25 – DE
MARZO - SÁBADO –
4ª
SEMANA DE CUARESMA – A
LA ANUNCIACIÓN DEL
SEÑOR
(SOLEMNIDAD)
Lectura del libro de Isaías
(7,10-14;8,10):
En aquel tiempo, el Señor habló a Acaz:
«Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo
hondo del abismo o en lo alto del cielo.»
Respondió Acaz:
«No la pido, no quiero tentar al Señor.»
Entonces dijo Dios:
«Escucha, casa de David: ¿No os basta
cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su
cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y
le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros".»
Palabra de Dios
Salmo: 39,7-8a.8b-9.10.11
R/. Aquí estoy, Señor, para hacer tu
voluntad
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y,
en cambio, me abriste el oído;
no
pides sacrificio expiatorio,
entonces
yo digo: «Aquí estoy.» R/.
«Como está escrito en mi libro
para
hacer tu voluntad.»
Dios
mío, lo quiero,
y
llevo tu ley en las entrañas. R/.
He proclamado tu salvación
ante
la gran asamblea;
no
he cerrado los labios:
Señor,
tú lo sabes. R/.
No me he guardado en el pecho tu defensa,
he
contado tu fidelidad y tu salvación,
no
he negado tu misericordia
y
tu lealtad ante la gran asamblea. R/.
Lectura de la carta a los Hebreos
(10,4-10):
Es imposible que la sangre de los toros y de
los machos cabríos quite los pecados. Por eso, cuando Cristo entró en el mundo
dijo: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo;
no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está
escrito en el libro: "Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad."»
Primero dice: «No quieres ni aceptas
sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni victimas expiatorias», que se ofrecen
según la Ley.
Después añade: «Aquí estoy yo para hacer tu
voluntad.» Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad
todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una
vez para siempre.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san
Lucas (1,26-38):
A los seis meses, el ángel Gabriel fue
enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen
desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se
llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está
contigo.»
Ella se turbó ante estas palabras y se
preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado
gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás
por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le
dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre,
y su reino no tendrá fin.»
Y María dijo al ángel:
«¿Cómo será eso, pues no conozco a
varón?»
El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la
fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer
se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su
vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril,
porque para Dios nada hay imposible.»
María contestó:
«Aquí está la esclava del Señor; hágase en
mí según tu palabra.»
Y la dejó el ángel.
Palabra del Señor
1. Lo que más importa y más
interesa, en este relato y en esta festividad, no es el análisis de la
narración, que hace el evangelio de Lucas. Lo importante de verdad, en este relato,
es la teología que contiene. Una teología que es el eje y el centro de todo el
Evangelio.
- ¿En qué está y en qué consiste ese eje y
ese centro?
En el lenguaje popular de los cristianos, eso se denomina el Misterio de la Encarnación. Dios se encarna en las entrañas de María santísima: O Logos sarx egéneto. La Palabra (de Dios) se hizo carne (Jn 1, 14).
2. - ¿Qué significa esto? -
¿Cómo hay que entenderlo? - ¿Qué nos quiere decir?
Decir que Dios "se encarnó" es
lo mismo que decir que, en Jesús, Dios se humanizó. Por tanto, se hizo visible,
tangible, como es visible y tangible cualquier ser humano. En la
carta a los filipenses, el apóstol Pablo recoge y expresa esta idea con toda
claridad: Él, siendo de condición divina, no se aferró a su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose
como uno de tantos (Fil 2, 6-7).
Esto es lo que sucedió en María, cuando el
ángel la visitó. Y le anunció la "humanización de Dios" en ella.
3. Y todo esto, ¿por qué?
Dios es, por definición, el Trascendente.
Si no fuera "trascendente", no sería Dios. Es decir, Dios no es el
Infinito. Ya que el "Infinito" es lo humano sin fin, pero siempre lo
humano. Dios se sitúa en un ámbito trascendente, es decir, que no está a
nuestro alcance.
El Trascendente es el incomunicable. - ¿Cómo se nos ha comunicado?
Por medio de Jesús. Y en Jesús. Es decir,
en un ser humano. Viendo a Jesús, vemos a Dios. Y en las costumbres de Jesús vemos, tocamos y
aprendemos las costumbres de Dios. Y lo que quiere Dios.
