martes, 28 de marzo de 2023

Párate un momento: El Evangelio del dia 30 – DE MARZO - JUEVES – 5ª SEMANA DE CUARESMA – A SAN JUAN CLIMACO

 


 

30 – DE MARZO - JUEVES –

5ª SEMANA DE CUARESMA – A

SAN JUAN CLIMACO

 

  Lectura del libro del Génesis (17,3-9):

 

EN aquellos días, Abrán cayó rostro en tierra y Dios le habló así:

«Por mi parte, esta es mi alianza contigo: serás padre de muchedumbre de pueblos.

Ya no te llamarás Abrán, sino Abrahán, porque te hago padre de muchedumbre de pueblos. Te haré fecundo sobremanera: sacaré pueblos de ti, y reyes nacerán de ti.

Mantendré mi alianza contigo y con tu descendencia en futuras generaciones, como alianza perpetua. Seré tu Dios y el de tus descendientes futuros. Os daré a ti y a tu descendencia futura la tierra en que peregrinas, la tierra de Canaán, como posesión perpetua, y seré su Dios».

El Señor añadió a Abrahán:

«Por tu parte, guarda mi alianza, tú y tus descendientes en sucesivas generaciones».

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 104,4-5.6-7.8-9

 

R/. El Señor se acuerda de su alianza eternamente

 

V/. Recurrid al Señor y a su poder,

buscad continuamente su rostro.

Recordad las maravillas que hizo,

sus prodigios, las sentencias de su boca. R/.

 

V/. ¡Estirpe de Abrahán, su siervo;

hijos de Jacob, su elegido!

El Señor es nuestro Dios,

él gobierna toda la tierra. R/.

 

V/. Se acuerda de su alianza eternamente,

de la palabra dada, por mil generaciones;

de la alianza sellada con Abrahán,

del juramento hecho a Isaac. R/.

 

Lectura del santo evangelio según san Juan (8,51-59):

 

EN aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:

«En verdad, en verdad os digo: quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre».

Los judíos le dijeron:

«Ahora vemos claro que estás endemoniado; Abrahán murió, los profetas también, ¿y tú dices: “Quien guarde mi palabra no gustará la muerte para siempre”? ¿Eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? También los profetas murieron, ¿por quién te tienes?».

Jesús contestó:

«Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. El que me glorifica es mi Padre, de quien vosotros decís: “Es nuestro Dios”, aunque no lo conocéis. Yo sí lo conozco, y si dijera “No lo conozco” sería, como vosotros, un embustero; pero yo lo conozco y guardo su palabra. Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría».

Los judíos le dijeron:

«No tienes todavía cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán?».

Jesús les dijo:

«En verdad, en verdad os digo: antes de que Abrahán existiera, yo soy».

Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.

 

Palabra del Señor

 

1.  Lo que, en último término, se viene a decir en este pasaje del IV evangelio es que Dios es la plenitud de la vida. Era vida antes de que existiera Abrahán. Y será vida sin término para todo el que guarde la palabra de Jesús, es decir, el que asuma lo que dijo Jesús de forma que eso sea la norma de su conducta.

La plenitud de vida —vida sin limitación alguna— es lo que Dios transmite y comunica al que se adhiere a Él por medio de Jesús.

 

2.  Esto quiere decir que la fe en Jesús y, por medio de esta fe, la fe en Dios no es otra cosa que el anhelo y el empeño por una vida plena. Vida para uno mismo y para los demás. Para todos los seres humanos. Y, por tanto, anhelo de todo lo que está asociado a la vida plena: la salud, la seguridad, la felicidad, las mejores ilusiones, el amor que se da y el amor que se recibe, la belleza, la alegría, la plenitud de lo que nos hace sentirnos dichosos de haber venido a la vida.

Eso, que por desgracia es un bien tan escaso, eso es la fe. A eso nos tiene que llevar la fe, si es que hablamos de la fe verdadera.

 

3. Pero en estas palabras de Jesús se nos dice algo mucho más profundo.

En el cristianismo naciente hubo dos personajes destacados sobre todos los demás.  Estos dos personajes son Jesús y Pablo. Es evidente que no son ni comparables, ni equiparables. Pero hay en ellos un tema culminante y decisivo. El Dios de Pablo y el Dios de Jesús no son el mismo Dios.

Pablo, incluso después de su experiencia en el camino de Damasco, siguió creyendo (como buen judío que era) en el Dios de Abrahán (Ga13, 16-21; Rm 4,2-20) (U. Schnelle).

