2 – DE ABRIL
–
DOMINGO DE
RAMOS – A
San Francisco de Paula
Lectura del libro de Isaías (50,4-7):
Mi
Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una
palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los
iniciados. El Señor me abrió el oído. Y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí
la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no
me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no
sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no
quedaría defraudado.
Palabra de Dios
Salmo 21,8-9.17-18a.19-20.23-24
R/. Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Al verme, se burlan de
mí,
hacen visajes, menean
la cabeza:
«Acudió al Señor, que
lo ponga a salvo;
que lo libre, si tanto
lo quiere.» R/.
Me acorrala una jauría
de mastines,
me cerca una banda de
malhechores;
me taladran las manos
y los pies,
puedo contar mis
huesos.
R/.
Se reparten mi ropa,
echan a suertes mi
túnica.
Pero tú, Señor, no te
quedes lejos;
fuerza mía, ven
corriendo a ayudarme. R/.
Contaré tu fama a mis
hermanos,
en medio de la
asamblea te alabaré.
Fieles del Señor,
alabadlo;
linaje de Jacob,
glorificadlo;
temedlo, linaje de
Israel. R/.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses (2,6-11):
Cristo,
a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al
contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por
uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta
someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó
sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre
de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda
lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Palabra de Dios
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según San Mateo (26,14–27,66):
C. En
aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos
sacerdotes y les propuso:
S. «¿Qué
estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?»
C.
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando
ocasión propicia para entregarlo.
C. El
primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
S. -«¿Dónde
quieres que te preparemos la cena de Pascua?»
C. Él
contestó:
+ «Id a la ciudad, a
casa de Fulano, y decidle: "El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo
celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos."»
C. Los
discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.
C. Al
atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:
+ «Os aseguro que uno de
vosotros me va a entregar.»
C. Ellos,
consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
S. «¿Soy
yo acaso, Señor?»
C. Él
respondió:
+ «El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El
Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero ¡ay del que va a entregar
al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido.»
C. Entonces
preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
S. «¿Soy
yo acaso, Maestro?»
C. Él
respondió:
+ «Tú lo has dicho.»
C.
Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a
sus discípulos, diciendo:
+ «Tomad, comed: esto es mi cuerpo.»
C.. Y,
cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias y se la dio diciendo:
+ «Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza,
derramada por muchos para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más
del fruto de la vid, hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el
reino de mi Padre.»
C. Cantaron
el salmo y salieron para el monte de los Olivos.
C. Entonces
Jesús les dijo:
+ «Esta noche vais a
caer todos por mi causa, porque está escrito: "Heriré al pastor, y se
dispersarán las ovejas del rebaño." Pero cuando resucite, iré antes que
vosotros a Galilea.»
C. Pedro
replicó:
S. «Aunque
todos caigan por tu causa, yo jamás caeré.»
C. Jesús
le dijo:
+ «Te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres
veces.»
C. Pedro
le replicó:
S. «Aunque
tenga que morir contigo, no te negaré.»
C. Y
lo mismo decían los demás discípulos.
C. Entonces
Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo:
+ «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar.»
C. Y,
llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a
angustiarse. Entonces dijo:
+ «Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo.»
C. Y,
adelantándose un poco, cayó rostro en tierra y oraba diciendo:
+ «Padre mío, si es posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero
no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.»
C. Y
se acercó a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro:
+ «¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la
tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil.»
C. De
nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:
+ «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase
tu voluntad.»
C.
Y, viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque tenían los ojos cargados. Dejándolos
de nuevo, por tercera vez oraba, repitiendo las mismas palabras. Luego se
acercó a sus discípulos y les dijo:
+ «Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora, y el Hijo
del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya
está cerca el que me entrega.»
C. Todavía
estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un
tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los
ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña:
S. «Al
que yo bese, ése es; detenedlo.»
C. Después
se acercó a Jesús y le dijo:
S. «¡Salve,
Maestro!»
C. Y
lo besó. Pero Jesús le contestó:
+ «Amigo, ¿a qué vienes?»
C. Entonces
se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de los que estaban
con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado
del sumo sacerdote. Jesús le dijo:
+ «Envaina la espada; quien usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú
que no puedo acudir a mi Padre? Él me mandaría en seguida más de doce legiones
de ángeles. Pero entonces no se cumpliría la Escritura, que dice que esto tiene
que pasar.»
C. Entonces
dijo Jesús a la gente:
+ «¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a un bandido? A
diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis.»
C. Todo
esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. En aquel
momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. Los que detuvieron a
Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido
los escribas y los ancianos. Pedro lo seguía de lejos, hasta el palacio del
sumo sacerdote, y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver en qué
paraba aquello. Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un falso
testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar
de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos,
que dijeron:
S. «Éste
ha dicho: "Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres
días."»