En esto está la raíz y la esencia del Evangelio. En sus relatos, aprendemos cómo es Dios y lo que Dios quiere de nosotros. En esto está la genialidad del Evangelio. Y del cristianismo.
4. En este día contemplamos el acontecimiento
más maravilloso de toda la historia, aquel que nunca hubiésemos podido imaginar
que se fuese a producir: que Dios se hiciera uno de nosotros, asumiese una
humanidad como la nuestra para sanar nuestra naturaleza herida y elevarnos a
una condición como la suya: «Seréis semejantes a dioses» (Gén 3,5). Y, sin embargo,
el momento más alto de todos los tiempos llega en la intimidad y discreción de
la humilde aldea de Nazaret. ¡Qué sorpresa nos llevaremos al final de los
tiempos cuando descubramos los secretos con que Dios ha intervenido en la
historia para conducirla a su plenitud!
Y escuchamos la historia de
una llamada, la de María, la más íntima colaboradora del plan de Dios,
arquetipo de toda vocación. Las palabras del ángel han sido repetidas una y
otra vez de modo misterioso a todos los que el Señor ha querido incorporar a su
obra de salvación: «No temas», «Alégrate», «el Señor está contigo». Y ante la
misión extraordinaria, la de ser Madre de Dios, que supera, como todas,
nuestras pobres fuerzas, la respuesta de la Virgen es la de la confianza total.
El sí de Jesús y el sí de María han hecho posible toda la historia de la
redención, la obra de la Iglesia. Dios ha querido respetar el libre
consentimiento de sus criaturas. Pero cuando se une la iniciativa divina con la
cooperación del hombre, entonces ya «nada hay imposible».
LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR
Solemnidad de la Anunciación del Señor,
cuando, en la ciudad de Nazaret, el ángel del Señor anunció a María: Concebirás
y darás a luz un hijo, y se llamará Hijo del Altísimo.
María contestó: He aquí la esclava del
Señor; hágase en mí según tu palabra.
Y así, llegada la plenitud de los
tiempos, el que era antes de los siglos el Unigénito Hijo de Dios, por nosotros
los hombres y por nuestra salvación, se encarnó por obra del Espíritu Santo de
María, la Virgen, y se hizo hombre.
ORIGEN DE ESTA FIESTA
Esta fiesta hunde sus raíces en los
primeros siglos del cristianismo. Los Padres de la Iglesia creían, demostraban
y predicaban que la Madre de Jesús era Madre de Dios. La herejía de Nestorio divulgaba
que María sólo era madre de la naturaleza humana de Jesús. Contra este error
herético los escritores cristianos escribieron y predicaron la verdad con el
objeto de probar en su escrito y en sus múltiples homilías que en Cristo
subsistía la humanidad con la divinidad. María es Madre de Dios, y no sólo
Madre de Jesús.
El Concilio de Éfeso definirá la verdad
de María Madre de Dios, Theotokos, aclamada por los fieles alborozados, que
acompañaron a los Padres Conciliares con antorchas en la noche, a la salida del
aula conciliar. La literatura aramea había desarrollado el concepto de María
como segunda Eva. La virginidad y concepción virginal de María, además, era una
verdad que constituía un tema importante de la doctrina cristiana, como lo
testimonian - Orígenes en Contra Celsum; - Arístides en su Apología dirigida al
emperador Adriano en 117, subrayando que Jesús de una virgen judía tomó y
se revistió de carne, y habitó en la hija del hombre. Y la cuestión
era tan importante hasta el punto de creer, según sostiene Ignacio de Antioquía
en su Carta a los Efesios 19, 1 que: Al príncipe de este mundo
permaneció oculta la virginidad de María, su parto y la muerte del Señor.
Son estos los tres misterios, que se cumplieron en el silencio de Dios"
En el Símbolo de la Fe la Iglesia
confiesa que Jesucristo descendió del cielo y se encarnó por obra del
Espíritu Santo en María Virgen según el Concilio Niceno-Constantinopolitano en
381, que se ha convertido en el carnet de identidad y de ortodoxia para todas
las iglesias orientales y occidentales. Si bien para llegar a esta formulación
costó, pues cada iglesia tenía un formulario o Símbolo donde se expresaba
brevemente, las principales verdades de la fe, pero todos hacían explícita fe
en la Encarnación y la mayoría nombraban a María en su concepción virginal,
algunos no nombraban al Espíritu Santo o primero se nombraba a María y después
al Espíritu Santo hasta que cuajó en el actual Símbolo por obra del Espíritu
Santo en María la Virgen. Estos testimonios reflejan la complejidad de las
controversias dogmáticas de los primeros siglos.
