30 – DE
MARZO - JUEVES –
5ª
SEMANA DE CUARESMA – A
SAN JUAN CLIMACO
Lectura
del libro del Génesis (17,3-9):
EN aquellos
días, Abrán cayó rostro en tierra y Dios le habló así:
«Por mi parte, esta es mi alianza
contigo: serás padre de muchedumbre de pueblos.
Ya no te llamarás Abrán, sino Abrahán, porque te hago padre de muchedumbre
de pueblos. Te haré fecundo sobremanera: sacaré pueblos de ti, y reyes nacerán
de ti.
Mantendré mi alianza contigo y con tu
descendencia en futuras generaciones, como alianza perpetua. Seré tu Dios y el
de tus descendientes futuros. Os daré a ti y a tu descendencia futura la tierra
en que peregrinas, la tierra de Canaán, como posesión perpetua, y seré su
Dios».
El Señor añadió a Abrahán:
«Por tu parte, guarda mi alianza, tú y
tus descendientes en sucesivas generaciones».
Palabra de Dios
Salmo: 104,4-5.6-7.8-9
R/. El Señor se acuerda de su alianza
eternamente
V/. Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro.
Recordad las maravillas que hizo,
sus prodigios, las sentencias de su boca. R/.
V/. ¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra. R/.
V/. Se acuerda de su alianza eternamente,
de la palabra dada, por mil generaciones;
de la alianza sellada con Abrahán,
del juramento hecho a Isaac. R/.
Lectura del santo evangelio según san Juan
(8,51-59):
EN aquel
tiempo, dijo Jesús a los judíos:
«En verdad, en verdad os digo: quien
guarda mi palabra no verá la muerte para siempre».
Los judíos le dijeron:
«Ahora vemos claro que estás
endemoniado; Abrahán murió, los profetas también, ¿y tú dices: “Quien guarde mi
palabra no gustará la muerte para siempre”? ¿Eres tú más que nuestro padre
Abrahán, que murió? También los profetas murieron, ¿por quién te tienes?».
Jesús contestó:
«Si yo me glorificara a mí mismo, mi
gloria no valdría nada. El que me glorifica es mi Padre, de quien vosotros
decís: “Es nuestro Dios”, aunque no lo conocéis. Yo sí lo conozco, y si dijera
“No lo conozco” sería, como vosotros, un embustero; pero yo lo conozco y guardo
su palabra. Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo
vio, y se llenó de alegría».
Los judíos le dijeron:
«No tienes todavía cincuenta años, ¿y
has visto a Abrahán?».
Jesús les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: antes de
que Abrahán existiera, yo soy».
Entonces cogieron piedras para
tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.
Palabra del Señor
1. Lo que, en último término,
se viene a decir en este pasaje del IV evangelio es que Dios es la plenitud de
la vida. Era vida antes de que existiera Abrahán. Y será vida sin término para
todo el que guarde la palabra de Jesús, es decir, el que asuma lo que dijo
Jesús de forma que eso sea la norma de su conducta.
La plenitud de vida —vida sin limitación
alguna— es lo que Dios transmite y comunica al que se adhiere a Él por medio de
Jesús.
2. Esto quiere decir que la
fe en Jesús y, por medio de esta fe, la fe en Dios no es otra cosa que el
anhelo y el empeño por una vida plena. Vida para uno mismo y para los demás.
Para todos los seres humanos. Y, por tanto, anhelo de todo lo que está asociado
a la vida plena: la salud, la seguridad, la felicidad, las mejores ilusiones,
el amor que se da y el amor que se recibe, la belleza, la alegría, la plenitud
de lo que nos hace sentirnos dichosos de haber venido a la vida.
Eso, que por desgracia es un bien tan
escaso, eso es la fe. A eso nos tiene que llevar la fe, si es que hablamos de
la fe verdadera.
3. Pero en estas palabras de Jesús se
nos dice algo mucho más profundo.
En el cristianismo naciente hubo dos
personajes destacados sobre todos los demás. Estos dos personajes
son Jesús y Pablo. Es evidente que no son ni comparables, ni equiparables. Pero
hay en ellos un tema culminante y decisivo. El Dios de Pablo y el Dios de Jesús
no son el mismo Dios.
Pablo, incluso después de su experiencia
en el camino de Damasco, siguió creyendo (como buen judío que era) en el Dios
de Abrahán (Ga13, 16-21; Rm 4,2-20) (U. Schnelle).
Jesús, sin embargo, afirma que el Dios
que él anuncia existía "antes de que naciera Abrahán".