Jesús, sin embargo, afirma que el Dios que él anuncia existía "antes de que naciera Abrahán".

El Dios de Jesús existe antes de que los judíos se lo representaran como lo vio y lo experimentó Abrahán. Por eso Jesús les echa en cara que "a Dios, no lo conocéis". Y esto es lo que los dirigentes del judaísmo no soportaron. Se les hundía toda su religión, su forma de vida, su identidad como pueblo elegido, etc.

Y es que el Dios de Abrahán era un Dios de sacrificio y muerte (Gen 22). Mientras que el Dios de Jesús era el Padre de la misericordia (Lc 15).

Dos dioses. Dos maneras de entender la vida. En este punto capital, estamos tocando la clave de la crisis del cristianismo. ¿En qué Dios creemos?

 

4.  En el evangelio de ayer, Jesús invitaba a los judíos a abandonarse en su palabra para alcanzar la libertad de los hijos de Dios (8,31). Sin embargo, esta invitación de Jesús los ofendió, pues se consideraban libres: eran linaje de Abrahán (8,33) e hijos de Dios (8,41). Lo que había empezado como una fe incipiente en Jesús se transformó en una abierta hostilidad hacia él que acaba casi en lapidación. ¿Cómo pudo aquel inicio prometedor terminar en tal desastre? La razón está en que buscaban su propia gloria y no la de Dios, y ello los incapacita para acoger la palabra de Jesús. Justamente en ello imitan a su padre espiritual, el diablo (8,44). Por esta razón, la máxima manifestación del misterio de Jesús: «Antes que Abrahán existiera, yo soy» da pie a la acusación de blasfemia y a su propósito de matarle.

Hoy somos invitados a tener la actitud contraria de aquellos judíos: buscar la gloria de Dios por encima de todo. Esto tiene un doble sentido muy bonito. Por una parte, buscar «dar» gloria a Dios, actuando por él y según él. Por otra, pretender «recibir» solo la gloria de Dios cuando un día él nos diga: «Ven, bendito de mi Padre, porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber». Esto purifica nuestra alma y la hace apta para acoger la palabra de Jesús y conocer la verdad que nos hace libres.

 

SAN JUAN CLIMACO

 


Abad, año 649

Clímaco significa: escala para subir al cielo.

El apellido de este santo proviene de un libro famoso que él escribió y que llegó a ser inmensamente popular y sumamente leído en la Edad Media. El nombre de tal libro era "Escalera para subir al cielo". Y eso mismo en griego se dice "Clímaco".

San Juan Clímaco nació en Palestina y se formó leyendo los libros de San Gregorio Nazanceno y de San Basilio. A los 16 años se fue de monje al Monte Sinaí. Después de cuatro años de preparación fue admitido como religioso. El mismo narraba después que en sus primeros años hubo dos factores que le ayudaron mucho a progresar en el camino de la perfección. El primero: no dedicar tiempo a conversaciones inútiles, y el segundo: haber encontrado un director espiritual santo y sabio que le ayudó a reconocer los obstáculos y peligros que se oponían a su santidad. De su director aprendió a no discutir jamás con nadie, y a no llevarle jamás la contraria a ninguno, si lo que el otro decía no iba contra la Ley de Dios o la moral cristiana.

Pasó 40 años dedicado a la meditación de la Biblia, a la oración, y a algunos trabajos manuales. Y llegó a ser uno de los más grandes sabios sobre la Biblia de Oriente, pero ocultaba su sabiduría y en todo aparecía como un sencillo monje más, igual a todos los otros. En lo que sí aparecía distinto era en su desprendimiento total de todo afecto por el comer y el beber. Sus ayunos eran continuos y los demás decían que pareciera como si el comer y el beber más bien le produjera disgusto que alegría. Era su penitencia, ayunar, ayunar siempre.

Su oración más frecuente era el pedir perdón a Dios por los propios pecados y por los pecados de la demás gente. Los que lo veían rezar afirmaban que sus ojos parecían dos aljibes de lágrimas. Lloraba frecuentemente al pensar en lo mucho que todos ofendemos cada día a Nuestro Señor. Y de vez en cuando se entraba a una cueva a rezar y allí se le oía gritar: ¡Perdón, Señor piedad. No nos castigues como merecen nuestros pecados. Jesús misericordioso tened compasión de nosotros los pobres pecadores! Las piedras retumbaban con sus gritos al pedir perdón por todos.