SAN
JUAN PABLO II
«Una sola fuente y una sola raíz, una sola
forma resplandece en el triple esplendor. ¡Allí donde brilla la profundidad del
Padre, irrumpe la potencia del Hijo, sabiduría artífice del universo entero,
fruto generado por el corazón paterno! Y allí relumbra la luz unificadora del
Espíritu Santo». Así cantaba en el siglo V Sinesio de Cirene, celebrando, en la
aurora de un nuevo día, la Trinidad divina, única en la fuente y triple en su
esplendor. Esta verdad del único Dios en tres personas iguales y distintas no
está relegada en los cielos; no puede ser interpretada como una especie de
«teorema aritmético celeste» sin ninguna repercusión para la vida del hombre,
como suponía el filósofo Kant.
EPIFANÍA DE LA
SANTA TRINIDAD
La gloria de la Trinidad se hace presente
en el tiempo y en el espacio y encuentra su epifanía en Jesús, en su
encarnación y en su historia. Lucas escribe la concepción de Cristo a la luz de
la Trinidad, según las palabras del ángel dirigidas a María en Nazaret de
Galilea. En el anuncio de Gabriel, se manifiesta la presencia divina: Dios, a
través de María, entrega al mundo a su Hijo: «Vas a concebir en tu seno y vas a
dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será
llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre»
(Luc 1,31).
EL LAZO CON LA
TRINIDAD
En Cristo se unen el lazo filial con el
Padre de los Cielos y el lazo con la madre terrena. Pero, en la Encarnación
participa también el Espíritu Santo, cuya intervención produce esa generación
única: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá
con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de
Dios» (Lc 1,35). Estas palabras iluminan la identidad de Cristo en relación con
las Personas de la Trinidad. Es la fe de la Iglesia, que Lucas presenta ya en
el tiempo de la plenitud salvífica: Cristo es el Hijo del Dios Altísimo, el
Grande, el Santo, el Rey, el Eterno, cuya generación en la carne se realizó por
obra del Espíritu Santo. Por eso: «Todo el que niega al Hijo tampoco posee al
Padre. Quien confiesa al Hijo posee también al Padre» (1 Jn 2,23).
CENTRO DE NUESTRA FE
La Encarnación se encuentra en el centro
de nuestra fe, en la que se revela la gloria de la Trinidad y su amor por los
hombres: «La Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos contemplado
su gloria» (Jn 1,14). «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Jn
3,16). «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al
mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él» (1 Jn 4,9). A través de
estas palabras comprendemos cómo la revelación de la gloria trinitaria de la
Encarnación no es una simple iluminación que rompe la tiniebla por un instante,
sino una semilla de vida divina en el corazón de los hombres: «Al llegar la
plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la
ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos
la filiación adoptiva.
La prueba de que sois hijos es que Dios
ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!
De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por
voluntad de Dios» (Gál 4,4;Rom 8,15). El Padre, el Hijo y el Espíritu están
presentes y actúan en la Encarnación para que participemos en su misma vida.
«Todos los hombres son llamados a esta unión con Cristo, luz del mundo, de
quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos» (LG). Y dice san
Cipriano, la comunidad de los hijos de Dios es «un pueblo de la unidad del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».
Y la Evangelium vitae, 37 dirá:
Conocer a Dios y a su Hijo es acoger el misterio de la comunión de amor del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en la propia vida, que ya desde ahora se
abre a la vida eterna por la participación en la vida divina. Por tanto, la
vida eterna es la vida misma de Dios y a la vez la vida de los hijos de Dios.
Un nuevo estupor y una gratitud sin límites se apoderan necesariamente del
creyente ante esta inesperada e inefable verdad que nos viene de Dios en
Cristo. En este estupor y en esta acogida vital tenemos que adorar el misterio
de la Santísima Trinidad, que es «el misterio central de la fe y de la vida
cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Y por tanto el manantial de
todos los demás misterios de la fe; es la luz que los ilumina (CIC, 234).