El Dios de Jesús existe antes de que los
judíos se lo representaran como lo vio y lo experimentó Abrahán. Por eso Jesús
les echa en cara que "a Dios, no lo conocéis". Y esto es lo que los
dirigentes del judaísmo no soportaron. Se les hundía toda su religión, su forma
de vida, su identidad como pueblo elegido, etc.
Y es que el Dios de Abrahán era un Dios
de sacrificio y muerte (Gen 22). Mientras que el Dios de Jesús era el Padre de
la misericordia (Lc 15).
Dos dioses. Dos maneras de entender la
vida. En este punto capital, estamos tocando la clave de la crisis del
cristianismo. ¿En qué Dios creemos?
4.
En el evangelio de ayer, Jesús invitaba a los judíos a abandonarse en su
palabra para alcanzar la libertad de los hijos de Dios (8,31). Sin embargo,
esta invitación de Jesús los ofendió, pues se consideraban libres: eran linaje
de Abrahán (8,33) e hijos de Dios (8,41). Lo que había empezado como una fe
incipiente en Jesús se transformó en una abierta hostilidad hacia él que acaba
casi en lapidación. ¿Cómo pudo aquel inicio prometedor terminar en tal
desastre? La razón está en que buscaban su propia gloria y no la de Dios, y
ello los incapacita para acoger la palabra de Jesús. Justamente en ello imitan
a su padre espiritual, el diablo (8,44). Por esta razón, la máxima
manifestación del misterio de Jesús: «Antes que Abrahán existiera, yo soy» da
pie a la acusación de blasfemia y a su propósito de matarle.
Hoy somos invitados a tener la actitud
contraria de aquellos judíos: buscar la gloria de Dios por encima de todo. Esto
tiene un doble sentido muy bonito. Por una parte, buscar «dar» gloria a Dios,
actuando por él y según él. Por otra, pretender «recibir» solo la gloria de
Dios cuando un día él nos diga: «Ven, bendito de mi Padre, porque tuve hambre y
me diste de comer, tuve sed y me diste de beber». Esto purifica nuestra alma y
la hace apta para acoger la palabra de Jesús y conocer la verdad que nos hace
libres.
Abad, año 649
Clímaco significa: escala para subir al
cielo.
El apellido de este santo proviene de un
libro famoso que él escribió y que llegó a ser inmensamente popular y sumamente
leído en la Edad Media. El nombre de tal libro era "Escalera para subir al
cielo". Y eso mismo en griego se dice "Clímaco".
San Juan Clímaco nació en Palestina y se
formó leyendo los libros de San Gregorio Nazanceno y de San Basilio. A los 16
años se fue de monje al Monte Sinaí. Después de cuatro años de preparación fue
admitido como religioso. El mismo narraba después que en sus primeros años hubo
dos factores que le ayudaron mucho a progresar en el camino de la perfección.
El primero: no dedicar tiempo a conversaciones inútiles, y el segundo: haber
encontrado un director espiritual santo y sabio que le ayudó a reconocer los
obstáculos y peligros que se oponían a su santidad. De su director aprendió a
no discutir jamás con nadie, y a no llevarle jamás la contraria a ninguno, si
lo que el otro decía no iba contra la Ley de Dios o la moral cristiana.
Pasó 40 años dedicado a la meditación de la
Biblia, a la oración, y a algunos trabajos manuales. Y llegó a ser uno de los
más grandes sabios sobre la Biblia de Oriente, pero ocultaba su sabiduría y en
todo aparecía como un sencillo monje más, igual a todos los otros. En lo que sí
aparecía distinto era en su desprendimiento total de todo afecto por el comer y
el beber. Sus ayunos eran continuos y los demás decían que pareciera como si el
comer y el beber más bien le produjera disgusto que alegría. Era su penitencia,
ayunar, ayunar siempre.
Su oración más frecuente era el pedir perdón
a Dios por los propios pecados y por los pecados de la demás gente. Los que lo
veían rezar afirmaban que sus ojos parecían dos aljibes de lágrimas. Lloraba
frecuentemente al pensar en lo mucho que todos ofendemos cada día a Nuestro
Señor. Y de vez en cuando se entraba a una cueva a rezar y allí se le oía
gritar: ¡Perdón, Señor piedad. No nos castigues como merecen nuestros pecados.
Jesús misericordioso tened compasión de nosotros los pobres pecadores! Las
piedras retumbaban con sus gritos al pedir perdón por todos.