C. El
sumo sacerdote se puso en pie y le dijo:
S. «¿No tienes nada que
responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?»
C. Pero
Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo:
S. «Te
conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios.»
C. Jesús
le respondió:
+ «Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: Desde ahora veréis que el Hijo
del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las
nubes del cielo.»
C. Entonces
el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo:
S. «Ha
blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia.
¿Qué decidís?»
C. Y
ellos contestaron:
S. «Es
reo de muerte.»
C. Entonces
le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon, diciendo:
S. «Haz
de profeta, Mesías; ¿quién te ha pegado?»
C. Pedro
estaba sentado fuera en el patio, y se le acercó una criada y le dijo:
S. «También
tú andabas con Jesús el Galileo.»
C. Él
lo negó delante de todos, diciendo:
S. «No
sé qué quieres decir.»
C. Y,
al salir al portal, lo vio otra y dijo a los que estaban allí:
S. «Éste
andaba con Jesús el Nazareno.»
C. Otra
vez negó él con juramento:
S. «No
conozco a ese hombre.»
C. Poco
después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro:
S. «Seguro;
tú también eres de ellos, te delata tu acento.»
C. Entonces
él se puso a echar maldiciones y a jurar, diciendo:
S. «No
conozco a ese hombre.»
C. Y
en seguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús:
«Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces.» Y, saliendo afuera, lloró
amargamente. Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del
pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y, atándolo, lo
llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador. Entonces Judas, el traidor,
al ver que habían condenado a Jesús, sintió remordimiento y devolvió las
treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y ancianos, diciendo:
S. «He
pecado, he entregado a la muerte a un inocente.»
C. Pero
ellos dijeron:
S. «¿A
nosotros qué? ¡Allá tú!»
C. Él,
arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sumos
sacerdotes, recogiendo las monedas, dijeron:
S. «No
es lícito echarlas en el arca de las ofrendas, porque son precio de sangre.»
C. Y,
después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para
cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía «Campo de
Sangre». Así se cumplió lo escrito por Jeremías, el profeta: «Y tomaron las
treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los
hijos de Israel, y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había
ordenado el Señor.» Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le
preguntó:
S. «¿Eres
tú el rey de los judíos?»
C. Jesús
respondió:
+ «Tú lo dices.»
C. Y,
mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos, no contestaba nada.
Entonces Pilato le preguntó:
S. «¿No
oyes cuántos cargos presentan contra ti?»
C. Como
no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la
fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Había
entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, les dijo
Pilato:
S. «¿A
quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?»
C. Pues
sabía que se lo habían entregado por envidia. Y, mientras estaba sentado en el
tribunal, su mujer le mandó a decir:
S. «No
te metas con ese justo, porque esta noche he sufrido mucho soñando con él.»
C. Pero
los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente que pidieran el
indulto de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador preguntó:
S. «¿A
cuál de los dos queréis que os suelte?»
C. Ellos
dijeron:
S. «A
Barrabás.»
C. Pilato
les preguntó:
S. «¿Y
qué hago con Jesús, llamado el Mesías?»
C. Contestaron
todos:
S. «Que
lo crucifiquen.»
C. Pilato
insistió:
S. «Pues,
¿qué mal ha hecho?»
C. Pero
ellos gritaban más fuerte:
S. «¡Que
lo crucifiquen!»
C. Al
ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un
tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia de la multitud, diciendo:
S. «Soy
inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!»
C. Y el
pueblo entero contestó:
S. «¡Su
sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»
C. Entonces
les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo
crucificaran. Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron
alrededor de él a toda la compañía; lo desnudaron y le pusieron un manto de
color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y
le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se
burlaban de él, diciendo:
S. «¡Salve,
rey de los judíos!»
C. Luego
le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y,
terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a
crucificar. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo
forzaron a que llevara la cruz. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que
quiere decir: «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo
probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa,
echándola a suertes, y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de su cabeza
colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los judíos.»
Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los
que pasaban lo injuriaban y decían, meneando la cabeza:
S. «Tú
que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si
eres Hijo de Dios, baja de la cruz.»
C. Los
sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también, diciendo:
S. «A
otros ha salvado, y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje
ahora de la cruz, y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere
Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?»
C. Hasta
los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban. Desde el mediodía
hasta la media tarde, vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media
tarde, Jesús gritó:
+ «Elí, Elí, lamá sabaktaní.»
C. (Es
decir:
+ «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»)
C. Al
oírlo, algunos de los que estaban por allí dijeron:
S. «A
Elías llama éste.»
C. Uno
de ellos fue corriendo; en seguida, cogió una esponja empapada en vinagre y,
sujetándola en una caña, le dio a beber. Los demás decían:
S. «Déjalo,
a ver si viene Elías a salvarlo.»
