La enseñanza fundamental de este diálogo tenso (y hasta conflictivo) de Jesús con los judíos se centra en esta afirmación fundamental: la fe en Jesús hace libres a los creyentes. Por tanto, las personas que, por lo que sea, viven sometidas, atadas, dependientes de quien sea o de lo que sea, tales personas no tienen, ni pueden tener, fe en Jesús.
La fe en Jesús se manifiesta en la
libertad con que el creyente procede en su vida, en su forma de pensar, en sus
relaciones con los demás, sobre todo en su relación con el poder y los
poderosos que dominan nuestras vidas.
2. Lo extraño es que, según el v. 31, Jesús les habla a los que "habían creído" en él. Y, sin embargo, poco después el texto afirma que aquellos que se supone que ya creían, aquellos precisamente se enfrentan a Jesús hasta amenazarle de muerte.
- ¿Cómo se explica esta contradicción?
Por lo que dice el conjunto del texto,
aquellos hombres tenían una fe incipiente, imperfecta. Creían sin haber
afrontado en serio el problema de la libertad a la que lleva la fe verdadera.
3. Esta fe incipiente, que se
queda a medio camino, está demasiado extendida en la Iglesia. Somos
muchos los "creyentes esclavos" y, por eso mismo,
"creyentes" que nos imaginamos que lo somos, pero no lo somos
de verdad y con todas sus consecuencias.
Hasta el extremo de que, si se nos
presentan situaciones de incompatibilidad entre el Evangelio y la libertad,
preferimos prescindir del Evangelio, para seguir atados y esclavos de nuestros
intereses. Esto es lo que más abunda en la Iglesia, por desgracia.
4. Ayer Jesús se presentaba como luz del
mundo y suscitó una fe incipiente en algunos que le escuchaban. Ahora, les
invita a «permanecer en su palabra» para llegar a ser «verdaderos» discípulos
suyos. El fruto de este discipulado es el conocimiento de «la verdad» que «los
hará libres». Vale la pena penetrar un poco más en el sentido de estas
palabras, así comprenderemos el crecimiento al cual Jesús nos invita.
En primer lugar, Jesús declara que esta
fe inicial es insuficiente. Es necesario, pues, ser introducidos más en lo
profundo. En segundo lugar, Jesús nos describe cómo hacerlo y nos dice por qué.
Debemos empezar permaneciendo en su palabra, esto es, escuchándola y dejándonos
conformar por ella. Esto nos convierte en «verdaderos» discípulos y nos
introduce en el «conocimiento de la Verdad».
La verdad en san Juan significa no solo
que las cosas son así, sino que señala un contenido concreto que es Dios mismo y
el misterio de su designio de salvación en Jesucristo por el que nos hace hijos
suyos. Así, al permanecer en su palabra y dejar que conforme nuestra vida,
somos invitados a participar en Jesucristo de la misma vida de Dios; por la
fuerza de esta vida, somos liberados de las tinieblas de la ignorancia, el
pecado y la muerte. Este es el dinamismo propio de la fe. Acojamos, pues, la
invitación del Señor: abrámonos de veras a sus palabras.
En el monasterio de Luxeuil, en Burgundia (Francia), san Eustasio, abad,
discípulo de san Columbano, que fue padre de casi seiscientos monjes (629).
Nació Eustasio
pasada la segunda mitad del siglo VI, en Borgoña.
Fue discípulo de san Columbano, monje irlandés que pasó a las Galias buscando
esconderse en la soledad y que recorrió el Vosga, el Franco-Condado y llegó
hasta Italia. Fundó el monasterio de Luxeuil a cuya sombra nacieron los
célebres conventos de Remiremont, Jumieges, Saint-Omer, foteines etc.
Eustasio tiene unos deseos grandes de encontrar el lugar adecuado para la
oración y la penitencia. Entra en Luxeuil y es uno de sus primeros monjes. Allí
lleva una vida a semejanza de los monjes del desierto de oriente.
Columbano se ve forzado a condenar los graves errores de la reina Bruneguilda
y de su nieto rey de Borgoña. Con esta actitud, por otra parte inevitable en
quien se preocupa por los intereses de la Iglesia, desaparece la calma que
hasta el momento disfrutaban los monjes. Eustasio considera oportuno en esa
situación autodesterrarse a Austrasia, reino fundado el 511, en el periodo
merovingio, a la muerte de Clodoveo y cuyo primer rey fue Tierry, donde reina
Teodoberto, el hermano de Tierry. Allí se le reúne el abad Columbano. Predican
por el Rhin, río arriba, bordeando el lago Constanza, hasta llegar a tierras
suizas.
Columbano envía a Eustasio al monasterio de Luxeuil después de nombrarle
abad. Es en este momento -con nuevas responsabilidades- cuando la vida de
Eustasio cobra dimensiones de madurez humana y sobrenatural insospechadas.
Arrecia en la oración y en la penitencia; trata con caridad exquisita a los
monjes, es afable y recto; su ejemplo de hombre de Dios cunde hasta el extremo
de reunir en torno a él dentro del monasterio a más de seiscientos varones de
cuyos nombres hay constancia en los fastos de la iglesia. Y el influjo
espiritual del monasterio salta los muros del recinto monacal; ahora son las
tierras de Alemania las que se benefician de él prometiéndose una época
altamente evangelizadora.
Pero han pasado cosas en el monasterio de Luxeuil mientras duraba la
predicción por Alemania. Un monje llamado Agreste o Agrestino que fue
secretario del rey Tierry ha provocado la relajación y la ruina de la
disciplina. Orgulloso y lleno de envidia, piensa y dice que él mismo es capaz
de realizar idéntica labor apostólica que la que está realizando su abad; por
eso abandona el retiro del que estaba aburrido hacía tiempo y donde ya se
encontraba tedioso; ha salido dispuesto a evangelizar paganos, pero no consigue
los esperados triunfos de conversión. Y es que no depende de las cualidades
personales ni del saber humano la conversión de la gente; ha de ser la gracia
del Espíritu Santo quien mueva las inteligencias y voluntades de los hombres y
esto ordinariamente ha querido ligarlo el Señor a la santidad de quien predica.
En este caso, el fruto de su misionar tarda en llegar y con despecho se
precipita Agreste en el cisma.
Eustasio quiere recuperarlo, pero se topa con el espíritu terco, inquieto y
sedicioso de Agreste que ha empeorado por los fracasos recientes y está
dispuesto a aniquilar el monasterio. Aquí interviene Eustasio con un feliz
desenlace porque llega a convencer a los obispos reunidos haciéndoles ver que
estaban equivocados por la sola y unilateral información que les había llegado
de parte de Agreste.
Restablecida la paz monacal, la unidad de dirección y la disciplina, cobra
nuevamente el monasterio su perdida prestancia.
Sus grandes méritos se acrecentaron en la última enfermedad, con un mes
entero de increíbles sufrimientos, que consumen su cuerpo sexagenario el 29 de
marzo del año 625.
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