El principal don que Dios le concedió fue el ser un gran director espiritual. Al principio de su vida de monje, varios compañeros lo criticaban diciéndole que perdía demasiado tiempo dando consejos a los demás. Que eso era hablar más de la cuenta. Juan creyó que aquello era un caritativo consejo y se impuso la penitencia de estarse un año sin hablar nada ni dar ningún consejo. Pero al final de aquel año se reunieron todos los monjes de la comunidad y le pidieron que por amor a Dios y al prójimo siguiera dando dirección espiritual, porque el gran regalo que Dios le había concedido era el de saber dirigir muy bien las almas. Y empezó de nuevo a aconsejar. Las gentes que lo visitaban en el Monte Sinaí decían de él: "Así como Moisés cuando subió al Monte a orar bajó luego hacia sus compañeros con el rostro totalmente iluminado, así este santo monje después de que va a orar a Dios viene a nosotros lleno de iluminaciones del cielo para dirigirnos hacia la santidad".

El superior del convento le pidió que pusiera por escrito los remedios que él daba a la gente para obtener la santidad. Y fue entonces cuando escribió el famoso libro del cual le vino luego su apellido: "Clímaco", o Escalera para subir al cielo. Se compone de 30 capítulos, que enseñan los treinta grados para ir subiendo en santidad hasta llegar a la perfección. El primer peldaño o la primera escalera es cumplir aquello que dijo Jesús: "Quien desea ser mi discípulo tiene que negarse a sí mismo". El primer escalón es llevarse la contraria a sí mismo, mortificarse en algo cada día. El segundo es tratar de recobrar la blancura del alma pidiendo muchas veces perdón a Dios por pecados cometidos, el tercero es el plan o propósito de enmendarse y cambiar de vida. Los últimos tres, los peldaños superiores, son practicar la Fe, la Esperanza y la Caridad. Todo el libro está ilustrado con muchas frases hermosas y con agradables ejemplos que lo hacen muy agradable.

A San Juan Clímaco le concedió Dios otro gran regalo y fue el de lograr llevar la paz a muchísimas almas angustiadas y llenas de preocupaciones. Llegaban personas desesperadas a causa de terribles tentaciones y él les decía: "Oremos porque los malos espíritus se alejan con la oración". Y después de dedicarse a rezar por varios minutos en su compañía aquella persona sentía una paz y una tranquilidad que antes no había experimentado nunca. El santo decía a la gente: "Así como los israelitas quizás no habrían logrado atravesar el desierto si no hubieran sido guiados por Moisés, así muchas almas no logran llegar a la santidad si no tienen un director espiritual que los guíe". Y él fue ese guía providencial para millares de personas por 40 años.

Un joven que era dirigido espiritualmente por San Juan Clímaco, estaba durmiendo junto a una gran roca, a muchos kilómetros del santo, cuando oyó que este lo llamaba y le decía: "Aléjese de ahí". El otro despertó y salió corriendo, y en ese momento se desplomó la roca, de tal manera que lo habría aplastado si se hubiera quedado allí.

En un año en el que por muchos meses no caía una gota de agua y las cosechas se perdían y los animales se morían de sed, las gentes fueron a donde nuestro santo a rogarle que le pidiera a Dios para que enviara las lluvias. El subió al Monte Sinaí a orar y Dios respondió enviando abundantes lluvias.

Era tal la fama que tenían las oraciones de San Juan Clímaco, que el mismo Papa San Gregorio le escribió pidiéndole que lo encomendara en sus oraciones y le envió colchones y camas para que pudiera hospedar a los peregrinos que iban a pedirle dirección espiritual.

Cuando ya tenía más de 70 años, los monjes lo eligieron Abad o Superior del monasterio del Monte Sinaí y ejerció su cargo con satisfacción y provecho espiritual de todos. Cuando sintió que la muerte se acercaba renunció al cargo de superior y se dedicó por completo a preparar su viaje a la eternidad. Y al cumplir los 80 años murió santamente en su monasterio del Monte Sinaí. Jorge, su discípulo predilecto, le pidió llorando: "Padre, lléveme en su compañía al cielo". El oró y le dijo: "Tu petición ha sido aceptada". Y poco después murió Jorge también.

San Juan Clímaco, pídele a Dios que nos envíe muchos escritores católicos que escriban libros que lleven a la santidad, y que nos envíe muchos santos y sabios directores espirituales como tú, que nos lleven hacia la perfección cristiana. Amen.

 

 

 

 

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