En la Encarnación contemplamos el amor
trinitario que se manifiesta en Jesús; un amor que no se queda cerrado en un
círculo perfecto de luz y de gloria, sino que se irradia en la carne de los
hombres, en su historia; penetra en el hombre regenerándolo y haciéndole hijo
en el Hijo. San Ireneo decía, la gloria de Dios es el hombre viviente: «Gloria
enim Dei vivens homo, vita autem hominis visio Dei»; no sólo para su vida
física, sino sobre todo porque «la vida del hombre consiste en la visión de Dios»
(«Adv Haer» IV, 20,7). Y ver a Dios es quedar transfigurados en él: «seremos
semejantes a él, porque le veremos tal cual es» (1 Jn 3,2). (Andrés de Creta y
Theofhanes de Creta. 1546. Monte Athos).
EL CULTO DE
LA ANUNCIACIÓN EN LA PATRISTICA.
Hoy ha llegado la alegría de todos, que
absuelve de la primitiva condena. Hoy ha llegado Aquel que está en todas
partes, para llenar de júbilo todas las cosas. Este es el día de una buena
nueva de alegría, es la fiesta de la Virgen; el mundo de aquí abajo se toca con
el de ahí arriba; Adán se renueva y Eva se libra de la primitiva aflicción; el
tabernáculo de nuestra naturaleza humana se convierte en templo de Dios gracias
a la divinización de nuestra condición por El asumida. ¡Oh misterio! El modo
del advenimiento de Dios nos es desconocido, el modo de la concepción queda
inexpresable.
El Ángel se hace ministro del milagro; el
seno de la Virgen recibe un Hijo; el Espíritu Santo es enviado; desde lo alto
el Padre expresa su beneplácito, la unión se realiza por voluntad común; en Él
y por medio de Él, henos aquí salvos; unimos nuestro canto al de Gabriel y
cantamos a la Virgen: Ave llena de gracia, a través de ti llega la salvación,
el Cristo nuestro Dios; la ha tomado nuestra naturaleza y nos ha elevado hasta
él. Ruégale por la salvación de nuestras almas. (Doxasticon)
Hoy se inicia nuestra salvación y la
manifestación del eterno misterio: el Hijo de Dios se hace Hijo de la Virgen y
Gabriel anuncia la gracia. Con él decimos a la Madre de Dios: Salve llena de
gracia, el Señor es contigo. A ti capitana que por nosotros combates, nosotros,
tus siervos, salvados de los peligros, dedicamos el himno de victoria, como
canto de agradecimiento, oh Madre de Dios. Pero tú que posees una fuerza
invencible, líbranos de todos los peligros, para que podamos cantarte:
Alégrate, oh esposa inviolada (Apolytikion y Kontakion).
En la Anunciación es donde se ha
realizado el misterio que sobrepasa todos los límites de la razón humana, la
Encarnación de Dios (Monje Gregorio). Esta fiesta es el canto proemial de una
alegría indecible (Andrés de Creta).
FIESTA LITÚRGICA
Los primeros testimonios de esta
solemnidad litúrgica aparecen en la época del emperador Justiniano, en el siglo
VI. En la Iglesia antigua la fiesta de la Anunciación iba asociada a la
Navidad. Al aumentar la importancia de la Natividad del Señor, se formó un
pequeño ciclo navideño y la Anunciación cobró más autonomía respecto al núcleo
primitivo hasta constituirse en fiesta mariana autónoma.
El papa Sergio I (687), introdujo esta
fiesta en la Iglesia Romana. Se celebraba una solemne procesión a Santa María
la Mayor, basílica con mosaicos referidos a la divina maternidad de María,
establecida por el Concilio de Éfeso (431). Desde el principio la fiesta se
estableció el 25 de marzo, porque Jesús se había encarnado coincidiendo con el
equinoccio de primavera, tiempo en el que, según los antiguos, fue creado el
mundo y el primer hombre, como lo comenta Anastasio Antioqueño (599) en su
Homilía sobre la Anunciación.
Ulteriores precisiones de naturaleza
teológica son hechas por Máximo el Confesor (662) en la Vida de María, 19. En
ambos resuena la concepción de Cristo segundo Adán y la recreación del mundo
por parte de Dios en la Encarnación con vistas a la Resurrección, plenitud de
todo lo creado. Lo que más llama la atención de esta fiesta es el sentido de
alegría profunda de los himnos, oraciones y homilías, en conflicto con la
austeridad de la Cuaresma. En la iglesia bizantina se celebra esta solemnidad
anticipada al 24 de marzo, con un oficio, himnos y el Canon de Maitines de
Teófanes Graptos (845), defensor de los iconos en la época iconoclasta.