C. Jesús
dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.
Todos se
arrodillan, y se hace una pausa
C. Entonces,
el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las
rocas se rajaron. Las tumbas se abrieron, y muchos cuerpos de santos que habían
muerto resucitaron. Después que él resucitó, salieron de las tumbas, entraron
en la Ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus hombres, que
custodiaban a Jesús, el ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron
aterrorizados:
S. «Realmente
éste era Hijo de Dios.»
C. Había
allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a
Jesús desde Galilea para atenderlo; entre ellas, María Magdalena y María, la
madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos. Al anochecer, llegó un
hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Éste
acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo
entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia,
lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra
grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María
se quedaron allí, sentadas enfrente del sepulcro. A la mañana siguiente, pasado
el día de la Preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los
fariseos a Pilato y le dijeron:
S. «Señor,
nos hemos acordado de que aquel impostor, estando en vida, anunció: "A los
tres días resucitaré." Por eso, da orden de que vigilen el sepulcro hasta
el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, roben el cuerpo y digan al
pueblo: "Ha resucitado de entre los muertos." La última impostura
sería peor que la primera.»
C. Pilato
contestó:
S. «Ahí
tenéis la guardia. Id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis.»
C. Ellos
fueron, sellaron la piedra y con la guardia aseguraron la vigilancia del
sepulcro.
Palabra del
Señor
La procesión de los Ramos
La procesión de los Ramos es el primer acto de
la liturgia de este domingo, que recuerda la entrada solemne (y suicida) de
Jesús en Jerusalén. Parafraseando a Geza Vermes, «el acto más temerario en
el momento más inadecuado».
La segunda parte de la liturgia no tiene ese
carácter alegre y festivo. Se centra en la lectura de la Pasión según Mateo,
precedida de dos textos que pretenden desvelar su sentido. ¿Qué sentido tiene
el sufrimiento y muerte de Jesús? ¿Termina todo en el fracaso?
Sufrir
para poder consolar (Isaías 50,4-7)
Un profeta anónimo, al que los cristianos
identificamos con Jesús, cuenta parte de su experiencia. Ha recibido la misión
de «transmitir al abatido una palabra de aliento». En el momento que
vivimos, al menos en España, todos necesitamos esa palabra que nos anime en
medio de tanta muerte, enfermedad y sufrimiento. Pero la experiencia de este
profeta es que, para poder animar al que sufre, él mismo tiene que sufrir. Y
acepta ese destino de inmediato: «Ofrecí la espalda a los que me
golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a
insultos y salivazos».
Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber
decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para
que escuche como los iniciados.
El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he
rebelado ni me he echado atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a
los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor
me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como
pedernal, y sé que no quedaré avergonzado.
Humillarse
para ser como cualquier otro (Filipenses 2,6-11)
Frente a la tentación tan frecuente de
presumir, de aparentar ser más de lo que somos, Jesús no hace alarde de su
categoría divina y se despoja de su rango. Dice Pablo que de ese modo «pasó
por uno de tantos». En realidad, se colocó en el escalón más bajo, ya que se
rebajó incluso a la muerte más vergonzosa que existía en el imperio romano: la
muerte en cruz.
Cristo, a pesar de su
condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se
despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a
la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó,
sobre todo, y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre
de Jesús toda rodilla se doble —en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo—, y
toda lengua proclame: «¡Jesucristo es Señor!», para gloria de Dios Padre.
Sufrir
y humillarse para triunfar
Las dos primeras lecturas terminan con la
certeza del triunfo. «Mi Señor me ayudaba… sé que no quedaré avergonzado»,
dice el poema de Isaías.
«Dios lo levantó sobre todo» y hará que
todos adoren y alaben a Jesús, termina Pablo. Con esta certeza de la victoria
debemos terminar la lectura de la Pasión y enfocar nuestros propios
sufrimientos.
La
Pasión según san Mateo
Como
ocurre en otros momentos de la vida pública, los evangelios no coinciden en
todos los detalles de la pasión. Teniendo especialmente en cuenta los episodios
que añade o modifica Mateo, podemos distinguir los siguientes aspectos en su
relato:
1. Enfoque
cristológico: Jesús es consciente de que va a la pasión, no le ocurre de
sorpresa, su muerte no es fruto de la imprudencia o la imprevisión.
2. Enfoque
jurídico: Mateo subraya la injusticia del proceso y la culpabilidad de las
autoridades judías.
3. Enfoque
eclesial. Los paganos son los que perciben mejor la inocencia y dignidad de
Jesús: la mujer de Pilato, el centurión en la cruz. Esta idea empalma con la
visita inicial de los Magos de Oriente a adorar a Jesús niño.