El principal don que Dios le concedió fue el
ser un gran director espiritual. Al principio de su vida de monje, varios
compañeros lo criticaban diciéndole que perdía demasiado tiempo dando consejos
a los demás. Que eso era hablar más de la cuenta. Juan creyó que aquello era un
caritativo consejo y se impuso la penitencia de estarse un año sin hablar nada
ni dar ningún consejo. Pero al final de aquel año se reunieron todos los monjes
de la comunidad y le pidieron que por amor a Dios y al prójimo siguiera dando
dirección espiritual, porque el gran regalo que Dios le había concedido era el
de saber dirigir muy bien las almas. Y empezó de nuevo a aconsejar. Las gentes
que lo visitaban en el Monte Sinaí decían de él: "Así como Moisés cuando
subió al Monte a orar bajó luego hacia sus compañeros con el rostro totalmente
iluminado, así este santo monje después de que va a orar a Dios viene a
nosotros lleno de iluminaciones del cielo para dirigirnos hacia la
santidad".
El superior del convento le pidió que pusiera
por escrito los remedios que él daba a la gente para obtener la santidad. Y fue
entonces cuando escribió el famoso libro del cual le vino luego su apellido:
"Clímaco", o Escalera para subir al cielo. Se compone de 30
capítulos, que enseñan los treinta grados para ir subiendo en santidad hasta
llegar a la perfección. El primer peldaño o la primera escalera es cumplir
aquello que dijo Jesús: "Quien desea ser mi discípulo tiene que negarse a
sí mismo". El primer escalón es llevarse la contraria a sí mismo,
mortificarse en algo cada día. El segundo es tratar de recobrar la blancura del
alma pidiendo muchas veces perdón a Dios por pecados cometidos, el tercero es
el plan o propósito de enmendarse y cambiar de vida. Los últimos tres, los
peldaños superiores, son practicar la Fe, la Esperanza y la Caridad. Todo el
libro está ilustrado con muchas frases hermosas y con agradables ejemplos que
lo hacen muy agradable.
A San Juan Clímaco le concedió Dios otro
gran regalo y fue el de lograr llevar la paz a muchísimas almas angustiadas y
llenas de preocupaciones. Llegaban personas desesperadas a causa de terribles
tentaciones y él les decía: "Oremos porque los malos espíritus se alejan
con la oración". Y después de dedicarse a rezar por varios minutos en su
compañía aquella persona sentía una paz y una tranquilidad que antes no había
experimentado nunca. El santo decía a la gente: "Así como los israelitas
quizás no habrían logrado atravesar el desierto si no hubieran sido guiados por
Moisés, así muchas almas no logran llegar a la santidad si no tienen un
director espiritual que los guíe". Y él fue ese guía providencial para millares
de personas por 40 años.
Un joven que era dirigido espiritualmente por
San Juan Clímaco, estaba durmiendo junto a una gran roca, a muchos kilómetros
del santo, cuando oyó que este lo llamaba y le decía: "Aléjese de
ahí". El otro despertó y salió corriendo, y en ese momento se desplomó la
roca, de tal manera que lo habría aplastado si se hubiera quedado allí.
En un año en el que por muchos meses no caía
una gota de agua y las cosechas se perdían y los animales se morían de sed, las
gentes fueron a donde nuestro santo a rogarle que le pidiera a Dios para que
enviara las lluvias. El subió al Monte Sinaí a orar y Dios respondió enviando
abundantes lluvias.
Era tal la fama que tenían las oraciones de
San Juan Clímaco, que el mismo Papa San Gregorio le escribió pidiéndole que lo
encomendara en sus oraciones y le envió colchones y camas para que pudiera
hospedar a los peregrinos que iban a pedirle dirección espiritual.
Cuando ya tenía más de 70 años, los monjes lo
eligieron Abad o Superior del monasterio del Monte Sinaí y ejerció su cargo con
satisfacción y provecho espiritual de todos. Cuando sintió que la muerte se
acercaba renunció al cargo de superior y se dedicó por completo a preparar su
viaje a la eternidad. Y al cumplir los 80 años murió santamente en su
monasterio del Monte Sinaí. Jorge, su discípulo predilecto, le pidió llorando:
"Padre, lléveme en su compañía al cielo". El oró y le dijo: "Tu
petición ha sido aceptada". Y poco después murió Jorge también.
San Juan Clímaco, pídele a Dios que nos envíe
muchos escritores católicos que escriban libros que lleven a la santidad, y que
nos envíe muchos santos y sabios directores espirituales como tú, que nos
lleven hacia la perfección cristiana. Amen.
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