LA ICONOGRAFIA
El icono de la Anunciación es colocado en
el Iconostasio. Leyendo a Ez. 44, 1-4, se comprende el sentido que alude a la
virginidad de María y la gloria del Señor que es ella. Pedro de Argos (922)
comenta en una homilía: Es ella, la Virgen, la puerta que mira a Oriente que
llevará en su seno a Aquel que avanza en Oriente sobre el cielo de los cielos y
permanecerá inaccesible a nosotros. El esquema es muy simple: el ángel da
su anuncio a una joven que está hilando la púrpura de pie o sentada. En
algún caso tiene entre las manos un aguamanil y está junto a una fuente, esta
variante es muy antigua o lee con actitud devota.
La Virgen en los iconos es representada joven
pues el monje Epifanio (S. IX), en su Discurso sobre la vida de la Madre de
Dios, le calcula años, altura, rostro, color de ojos, piel etc. A menudo la
cabeza de la Virgen está inclinada ligeramente para dar cumplimiento al salmo:
Escucha, hija, mira, presta tus oídos, olvida a tu pueblo y la casa de tu
padre: al Rey le agrada tu belleza (Sal. 46,11). Desde lo alto un rayo viene a
posarse sobre ella. Representa al Espíritu, en forma de paloma, pero no es un
rayo de luz sino de sombra: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder
del Altísimo te cubrirá con su sombra. En este icono se combinan en el
Ángel y la Virgen el color verde, azul, rojo, púrpura y oro, todos de gran
simbolismo. La Virgen lleva un manto (maforion) rojo - marrón bordado en oro y
túnica verde azulada. El ángel lleva la misma túnica, pero manto
púrpura, colores que se repiten en las alas del ángel y los cojines donde está
sentada María. El color rojo del manto virginal simboliza la sangre, el
principio de la vida, belleza, juventud, amor. Es el color del Espíritu Santo,
fuego. Es símbolo del sacrificio y del amor. El color marrón del manto de la
Virgen indica la humildad, la tierra arada que se presta a recibir la semilla.
Así lo canta el Akathistos. El manto del ángel es púrpura, de igual color es la
lana que María hila y representa a Cristo tejiéndose en su seno. El color
púrpura está reservado a las más altas dignidades y simboliza el más alto
poder. El oro simboliza la divinidad, por ello lleva un brazalete oro en el
brazo.
La vestidura púrpura es a la vez real y
sacerdotal. En el Ángel, Dios mismo actúa en María. En algunos iconos el color
de las ropas del ángel es blanco, que es el que precede a la luz del alba, que
anuncia el nacimiento, la vida. Tiene una banda azul en la manga que se
difumina en el blanco y da vivacidad a sus alas. El azul es el color de la
inmaterialidad y de la pureza, de algo que viene de un mundo superior, de un
mundo espiritual.
Las túnicas de la Virgen y del Ángel son
verdes, color complementario del rojo, como lo es el agua del fuego. Es el
color del mundo vegetal, de la primavera y por tanto de la renovación. Verde y
vida son dos palabras conexionadas. Situado entre el azul (frío) y el rojo
(caliente), el verde representa el equilibrio perfecto y simboliza la
regeneración espiritual. El azul simboliza el desapego de los valores de este
mundo y el ascenso del alma hacia lo divino, que se encuentra con el blanco
virginal. El oro símbolo de la divinidad y la perfección ilumina toda la escena
desde arriba, es la vida eterna que con Cristo Luz se hace presente en esta
vida caduca. El oro espiritualiza las figuras, las libera de toda limitación
terrestre con lo que toda la composición se llena de bella armonía.
Las tres estrellas en el manto en la
frente y en los hombros, corresponden al gesto trinitario de la mano derecha
del ángel y representan la señal de la santificación de la Trinidad, como Madre
de Dios. Ella era virgen antes, en y después del parto, la única siempre Virgen
en el Espíritu, en el alma y en el cuerpo. El Señor era Aquel que de ella
nació, por tanto, la naturaleza su curso mudó, según el Akathistos, oda 7ª.