San Francisco de Paula
Nacido en Paula
(Calabria) en el año 1416, fundó una congregación de vida eremítica que después
se transformó en la Orden de los Mínimos, y que fue aprobada por la Santa Sede
en 1506. Murió en Tours (Francia) en el año 1507.
En pleno Renacimiento, cuando Europa se
viste con ropaje pagano, un italiano hace que sople en el mundo occidental una
refrescante brisa de espiritualidad.
Sus padres fueron
Santiago de Alessio y Viena. Ansiaban tener un hijo que no acababa de llegar
después de quince años de matrimonio. Por fin, convencidos de que debían el favor
a san Francisco de Asís, les nació el vástago en un caserío de Paola,
perteneciente al reino de Nápoles; lógicamente le pusieron el nombre de su
santo protector.
Una enfermedad estuvo a punto de costarle
la vista; nuevamente acudieron al de Asís y con trece años vemos a Francisco de
Paula cumpliendo la promesa como oblato en el convento de San Marco Argentano.
Peregrinó por los lugares franciscanos de
la Umbría. Luego se le ve como eremita en las cercanías de Paola, llevando una
vida solitaria, dedicado a la oración y a la penitencia; duerme en el suelo y
toma una piedra para apoyar la cabeza, bebe el agua del arroyo, y se alimenta
de hierbas, de raíces y poco más. Así vivió cinco años, hasta que comenzó a
poblarse el monte de compañeros tan pobres e incultos como él, que hicieron sus
cabañas con ramas secas y construyeron una pequeña capilla; fue el comienzo de
los ermitaños de san Francisco, quien, intentando su renovación individual,
comenzó a dictar normas y consejos, principio de una nueva «regla». Otras
comunidades nuevas de Paterno y Spezzano hicieron que se extendiera la fama del
ermitaño de Paola.
Le llamaron desde Sicilia. Provisto de
cayado y bordón emprendió su viaje a pie camino del mar. Allí tuvo dificultad
para pasar a la isla por no tener dinero y no querer pasarle gratis el
barquero. El peregrino tomó el manto como nave y un pico le hizo de vela para
transportarse a la otra orilla; no pertenece el hecho a la leyenda; tuvo lugar
ante testigos y a plena luz. Y quizá por ello es nombrado patrón de los
navegantes.
El carisma de los
«Mínimos» –que así quiso se llamaran humildemente sus hermanos– fue atender a
las necesidades de la gente abandonada a su suerte por los gobernantes,
empobrecida por las guerras y diezmada por la peste. Y lo supieron hacer con
austeridad heroica, abundando en la oración, siendo contemplativos y empleando
el buen humor.
Francisco de Paula fue un gran
taumaturgo, cualidad que el pueblo se encargó de aumentar a su gusto y que ha
pasado a las biografías con hechos que luego la ciencia histórica se encarga de
estudiar para recortar los agigantados, suprimir los fantásticos y reconocer su
incapacidad de explicar los verdaderos.
El de Paola nunca fue sacerdote. Sí
defensor de los pobres y de los oprimidos. Habló claro, tajante, de modo
intransigente y recio con los de arriba, aunque fueran reyes, como pasó en la
corte napolitana. El caso fue que Fernando I el Bastardo quiso taparle la boca
y frenar sus críticas públicas, invitándolo a palacio; allí habló Francisco al
modo de los antiguos profetas, adoptando el lenguaje de los símbolos: tomó de
una bandeja una moneda de oro, la desmenuzó entre sus dedos como si fuera de
mal barro, y brotaron unas gotas de sangre que mancharon el manto real;
entonces hizo saber con palabras al rey que con sus injusticias se enriquecían
tanto él como su palacio.
No poca fue su fama. Hasta de la corte
francesa requirieron su presencia para que devolviera la salud al fresco rey
Luis XI; mediaron el rey de Nápoles y el mismo papa Sixto IV para que hiciera
el favor de desplazarse; después de calmar una tempestad en el golfo de Lyon
con un milagro, se encaminó hacia Tours; no le devolvió al soberano la salud
perdida, pero sí le ayudó a poner orden en su conciencia y en el Estado de
aquel rey insolente, y eso era mayor milagro que el pedido.
Fue consejero de Carlos VIII y Luis XII
en momentos decisivos para la historia de Francia y de Italia y este contacto
con la familia real le dio oportunidad de dirigir y consolar a la hija no
querida de Luis XI y esposa despreciada de Luis XII, santa Juana de Valois.
Incluso en España intervino en la vida
política y militar; mandó recado por dos frailes mínimos al rey Fernando V, que
luchaba contra el Islam en las puertas de Málaga, al tiempo que él movilizaba a
los fieles para que rezaran a favor de las armas cristianas; también cedió al
aragonés Bernardo Boyl, uno de sus frailes, para que prestara atención
espiritual en la primera expedición de Colón.
Murió el 2 de abril de 1507 y lo canonizó
León X en 1519.
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