María está sentada sobre un trono y sus
pies se apoyan en un pedestal, porque ha sido colocada por encima de la
naturaleza angélica. Calza zapatitos de color púrpura, el mismo color del manto
del ángel, del cojín y del velo que está encima de los edificios. Este color
rojo púrpura subraya su carácter regio. Es la Madre del Emperador y Señor del
universo. Salve Reina, Paraíso animado, en cuyo centro brota el Árbol de la
Vida: el Señor cuya dulzura alienta a aquellos que tienen fe y que ya estaban
sujetos a la corrupción. Akathistos, oda 5 ª. En la antigüedad el oro y la
púrpura estaban reservados al emperador y familiares. Se quiere evidenciar la
realeza divina que rodea a la Virgen.
SIMBOLISMO DE LOS
COLORES
La simbología de los colores quiere
manifestar el misterio de la Encarnación. La Virgen hila la púrpura. Teje
místicamente la vestidura purpúrea del cuerpo del Salvador en su interior, que
es el Rey Dios y Hombre. Efrén de Siria (373), en su Primer discurso sobre la
Madre de Dios pone en boca del ángel estas bellísimas palabras: La fuerza del
Altísimo habitará en ti y uno de los Tres morará en ti conforme
a cuanto te he dicho. Del hilo por la trama de la tela que es tu corporeidad,
Él se tejerá una prenda y la llevará, refiriéndose al cuerpo de Jesús
formándose en María. Según Efrén, el Señor teje la nueva prenda para quitar al
hombre y a la mujer las túnicas de piel con las que los había vestido al
expulsarlos del Paraíso (Gen 3, 21). Hoy María se ha hecho cielo y
ha traído a Dios, porque en ella ha descendido la excelsa divinidad y ha hecho
morada. La divinidad se hizo en ella pequeña para hacernos grandes, dado que
por su naturaleza no es pequeña. En ella, la divinidad nos ha traído una prenda
para alcanzar la salvación.
Efrén de Siria, en su Segundo discurso
sobre la Madre de Dios, expresa: El Señor ante el que tiemblan
los ángeles, seres de fuego y espíritu, está en el pecho de la Virgen
y lo ciñe acariciándolo como un niño... ¡¿Quién vio nunca que el fango se
hiciera vestimenta del alfarero? ¿Quién ha visto al fuego envuelto a sí mismo
en pañales? De la literatura apócrifa vienen varias referencias que se
plasmarán en representaciones iconográficas como hilar la púrpura. Lucas no
habla de la púrpura, mencionada en la literatura apócrifa cuando se le encarga
a María hilar con púrpura y carmesí un toldo para el Templo del Señor. Hilando
recibe el anuncio de su maternidad. La Virgen al ver al Luminoso, nada segura,
agachó la cabeza y calló (Romano el Meloda).
El ángel empuña con la mano izquierda un
largo bastón, símbolo de autoridad y dignidad del individuo, del mensajero, del
peregrino. Pues el ángel responde a estas características. La mano derecha se
extiende cual, si quisiera poner el anuncio, señal visible de una palabra que
pasa de un individuo a otro. Acompaña a la mirada dirigida a
María: Un día la serpiente fue para Eva fuente de luto, y yo ahora
te anuncio la gloria. Himno Akatistos. Sus dedos se colocan a menudo, no en el
típico gesto alocutorio, sino en el gesto de la bendición bizantina y cargada
de simbología. Los tres dedos abiertos recuerdan a la Trinidad y que Cristo es
una de las tres personas divinas. Los dos dedos replegados recuerdan que en
Cristo subsisten dos naturalezas, la humana y la divina, aunque en las
representaciones no están visibles, porque el misterio de la Encarnación aún no
había comenzado.
La figura angélica emana sensación de
vitalidad, de movimiento, pero su rostro trasluce una expresión de perplejidad.
A veces hay dos ángeles en la escena. Una que representa la reflexión del ángel
que llegado a Nazaret ante la casa de José, se detiene perplejo pensando que el
Altísimo quisiera descender entre los humildes y piensa: El cielo entero no es
suficiente para contener a mi Señor ¿y podrá ser acogido por esta
pobre joven? ¿Se haría visible en la tierra el Todopoderoso desde
ahí arriba? Pero ciertamente será como Él quiere. Luego, ¿por qué me paro
y no vuelo y le digo a la Virgen: Salve, Virgen y Esposa (Romano el Meloda).
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